Por: Germán Danilo Hernández.
Una de las imágenes que circulan en redes sociales para advertir la gravedad de lo que ocurre en Colombia es la bandera nacional al revés. Se trata de una interpretación de lo que representan actualmente los colores del símbolo patrio, en el que el amarillo de las riquezas de nuestro suelo y el azul que identifica sus mares, están siendo teñidos por la sangre derramada. Es una impactante muestra de iconografía que advierte sobre la tragedia a la que podríamos llegar, si no se frena de manera urgente el caos que se vive en algunas ciudades del país.
Al momento de escribir esta columna se desconocen los resultados de la confrontación armada ocurrida en la vía Panamericana de Cali, cuando participantes de la Minga Indígena y habitantes de un sector de la ciudad, se trenzaron a disparos, defendiendo cada bando el derecho a su movilidad y libre expresión, a lo que se sumó posteriormente la presencia de la fuerza pública.
Los videos que circularon mostraban escenas propias de una guerra civil, tan impactantes como las de agentes de seguridad (uniformados y de civil) disparando contra multitudes desarmadas, y de grupos de extremistas intentando linchar policías en las calles. Desde el 28 de abril que iniciaron las protestas se contabilizan 30 muertos, se investigan más de 80 desapariciones de personas, las pérdidas económicas por destrozos y saqueos son multimillonarias y el colapso de varios sectores productivos por bloqueos de vías es dramático. Sin mencionar los estragos que causaría el aumento de contagios con el Covid 19.
Ante ese panorama aterrador, se esperaría que los protagonistas de las confrontaciones tuvieran la capacidad de dimensionar lo que acontece, y de manera consecuente asumir posiciones reflexivas que conduzcan a una inmediata concertación para cesar la violencia. Pero contrario a ello, lo que se evidencia es la radicalización de posiciones y un desquiciado pulso de egos y de fuerzas que se lleva por delante a todo el país.
El gobierno y grupos de poder, avivados por pirómanos de escritorios, insisten en desconocer las motivaciones de la protesta social, y ésta se criminaliza para justificar el uso excesivo de la fuerza, desconociendo inclusive los múltiples llamados de la comunidad internacional para evitar más derramamiento de sangre. Pero también desde sus trincheras inconsultas, en las retaguardias de manifestaciones pacíficas, se agazapan anarquistas violentos que ignoran el grito desesperado de un país que exige ser escuchado, pero en paz.
La prolongación indefinida del paro amenaza con una degradación galopante de la justificada protesta social; Es hora que los voceros legítimos de manifestantes y gobierno lleguen a una urgente concertación para suspenderlo y seguir negociando sin más sangre en las calles, permitiendo que el rojo de la bandera, vuelva a su lugar.