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Volver a lo esencial

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Germán Danilo Hernández.

Los investigadores sociales identificaron desde hace varias décadas las “trampas de la pobreza”, como un fenómeno multicausal que hace que la pobreza persista, se acentúe, y que se necesiten hasta varias generaciones para salir de ella. Pero esas trampas no solamente atrapan a sectores poblacionales específicos, también a ciudades y países.

Además de circunstancias económicas, políticas, y ambientales, entre otras, existen factores culturales, condicionantes mentales y actitudes cotidianas que dan mayor fuerza y efectividad a esas trampas. Las sociedades que logran identificar y sortear tales mecanismos de auto bloqueo, logran mayores posibilidades de cambiar sus destinos y transitar con éxito por sendas de progreso y equidad.

En Colombia son varias las regiones y ciudades que evidencian los estragos de las trampas, y las que comienzan a superarlas. Pienso que Cartagena hace parte del primer grupo, a pesar de los crecimientos sectoriales que registra. Además de los factores históricos de exclusión, concentración de la riqueza, politiquería, y corrupción que han conllevado a la postración de la urbe existe una dinámica perniciosa que hace que la Heroica esté también auto-sitiada.

Esa dinámica se caracteriza por un relacionamiento social basado en la conflictividad permanente, intransigencia, falta de visión de futuro, el “palo-ruedismo”, el parroquialismo extremo, la creencia de superioridad moral de algunos, el negativismo constante de otros, la exaltación de lo grotesco, y lo que algunos denominan el “importaculísmo” crónico, entre otros condicionantes y actitudes colectivas.

Todo ello ha conllevado a que por muchos años Cartagena se mantenga inmersa en una turbulencia constante, que conviene a pocos, en la que predominan escándalos, rencillas bizantinas, lucha de clases, y pescas en río revuelto, en un contexto de pobreza y marginalidad creciente, en contravía de lo que pasa en el vecindario. Mientras Barranquilla, por ejemplo, se consolida como polo de desarrollo del Caribe, con multiplicidad de proyectos en curso y Antioquia continúa imparable su crecimiento industrial y portuario, el “rancio desaliño” de nuestro terruño nos apabulla.

Cuanta falta nos hace a los cartageneros de nacimiento y de adopción, volver de manera decidida a lo esencial, a retomar los grandes proyectos aplazados, a terminar los comenzados, rescatar y crear iniciativas de progreso, bienestar y de sana convivencia, a pensar en grande y asumir el desafío de derrotar nuestras propias taras.

Será difícil salir de la trampa mientras todos estemos convencidos de que los responsables de estar en ella son otros. Si no se tiene la grandeza de admitir, corregir errores y ceder en las disputas intestinas, las turbulencias seguirán llevando a Cartagena al fondo.

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