5 a 0 (Deportivo Informalidad VS Atlético Orden)

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Por: Freddy Machado

“Mientras exista el árbitro, el fútbol será impredecible”
-Gabriel García Márquez-

En Colombia, desde el inicio de la República hace más de 200 años, el Orden y la Informalidad, disputan un intenso juego. El marcador es muy elocuente… La informalidad gana por goleada: 5 a 0. Es una goleada apabullante, sorda e implacable.

Si se tratara del deporte de Pambelé -el boxeo-, tirar la toalla sería una buena opción.

En este partido -Atlético Orden vs Deportivo Informalidad-, el Orden se caracteriza por no tener estrategia ni norte y por un afán desmedido en persistir en esa dinámica nefasta, jugando sin una hoja de ruta (no descifra el juego de su adversario y no tiene reacción). En cambio, la Informalidad, juega libre, lo hace de memoria y maneja cierta magia. Es un juego práctico, seguro y lo más relevante es que “chicanea” con su impecable estilo sobrador.

Y, lo que ocurre en la realidad, en el terreno de juego -terreno que es el país-, es que todo el mundo hace lo que le viene en gana. Esa es una postura que, supuestamente, nos hace felices pero que nos lleva a un caos generalizado.

En vez del Orden, todos le apostamos a la Informalidad.

Los ejemplos son muchos y la enumeración que sigue, no es exhaustiva:

i) Se hacen leyes (que deben ser de carácter general y para el bien común) y en su construcción, prima un oportunismo que tiende a favorecer los intereses particulares. Se abusó del lobby en favor de ciertos gremios;

ii) En materia de construcción, el lema es: “sálvese quien pueda”. Eso lo dicen los propietarios de casas y apartamentos afectados con las nuevas construcciones, sin que los infractores se les sancione;

iii) Los Concursos y Licitaciones Públicas, no son sinónimo de transparencia sino de “ trampa-rencia”. Se juega con las expectativas de los aspirantes y no se ofrecen suficientes garantías inherentes a este tipo de eventos;

vi) Los mototaxistas son los reyes de la vía, de las zonas peatonales y de los andenes (no hay semáforos para ellos) así como los vendedores informales también son dueños de andenes, calles y parques;

v) Las zonas verdes son invadidas impunemente por vecinos, así como las playas y ni qué decir de la islas que, según el Código Civil, pertenecen a la Nación;

vi) Las bahías, bosques, ríos y páramos, son contaminados e intervenidos sin contemplación;

vii) Los trancones en las vías, no los resuelven las autoridades de tránsito, sino los mismos particulares, echando mano a la ley del “más vivo”;

viii) La justicia vive en permanente congestión por falta de presupuesto y las soluciones son simples programas de descongestión, sin ninguna metodología;

ix) Las basuras se depositan por los vecinos en cualquier sitio. Incluso, en el mar, en los ríos y en las calles. Los ciudadanos suelen irrespetar los horarios en los que pasa el recolector y les tiene sin cuidado las consecuencias de ese mal manejo; y

x) Un instituto tan sencillo como La Fila, ha sido irrespetado perversamente. La fila termina siendo el reino de los “traficantes” de puestos y de la inventiva para formar variantes (doble y triple fila paralela).

En el ADN del colombiano, predomina -en forma aberrante-, cierto componente que determina esa, inconfundible e indescifrable, postura ante la vida. Incluso, un ciudadano medianamente organizado, alcanza a generar desconfianzas y es descalificado por sus semejantes.

En esos casos, muy poco comunes por cierto (alguien medianamente organizado), se habla de persona con mentalidad extranjera.

El desorden social es un problema cultural muy profundo. Es una visión muy compleja y caótica. Urge ajustar y cambiar ese “chip” -como se dice ahora-, desde temprana edad. No es imaginar un hombre nuevo sino un “colombiano nuevo”. El espíritu folclórico nos domina y para algunos, hasta resulta fascinante. Muchos fantasean y ha hecho carrera el “meme” que asegura que de haber nacido en Dinamarca, en vez de Cundinamarca, resultaría imposible experimentar tantas experiencias inigualables. Qué tal!

Urge crear un programa -o proyecto a largo plazo- que nos permita modular esa posición tan decadente y que impacta negativamente en nuestro progreso. Se requiere impulsar un cambio generacional y eso solo se consigue a punta de voluntad política y que los mayores impulsen tal conciencia social.

En ese entendido, por ejemplo, admito que resulta cómodo transitar en un vehículo y que al advertir que en la esquina se venden mangos, proceder a detener el auto para comprar la anhelada fruta. Sin embargo, es obvio que con esa acción, estoy bloqueando injustamente la vía y por ese capricho, muchos terceros resultan afectados.

En ese mismo sentido, es impresentable llegar en horas de la madrugada con mis amigos y poner a funcionar el equipo de sonido para escuchar la música a todo volumen, sin importar que ese ruido impacta la tranquilidad de todo un vecindario que duerme.

Y, también, es inaceptable que algunos de los copropietarios de un edificio, por años, permanezcan sin pagar la cuota de administración pero, feroces, exijan que se les suministren todos los servicios (ascensor, piscina, parqueadero, seguridad, etc), descuidando que el presupuesto del edificio se “aprieta” por razones obvias.

La informalidad gana, golea y gusta en nuestra cultura.

Se atribuye al filósofo Pambelé -y no está confirmado-, la frase: “nadie analiza la vida en los momentos de triunfo sino solo en la derrota”. Luego, ante esa tozudo 5 a 0, me atrevo a decir que no es fácil cambiar de un día para otro esa postura (100% colombiana), pero es más absurdo e ilógico, seguir en este insondable caos, sin brújula, sin Dios y sin Ley…

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