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Por: Álvaro Monterrosa Castro
El décimo jefe del Departamento de Ginecología y Obstetricia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena fue el doctor Donaldo Pérez Pérez. El incansable y siempre presente profesor que en todas las reuniones clínicas invitaba a sus alumnos a progresar. Muchas generaciones de estudiantes de medicina le escucharon decir una de sus frases más célebres:
‘hay que avanzar, porque el que no avanza, retrocede’.
Y es que, de veras, es muy probable que todos los demás si vayan avanzando.
Nació el Profesor Pérez Pérez en la ciudad de Cartagena el once de enero de mil novecientos cuarenta. Realizó sus estudios primarios en el Colegio Santo Tomás de Aquino y los de bachillerato en el prestigioso y para la época importante Liceo de Bolívar, donde se graduó de Bachiller en mil novecientos sesenta, a la edad de veinte años.
Realizó estudios de Medicina en la Universidad de Cartagena y se graduó de Doctor en Medicina y Cirugía el tres de enero de mil novecientos sesenta y nueve. En esta misma Universidad adelantó los estudios de especialidad en Ginecología y Obstetricia, siendo titulado como tal el veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y uno. Estuvo siempre vinculado a la Clínica de Maternidad ‘Rafael Calvo’, tanto en la parte docente como en la asistencial y directiva. Desde las primeras horas de la mañana ya sabía que había pasado la noche anterior, siempre impávido en los pasillos observando de reojo el trasegar del estudiantado o en las salas con las pacientes, husmeando la calidad de la atención en las mujeres en tránsito de parto. Siempre se me pareció a Argos, el guardián de la mitología griega que tenía cien ojos y era severo y diestro en la vigilancia.
Además de obstetra de la clínica, fue coordinador de diferentes servicios. En numerosas ocasiones, entre los años de mil novecientos setenta y nueve hasta el año dos mil uno, estuvo formalmente encargado, primero de la dirección y luego de la gerencia de la Clínica de Maternidad Rafael Calvo.
Como instructor I de Ginecología y Obstetricia, ingresó al Departamento de Ginecología y Obstetricia, el dieciséis de abril de mil novecientos setenta y cuatro, hasta llegar a ser profesor titular, según resolución No. 1901 del veintidós de diciembre de mil novecientos noventa y uno, emanada de la rectoría de la Universidad de Cartagena. Fue miembro del Comité de Educación Médica, del Comité de Ética Médica y del Consejo de la Facultad de Medicina. Fue pieza activa y fundamental del Comité para la Actualización del Reglamento de Internado de la Facultad de Medicina, documento que fue aprobado en el Acuerdo número 23 del dieciséis de diciembre de mil novecientos noventa y siete.
En el Departamento de Ginecología y Obstetricia fue defensor a ultranza de la buena realización de la Historia Clínica, como herramienta básica que garantiza un buen ejercicio profesional. Aplicaba estrategias educativas que aprendió de su profesor, el doctor Jorge Milanés. Acérrimo defensor y entusiasta al momento de realizarse las sesiones clínicas, los clubes de discusión de casos y desde la última fila de sillas del salón, siempre estaba dispuesto a lanzar con precisión un dardo a manera de interrogante, aporte o una opinión. En muchas ocasiones, fue el profesor exigente y drástico, pensando en la necesidad de una educación de calidad. Profesor de pocos temas de la especialidad, pero los más sensibles por su frecuencia y por su elevado impacto adverso desde el punto de vista social y personal, sobre todo en nuestro medio. Fue diestro como el que más en el manejo de la hemorragia post parto, la placenta previa y el desprendimiento prematuro de placenta. Esas fueron sus conferencias preferidas, y sobre ellas se hizo experto. Varias de sus frases cotidianas se hicieron conocidas, aunque simples y sencillas, iban cargadas de enseñanzas y recomendaciones.
En una reunión con estudiantes de postgrado a finales de la década de los ochenta, al comentar sobre lo presentado por un conferencista de exterior, se estiró sin miramientos el cuello de la camisa guayabera blanca que lo caracterizó y estirando la mano hacia el frente, con el dedo índice apuntando a los ojos del interlocutor dijo:
‘ese doctor se nota que sabe mucho, pero yo sé cosas que él no sabe’.
