El estado de indefensión de Margarita Esther Martínez, una de las hijas de doña Ana Horta Bolívar y el drama de esta familia bolivarense, tocó el corazón del subcomisario de la Policía José Luís Hernández Castilla, quien de inmediato se dio a la tarea de conseguir ayuda para mejorar en algo su calidad de vida.
Lo primero que hizo al llegar a la humilde vivienda de la angustiada madre cabeza de hogar, ubicada en el barrio Santa Bárbara del municipio de Arroyohondo, Bolívar, fue grabar un video que muestra la cruda realidad de una familia donde tres de sus miembros padecen una extraña enfermedad que les quitó la movilidad en las piernas, la historia la montó en redes sociales y llegó a oídos de la Fundación Manos Amigas que respondió de manera positiva.
La Fundación dirigida por Sandra Liliana Castillo desde Estados Unidos, donó una silla de ruedas que llegó directamente a la Estación de Policía del municipio y entregada al subcomisario Hernández, quien viene haciendo una importante labor como Comandante de Estación, no solo en operatividad, sino también en prevención y trabajo comunitario.
El drama de esta familia bolivarense comenzó hace muchos años y se ha ido agudizando con el tiempo, Margarita es la mayor de todas, tiene 58 años y su viacrucis comenzó luego de pasar la etapa del desarrollo cuando comenzó a sentir una especie de cansancio en sus piernas y poco a poco fue perdiendo por completo la movilidad.
Sus hermanas de 42 y 43 años también padecen la extraña enfermedad que aún no descifra con exactitud la ciencia médica y que tímidamente algunos médicos dicen que se trató de falta de calcio en las etapas del embarazo de la madre.
Doña Ana ha tenido que luchar prácticamente toda la vida con la enfermedad de sus hijas y desde hace nueve años que perdió a su esposo, la situación es aún más crítica. Hoy recibió de parte de la Policía, quizás uno de los regalos más anhelados, una silla de ruedas que le permitirá a Margarita desplazarse con mayor facilidad. “Agradezco mucho a la Policía por este gran regalo que necesitábamos con urgencia, la verdad ya no me queda tanta fuerza para levantarla y movilizarla”.
La humilde mujer curtida por los años ha sufrido en carne propia el rigor de la pobreza y se ha ganado la vida con el sudor de su frente, a sus 82 años cuenta que para mantener a sus hijas desde muy temprano se ganaba la vida lavando, planchando, cocinando y haciendo aseo como doméstica en varias casas. Un fenómeno climatológico también le arrebató su casita, hoy vive de un subsidio que recibe por tercera edad y de la venta de confites y galletas que tiene en la puerta de su casa. Asegura que mientras haya vida quedan esperanzas y que seguirá luchando con la poca fuerza que le queda para que sus hijas al menos tengan un bocado diario de comida.