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Por: Danilo Contreras
Un reconocido dirigente gremial y político cartagenero de origen conservador, me ha relatado con cierta angustia una especie de “bullying” del que ha sido objeto por parte de su círculo social por haber votado a Petro Presidente. Algunas de sus amistades han llegado al limite intolerante de retirarle el saludo desde la campaña y otros no dudan echarle en cara cualquier pifia del gobierno, que las tiene como cualquier obra humana. Sin embargo, agrega en su casi angustiada narración: “Pero no me arrepiento. Este país necesitaba un cambio”.
Yo he creído también que este país edificado a partir de groseros privilegios que se han sostenido por décadas eternas en la violencia, la corrupción y el despojo, ameritaba ensayar una manera distinta de concebir la vida nacional y el Estado. Una perspectiva que intente la paz en vez de prometer la guerra, que es el discurso que han impuesto los dueños del poder y la riqueza para mantener a la ciudadanía arrinconada por el miedo.
Las pruebas de ese cambio, que no ha sido un camino de rosas, emergen permanentemente de las noticias y las declaraciones que ofrecen los implicados en la vorágine del conflicto y la corrupción en este nuevo ambiente del trasegar histórico de país.
Muchos ejemplos acreditan lo anterior, pero particularmente he insistido en citar el caso del descarnado testimonio del señor Salvatore Mancuso ante la JEP, y en especial algunos detalles que no se habían conocido.
Mancuso ha dicho que la alianza del Estado con los paramilitares no fue asunto de unas pocas manzanas podridas, que es el relato que por todos los medios nos han vendido expresa o subliminalmente a los colombianos. No. Se trataba de una coordinación criminal, minuciosa y malévola cuya génesis se encontraba en los más altos niveles del poder.
Al respecto impresiona en la narración de Mancuso, cómo el estamento militar sugirió a los paramilitares desaparecer cadáveres en hornos, a la peor manera del nazismo, con la premeditada intención de despistar a la opinión pública respecto del alto número de inocentes asesinados bajo la fórmula de los falsos positivos, para que así, solo después de un tiempo se pudiese declarar la muerte de las víctimas desaparecidas y que en el entretanto la memoria efímera de la ciudadanía perdiera de vista la gravedad de la barbarie.
Lo que dice Mancuso es que todos los gobiernos de las 3 últimas décadas conocían del genocidio. El Estado, en vez de garantizar vida, honra y bienes de los colombianos, mataba, despojaba, desplazaba y robaba a la ciudadanía, haciendo real la alegoría del Leviatán, ese monstruo bíblico al cual Thomas Hobbes asimilaba con el poder del Estado.
El Leviatán siguió actuando en el gobierno anterior reprimiendo la protesta y bombardeando la población civil como ocurrió en Putumayo en la comunidad del Alto Remanso, según han dictaminado las autoridades judiciales, donde quedaron 11 civiles muertos en la última versión del genocidio patrio.
Hoy, bajo el gobierno Petro, pocos podrían pensar que el Estado ordena matar a sus ciudadanos desde las altas esferas del gobierno como aconteció antaño. He allí una transformación radical y un punto de un posible acuerdo fundamental que bien podría estructurar un sincero pacto históricos de la nación, sin distingo de ideologías.
Pero el cambio también tiene que ver con las reformas del sistema de salud que creó sultanes multimillonarios en las EPS, mientras el paseo de la muerte y la mala atención no para de cobrar vidas. O con la laboral que busca lograr, entre otras, una cosa de sentido común, y es que el día finalice a las 6 pm, en vez de las 9, como lo fijo la ley aprobada bajo el viejo régimen a fin de burlar los derechos de trabajador humilde. O con la reforma pensional para que el ahorro de los colombianos no siga siendo ganancia de fondos y perdida para un mayoritario porcentaje de la población que no alcanza a jubilarse.
Se aducirán muchos errores en que incurre el gobierno, pero el pueblo anhela que el maltrato al que ha sido sometido por años, pueda ser finalmente reivindicado por un congreso que en algún momento piense en sus electores en vez de sus prebendas particulares y gremiales.
Las ideas Progresistas que enarbola Petro en el nivel nacional, tienen expresión especial en los territorios y en Cartagena particularmente. Justicia social y ambiental son las líneas centrales de un cambio con enfoque territorial.
Muchos partidos profesarán estas ideas, quizás, pero ninguno las representa como el Pacto Histórico que es la formación que llevó al poder a Petro.
Entonces, pienso yo, quienes votaron a estas transformaciones en las elecciones presidenciales y de Congreso, tienen la posibilidad de ejercitar la coherencia política, una virtud anacrónica, y persistir en la lucha por elegir en Cartagena a la opción ungida por el Pacto Histórico para mantener arriba las banderas del cambio social. Esa masa crítica de ciudadan@s capaces de analizar las realidades actuales, indignados pero a la vez reflexivos y autónomos, independientes de las clientelas de los clanes tradicionales, es capaz de volver a expresarse y triunfar.
Quienes hemos comprometido el voto por Petro en el pasado, más allá de los sectarismos y de cualquier filiación política, podemos y debemos persistir en hacer vencedor el ideario progresista para que los cambios puedan consolidarse, tanto en lo nacional como en lo local. Esa lucha está viva y cada voto cuenta.