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Por: José Consuegra
Sin profundizar en los pormenores de este caso en particular, es imprescindible reflexionar sobre posibles causas de este tipo de conductas como el afán de cumplir a toda costa con mezquinas metas personales sobre la tenencia de hijos o la conformación de un hogar, la necesidad de aceptación y validación social -muy estimulada por las redes sociales- o la prevalencia de situaciones relacionadas con la salud mental, entre otras.
Inhumano, sanguinario, despiadado, cruel, vil y muchos otros adjetivos pueden adjudicársele al desgarrador asesinato de una joven de 22 años, en el departamento de Córdoba, a quien, además, le extrajeron de su vientre a su hija, de 32 semanas de gestación, para ser adoptada.
Según la versión oficial, Luz Neida Betín fue víctima de una mujer a quien consideraba su amiga, a la que accedió a acompañar hasta una zona enmontada del corregimiento Los Amarillos, en el municipio de Sahagún, donde ocurrió el execrable episodio. Su amiga, que al parecer fingió un embarazo, se presentó con la bebé en un centro asistencial cercano diciendo que acababa de dar a luz en el sector. La señalada autora del crimen fue capturada y está siendo procesada por los delitos de feminicidio y secuestro agravados.
Personalmente, me he negado a adentrarme en los detalles de esta historia macabra pues es innegable el pesar y el dolor de espíritu que genera en mí tal vileza. Difícilmente puede concebirse una acción semejante, que no se limitó a acabar con la vida de un ser humano, sino que fue más allá para robarle su hijo en gestación y presentarlo como propio.
Sin embargo, no es posible mirar de soslayo un hecho con profundas implicaciones sociales, que evidencia el escaso aprecio por la vida, la insensibilidad hacia los sentimientos que se tejen alrededor de la amistad y el amor y la falta de humanidad, toda una gama de antivalores que, desafortunadamente, ha ido adoptando la sociedad a partir del mayor arraigo del individualismo, la valoración de la apariencia, la superficialidad y la frivolidad.
Sin profundizar en los pormenores de este caso en particular, es imprescindible reflexionar sobre posibles causas de este tipo de conductas como el afán de cumplir a toda costa con mezquinas metas personales sobre la tenencia de hijos o la conformación de un hogar, la necesidad de aceptación y validación social -muy estimulada por las redes sociales- o la prevalencia de situaciones relacionadas con la salud mental, entre otras.
Nuestra sociedad no debería atravesar el umbral de la deshumanización, a través de fenómenos sociales hoy prevalentes como la crisis de valores, la falta de comunicación interpersonal, la alienación por las tecnologías, la inmersión desde la niñez en las redes sociales, la disfunción familiar, entre otras. Es fundamental promover, desde la cuna, en el ámbito familiar y escolar, una educación integral humanista que fomente la solidaridad, la ética, la convivencia pacífica y el respeto por la vida y la naturaleza.