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La eugenesia de cada día

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Por: Germán Danilo Hernández

Por cuenta del psiquiatra Germán Velázquez, uno de los personajes de “La madre de Frankestein”, novela de Almudena Grandes, me reencontré con el concepto “eugenesia”, esa filosofía social que defiende la mejora de los atributos hereditarios humanos, sobre la base de la “higiene racial” y cuya máxima interpretación conllevó al exterminio del pueblo judío en el tristemente célebre holocausto nazi.

En la novela, Aurora Rodríguez es una paciente psiquiátrica obsesionada con la superioridad genética de un sector de la especie humana, hasta el punto de asesinar a su propia hija, por considerar que había sido una creación imperfecta suya. También se muestra el enfoque de la eugenesia dictatorial que habría demostrado “científicamente” la existencia de un gen marxista y republicano, que dio origen a al secuestro sistemático de los hijos de las reclusas republicanas, para que en manos de “buenas familias” franquistas y católicas pudieran contar con una formación que corrigiera sus retorcidas tendencias genéticas.

Si bien ese concepto se atribuye como uno de los objetivos oficiales de muchos estados modernos desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, y venido a menos por las aberraciones del holocausto, su vigencia se ha conservado; en tiempos recientes aflora con frecuencia no solo entre reconocidos dirigentes extremistas, sino también en actitudes cotidianas de nuestro entorno.

La eugenesia está presente en las políticas públicas que incentivan la xenofobia en Europa y Estados Unidos, pero también en las estigmatizaciones que se hacen a los movimientos sociales que en América Latina reclaman inclusión y equidad. Orienta los señalamientos que algunos sectores en Colombia hacen a las comunidades indígenas y campesinas, sobre la premisa, no siempre admitida públicamente, de superioridad genética por parte de quienes los descalifican.

El también llamado “eugenismo” supone una mejora cualitativa, biológica natural de la población con efectos en la moral, la economía y la cultural, y se evidencia en acciones cotidianas de nuestro medio. Se mimetiza, por ejemplo, en la insistente descalificación de un juez de Cartagena para aceptar su deber legal de casar a una pareja del mismo sexo; en los reiterados casos de discriminación racial, en la gentrificación que prevalece en el desarrollo urbano local, hasta en las consideraciones que motivan el rechazo a proyectos de desarrollo náutico que “amenazan” con la conglomeración de población nativa en sectores económicamente privilegiados.

En el imaginario de ciertos sectores del liderazgo cartagenero subyacen prejuicios eugenésicos, que inciden de manera determinante en los cíclicos fracasos de los procesos por superar la pobreza, en la medida que la convicción de su superioridad natural desconoce derechos y reivindicaciones de masas “genéticamente inferiores”.

¿Podremos salir algún día de ese perverso circulo vicioso de históricas confrontaciones humanas a nivel universal, nacional y local?

 

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