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Menos bala y más balada

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Por: Freddy Machado

A la tía Elcy, quien para los años 70’s me conectó con el dial de La Voz de Las Antillas en Cartagena (desde luego que ella no me hacía las preguntas de la “Tití” del Bad Bunny de hoy).

Los años 60 y 70 no eran tiempos de tanta “bala” sino la mejor época de las “baladas”. Nadie hablaba de estrés sino de los Beatles… Y hoy, suspiramos, diciendo: ¡Qué tiempos aquellos! Todo era “paz y amor”

Lo anunciaba Nicola Di Bari: “Eran los días, de un lindo arco iris, se iba el invierno y volvía el sereno…” Incluso, las canciones te hablaban de estaciones fantásticas: “Te voy a llevar/ a donde nunca llueve/aunque caiga la nieve” como la invitación de Danny Rivera en Gracias mi amor por todo lo vivido.

Y, Ana y Jaime planteaban dimensiones distintas pues daban cuenta que deambulaban por coordenadas ignotas… “Hubo más alegría y estaciones en el sol/ todo fuera de tiempo no supimos que pensar”

Por su parte, Sabú, anticipándose a la llegada de las plataformas tipo Rappi, tomaba la opción de “Manda rosas a Sandra/que se va de la ciudad”, mientras que Pablus Gallinazus andaba en busca de flores para mascar y lo justificaba de esta manera: “por eso, salgo siempre a caminar/ en busca de una flor para mascar/ pensando que a la vuelta de la tarde/ el trabajo con que sueño, ya es verdad”.

En todo caso, la posibilidad de instrumentalizar a las flores con la intención de facilitar un diálogo más fluido entre los enamorados fue idea de Nelson Ned, “el pequeño gigante de la canción”, y esa fórmula mágica nos la presentó a manera de súplica: “Y si las flores pudieran hablar, y decir que te quiero”. Ese mismo ruego es más explícito en la versión de Germain y sus Ángeles Negro: “Dios permita, que ocurra el milagro/y que las flores despierten en ti/ Ese amor que yo te estoy pidiendo y que me hará feliz”

Es tanta la fuerza poética de las baladas de los años 60 y 70 que en el nuevo siglo, la remembranza se hace más intensa en el entendido que esos cantos nos marcaron de la misma forma en que los amigos de Fórmula V, en su momento, evocaban la partida de la sensual Eva María… “Eva María se fué/ buscando el sol en la playa/ con su maleta de piel, y su bikini de rayas/ Ella se marchó, y solo me dejó, recuerdos de su ausencia/ Sin la menor indulgencia, Eva María se fué”.

Eran otros abriles -tiempos distintos y distantes- y regía una dinámica por lo sublime. Lo mejor: todo era impredecible y entonces, cualquier cosa podía suceder, como las cosas que le pasaban a Leonardo Fabio: “sucedió hace pocos días/ al llegar a la estación/ yo subí y ella bajaba/la miré y me miró”.

Los amores extraños también estaban presentes -y vigentes- a la manera de Nino Bravo: “hace tiempo que sueño con ella/ Y solo sé que se llama Nohelia”. Desde luego que la suerte estaba del lado de Leo Dan con… “Mary es mi amor/solo con ella vivo la felicidad”, mientras que Camilo Sesto nos confesaba: “el amor de mi vida has sido tu/ mi mundo era ciego hasta encontrar tu luz” A su vez, Claudia de Colombia en “Cuando voy por la calle”, con una sola imagen nos muestra la grandeza y lo radiante de un amor apasionado, al decir sin mayores agüeros, que: “recuerda que tú tienes tu luz propia”

Y, muchos de esos idilios luminosos eran sorprendidos por la “Nave del olvido” y su agónico y angustiante “espera un poco/ un poquito más. Sin embargo, seguramente, el mejor epílogo (por lo apocalíptico) se lo debemos a José José en el Triste, con su… “hasta la golondrina emigró/ presagiando el final”

A los paisajes de los dos continentes -América y Europa- también se les cantó por excelsos baladistas. Nino Bravo resaltaba la belleza de América en su gran oración: “cuando Dios hizo el edén/pensó en América”, mientras que Joan Manuel Serrat festejaba esa hermosa geografía que va desde Algeciras hasta Estambul en su Mediterráneo: “a tus atardeceres rojos/ se acostumbraron mis ojos/ como el recodo al camino”.

Y, una de las palabras más bonitas del idioma portugués, el término “saudade”, lo escuché por primera vez en “Un canto a Galicia” de Julio Iglesias… “tierra de mis padres”. Un hallazgo de esa misma naturaleza también me ocurrió con Pueblito Viejo, canción de José A. Morales pues el maestro, de manera magistral, empleó el vocablo “cuitas” para referirse con elocuencia, sobre sus raíces. Insisto, festejo la palabra y admito que no es una balada: “Pueblito de mis cuitas/ de casas pequeñitas”

En verdad, la música que se hacía y que se escuchaba en los años 60 y 70, era una música sentida y que generaba complicidades. Se imaginan en plena niñez, rodeado de todos esos conceptos y escenarios, y escuchar planteamientos como los del crack Piero “Y una mañana/ mientras el café mezclaba/ En una servilleta blanca, yo te dibujaba, yo te dibujaba”.

Lo cierto es que de un tiempo para acá -quién lo creyera-, las nuevas generaciones llaman despectivamente a esta buena música con un calificativo poco inspirador “música para planchar”. Es lógico que se trata de un flagrante desencuentro sin que haya mediado transición alguna (desencuentro brusco) y ello se evidencia en el hecho de que el género musical de moda impunemente se le llama “música para el perreo”.

Y, al final, para no distraernos en discusiones bizantinas, espero que los lectores que han llegado a esta altura, la tomen suave (suave que es balada). Declaro entonces que son bienaventurados los que vivieron en su juventud, embelesados con unos artistas que ejercitaban a plenitud la poesía y rogamos a la providencia para que la balada se reinvente y regrese con más fuerza -llena de más poesía y más gracia- para regocijo de los espíritus románticos y soñadores.

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