Dos muertos, un herido y un capturado en ataque sicarial en El Pozón
25 agosto 2022APPS.CO abre convocatoria para desarrollar o mejorar su producto digital
26 agosto 2022
Por: Emilio Gutiérrez Yance.
Fue su vocación de servicio la que lo impulsó a internarse en el Salado, Bolívar para tratar de recuperar la confianza de la gente que retornó después de vivir en carne propia el horror de la guerra.
Bolívar. El pueblo que en el año 2000 fue escenario de la más cruenta masacre paramilitar en los Montes de María, Bolívar, es el mismo que hoy recorre el agente de la Policía Roberto Manuel Maza Almeida, haciendo trabajo social con una comunidad que renace de las cenizas, después de haber soportado el horror de la guerra.
Fue en el Salado, zona de El Carmen de Bolívar, donde un desalmado grupo paramilitar compuesto por unos 450 hombres irrumpió a la fuerza y masacró sin piedad a por lo menos 100 personas entre hombres, mujeres y niños en una polvorienta cancha de fútbol. Fueron varios días de dolor, sangre, muerte, saqueo y desolación.
La terrible acción generó un éxodo masivo de campesinos quienes en su carrera por huir de la sevicia de los asesinos, solo pudieron cargar con la impotencia de ver morir salvajemente a su gente y sin saber afuera que les esperaba como desplazados. El Salado se convirtió entonces en un pueblo fantasma.
Maza Almeida, quien lleva cerca de 31 años trabajando en vigilancia comunitaria y haciendo labor social tiene ahora la gran responsabilidad de contribuir a mejorar el bienestar emocional de cerca de mil 500 personas que luego de varios años, se atrevieron a regresar con la esperanza de recuperar sus tierras y sus viviendas por las que trabajaron toda la vida. También volvieron para honrar a sus muertos.
El agente fue asignado a esa apartada zona rural marcada por la violencia hace siete años, dice que cuando habla con los campesinos, algunos recuerdan el horror de la masacre, otros prefieren fijar la vista en el horizonte y decir que todo lo dejan en manos de Dios. “Ellos solo piden que cese la violencia porque aún persisten algunas amenazas”.
Hubo sentimientos encontrados cuando a Maza Almeida, le informaron que había sido trasladado al Salado, Bolívar, estaba en el Distrito de Mompox. “Solo pensar en esa masacre me llenó de angustia, no quería estar en un pueblo donde tanta gente murió injustamente y de una manera aterrorizante. Ahí es cuando uno entiende el temor que ellos sienten porque fueron quienes la vivieron en carne propia”.
Fue su vocación de servicio la que lo impulsó a internarse en esa zona ubicada en el corazón de los Montes de María, hoy se siente orgulloso de poder ser parte de una comunidad que lo identifica como uno de los buenos, de sentarse a tomar una taza de café con un campesino y hablar de cosas diferentes, “hablamos de lo lindo que es la vida y de como podemos ser felices sin hacerle daño a nadie. Además del perdón y la reconciliación como eje fundamental para sanar las heridas”.
Roberto Manuel Maza Almeida, trabaja con ellos para que esos malos recuerdos se vayan quedando atrás, “sabemos que no es fácil pero trabajamos incansablemente para mejorar su bienestar emocional”.
Nació en el municipio de San Estanislao de Kostka, norte del departamento de Bolívar, hace 52 años, se hizo Policía para servir pero siente que su ciclo va terminando pues lleva casi 31 años en la Institución y considera que llegó el momento de dedicar tiempo de calidad a su otra familia.
Aunque su familia se preocupa por su seguridad, dice sentirse seguro en aquella población donde hay apoyo militar que trabaja en la reconstrucción del pueblo pavimentando calles y construyendo viviendas.
Es un Policía que ha estado en zona roja pero ha salido airoso. “Siempre tengo a Dios en mis oraciones es mi escudo, mi protector, el que me ha permitido servirle a mi Patria, pero siento que ya estoy quemando los últimos cartuchos y en febrero del próximo año hago uso de buen retiro. Daré todo lo bueno de mí hasta el último momento en la Institución y con las comunidades para salir con la frente en alto”.
Se siente orgullo de sus hijos y de su esposa que lo acompaña hace 28 años. A la Institución le agradece haberle dado una estabilidad laboral para sacar adelante a su familia. Uno de sus hijos siguió sus pasos y hace ocho años pertenece a la Institución que el tanto ama.
De los episodios dolorosos a lo largo de su carrera policial, recuerda con tristeza cuando en una buseta de la ruta Socorro – Centro en Cartagena de Indias, asesinaron a dos de sus compañeros quienes atendieron un llamado de alerta por la presencia de un atracador conocido con el alias de “Julio el Cabezón”, quien luego se enfrentó a otros uniformados y fue dado de baja.
Sus casi 31 años como Policía los ha repartido entre Santa Marta, (Magdalena) Cartagena de Indias, Magangué, Cicuco, El Retiro, Soplaviento, Arenal, Villanueva, Mompox, Marialabaja y el Salado, (Bolívar) siempre en la vigilancia urbana. Con orgullo levanta el dedo pulgar y dice, “es un honor ser Policía”.