Así, así fue siempre, espontáneo, natural, de su terruño y de su gente, sin ínfulas de grandeza, sin ganas de figurar, siempre mirando por la pequeña ventana de la oficina, fumando en exceso y tomando tinto negro y cargado a borbotones. Así lo recordamos muchos de sus alumnos, a los que nos tomó la mano con rigurosidad y nos puso el bisturí a cualquier hora de la madrugada, exigiéndonos no temblar y actuar.
A diario, hacía énfasis en la importancia de la disciplina y la puntualidad; ello también lo aprendió del doctor Milanés. Hizo aprobar las tres secciones que aún tiene el Departamento de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de Cartagena, con un destello de haber visionado el futuro.
Presentó el trabajo de investigación ‘Uso de la orciprenalina como inhibidor de la contractilidad uterina’, en el VIII Congreso Colombiano de Obstetricia y Ginecología, en Manizales, en mil novecientos sesenta y nueve, cuando apenas realizaba sus estudios de especialidad. En el XIII Congreso Colombiano de Obstetricia y Ginecología, realizado en Bogotá, presentó una ponencia sobre hemorragia de la segunda mitad del embarazo. Fue conferencista en cursos y simposios realizados en diferentes poblaciones y ciudades de la costa norte de Colombia. Fue Miembro de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Bolívar y de la Federación Colombiana de Sociedades de Obstetricia y Ginecología.
Durante su jefatura, abrió espacios para que la colposcopia y la ecografía, dos herramientas nuevas para esa época e implementadas en años anteriores, tuvieran significativa presencia dentro del programa académico de pregrado y postgrado, cumpliendo con las exigencias del Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES). Implementó la rotación de estudiantes de postgrado por los Departamentos de Cirugía General y Urología. Gestionó y facilitó la rotación de Endocrinología Ginecológica por la Unidad de Endocrinología de la Reproducción en el Hospital Lorencita Villegas de Santos, en Bogotá, donde se entrenaron varias cohortes de estudiantes de postgrado, hasta que este Hospital fue cerrado por siempre por órdenes gubernamentales nacionales.
El doctor Donaldo Pérez Pérez fue jefe del Departamento de Ginecología y Obstetricia desde febrero de mil novecientos noventa y dos hasta abril de mil novecientos noventa y cuatro. Se retiró de la Universidad para hacer uso de su jubilación el treinta de diciembre del año dos mil tres. Estando ya jubilado, el veinticinco de agosto del año dos mil cinco, fue invitado a dictar a los estudiantes de la asignatura Medicina de la Mujer, una clase teórica sobre uno de los temas que le apasionaron siempre. En el desarrollo de la temática presentó los primeros síntomas de un extenso accidente cerebro vascular, que le generó grandes limitaciones físicas por muchos meses, pero de las cuales se fue recuperando progresivamente. Continuó en su ambiente familiar, restableciéndose a diario y con la certeza y la satisfacción del deber cumplido, riéndose de todo y viendo sin afanes y sin aspaviento como pasaba y pasaba la vida a su alrededor.
Prácticamente nunca salió de la Clínica de Maternidad Rafael Calvo. Allí pernoctó por años, haciendo turnos cada cuatro noche, formando a muchas generaciones de especialistas, que hoy están regados por Colombia. Allí me enseñó con rigurosidad a diferenciar lo normal de lo anormal en los dolores del trabajo de parto, a anticiparme de los estragos dolorosos de la eclampsia y a medicar con precisión para evitar lo trágico de las hemorragias obstétricas. El veintiuno de septiembre del año dos mil veinte tres, teniendo ochenta y tres años, ocho meses y once días, decidió decir adiós y se marchó porque los que no adelantan, se atrasan. De seguro partió con su misma humildad, con la sonrisa tenue y con la sencillez de siempre que le permitía reconocer que los demás podían saber muchas más cosas, pero él sabía unas poquitas que los demás no sabían.