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La campaña inversa

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Por. Germán Danilo Hernández

Con la entrada en vigencia de un nuevo orden político en Colombia, rubricado con  la elección de Gustavo Petro como primer presidente de izquierda en el país, las expectativas se centran en lo que pasará en las elecciones de alcaldes y gobernadores en 2023.

Algunos dirigentes de las diferentes vertientes del Pacto Histórico consideran que, en proporción directa a la votación alcanzada por el presidente electo en la segunda vuelta, el llamado progresismo se impondrá en las regiones, pero desde una perspectiva de análisis más panorámica, la realidad política podría ser diferente.

Conviene tener en cuenta que todos los ciudadanos que votaron por Petro no son “petristas”; muchos lo hicieron por múltiples razones diferentes a la militancia. Que tradicionalmente la elección presidencial ha tenido un alto componente de opinión en contra peso a las maquinarias; que el discurso y poder de convicción del presidente electo no estará en las plazas públicas ni en los medios de comunicación para llamar a las urnas a su favor; y que, con excepción del derrotado Centro Democrático, la gran mayoría de organizaciones políticas siguen fuertes en las regiones.

Sería recomendable que desde la ciudadanía activa, la sociedad civil organizada, la dirigencia política, gremial, y la academia, se concertaran mecanismos básicos para superar la desmedida polarización de la pasada campaña; evitar que las candidaturas se conviertan en una extensa colcha de retazos; generar algún tipo de filtro para que los aspirantes a gobernar tengan reales condiciones y preparación para ello; y que desde los electores se definan las prioridades que requieren ser atendidas por los próximos gobernantes.

En ese orden de ideas, hay responsabilidades por atender en diferentes frentes, que, si bien pueden ser articuladas, no implican invadir esferas de decisiones diferentes a las propias. A los partidos, movimientos y candidatos les corresponde manejar su propia dinámica, ojalá con el discernimiento necesario para comprender que hay que amoldarse a los tiempos y a las expectativas de la gente. La ciudadanía por su parte debería convertirse en protagonista esencial del debate electoral, enarbolando como banderas los problemas y propuestas de soluciones más sentidos de sus territorios.

Es lo que podría denominarse “la campaña inversa”, en la que, a cambio de esperar una cascada de propuestas demagógicas, se generen desde la sociedad civil espacios de definición de prioridades y de acciones, que sirvan como plataforma programática, con la que se comprometan realmente los candidatos a alcaldías y gobernaciones que lleguen a la contienda. El paso siguiente sería que, también con participación de la ciudadanía, se concertaran mecanismos para la definición de perfiles de candidatos que dignifiquen el ejercicio de la política, pero eso sería tema de análisis en una próxima columna.

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