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Por: Emilio Gutiérrez Yance
La tranquilidad del amanecer en la Estación de Policía del municipio de Regidor, en el sur de Bolívar, fue bruscamente interrumpida por un llamado de auxilio desesperado. Roquelina, una madre angustiada, con voz entrecortada, alertaba sobre el inminente peligro que acechaba a su hija y sus dos pequeños nietos en la vereda Los Caimanes, ubicada a hora y media del casco urbano. La mujer, de origen muy humilde, había viajado toda la noche desde una lejana vereda del departamento del Cesar para pedir ayuda y rescatar a sus seres queridos de las garras de un hombre “malvado” que, desde hacía meses, los tenía encerrados, sometidos y bajo amenaza de muerte.
Cinco policías de la Estación de Regidor tomaron la decisión que definiría el día y, quizás, salvaría tres vidas. Sin titubear, se subieron a una patrulla y emprendieron el viaje hacia Los Caimanes, una zona donde hacen presencia grupos alzados en armas.
El trayecto que debían recorrer no era fácil y así se lo advirtieron a la angustiada mujer, pero ella estaba decidida a correr el riesgo por su familia. La vía, en muy mal estado y llena de huecos, se convertía en una trampa. La noche anterior había caído un fuerte aguacero, lo que hacía más difícil el acceso, pero los cinco valientes policías estaban decididos a cumplir su misión.
La tensión era palpable y el silencio entre ellos era el común denominador. Sus ojos y oídos estaban atentos a cualquier movimiento sospechoso en el camino, el sudor corría por sus rostros producto del nerviosismo que sentían, pero más fuerte era el compromiso de rescatar a los dos menores y a su madre.
Sus rostros sudorosos, marcados por la determinación, reflejaban el peso de la responsabilidad que llevaban sobre sus hombros. Sabían que cada segundo que pasaba, la vida de una mujer y dos niños colgaba de un hilo, inclusive la de ellos mismos al estar en una zona donde constantemente se presentan enfrentamientos armados entre la guerrilla y el “Clan del Golfo”.
Algunos vecinos señalaron que las discusiones entre el victimario y su pareja eran frecuentes, pero lo ocurrido el domingo por la tarde sobrepasó las agresiones habituales. La mujer, según cuentan, pedía auxilio cuando el agresor la amenazaba con cortarla en pedacitos. Algunos vecinos, aunque atemorizados, lograron intervenir parcialmente, manteniendo al agresor a raya, pero el peligro era latente porque aquel “abusador y maltratador” estaba fuera de control y también amenazaba con prenderle fuego a la humilde vivienda.
Al llegar, los policías se enfrentaron a una escena desgarradora que quedó grabada en sus memorias. En una fría esquina sentada sobre un piso de barro mojado, estaba una mujer de 29 años, con golpes en diferentes partes del cuerpo, rostro, y moretones en sus brazos y cuello. Estaba sumida en el dolor y el llanto, mientras sus hijos de 5 y 8 años con su inocencia a flor de piel, intentaban consolarla.
Tras la ayuda de los policías, la mujer, liberada del yugo del miedo, abrazó fuertemente a su madre y rompió en llanto. Sus hijos, aferrados a ella, miraban a los uniformados con una mezcla de asombro y gratitud. Quizás no sabían lo que estaba pasando, pero para ellos brilló una luz de esperanza.
A pesar de que el agresor logró escapar, la valentía y la acción rápida de los policías no solo evitaron una tragedia, sino que también devolvieron la esperanza a una familia que había perdido toda fe en la humanidad. La comunidad de Los Caimanes, testigo de esta muestra de heroísmo, se unió en agradecimiento a estos cinco policías, quienes demostraron que el verdadero valor reside en proteger a los vulnerables, incluso a costa de sus propias vidas.
Los cinco héroes anónimos recordaron al mundo que la valentía y la solidaridad pueden surgir en los lugares más inesperados, salvando vidas y restaurando la fe en la humanidad.