Por: Freddy Machado.
Me pregunto: ¿Qué pasa en el Congreso colombiano? Lo digo porque en este momento histórico, resulta muy difícil ser parlamentario. Ocurre que nuestro parlamento o congreso, está empeñado en ejercitar en exceso la capacidad de síntesis y de discursos breves sin excepción.
Un congreso cuya misión consiste en elaborar, reformar y aprobar las leyes, debería ponderar en procura de autorizar al momento de los debates, análisis completos y extensos, en especial, cuando se trata de asuntos relevantes y de interés general para el país.
Hoy por hoy, los debates en las cámaras son muy aburridos, amarrados y limitados.
La constante es la intervención de los presidentes de cada una de las corporaciones, interrumpiendo de manera abrupta a quienes hacen uso de la palabra, para concederles un minuto de gracia, luego que se les ha cerrado el micrófono justo cuando iniciaban su exposición.
Es posible que esta practica obedezca a los excesos del presidencialismo colombiano, a las alianzas legislativo-ejecutivo como partido de gobierno y a la magia del poder oculto que en el Capitolio se mueven como pez en el agua. Todas las leyes llevan el impulso de esa fuerza arrolladora. Más claro: en el análisis de la correlación de fuerzas, para quienes ostentan el poder, ninguna importancia tiene entrar a debatir lo que ya se ha cocinado en la Casa de Nariño.
Y, los del poder oculto -los lobbistas, los gremios y los grandes empresarios-, son los verdaderos legisladores.
En ese contexto, la figura del secretario del Senado y de la Cámara, crece en protagonismo al momento de monitorear las votaciones y con asombro, vemos que si se invierte un tiempo importante, al tema de los impedimentos por conflictos de intereses por estar en juego votos definitivos.
Ahora bien, atendiendo tal perspectiva, es necesario enderezar nuestra tesis inicial -o el punto de partida de este escrito- pues lo complejo no será entonces cumplir con el rol de parlamentario ante tan problemática modulación de las intervenciones en los debates sino que el reto consiste en cumplir a plenitud con el papel de congresista de oposición.
El Congresista de oposición está llamado a formular las criticas y visibilizar los defectos de los proyecto de ley o reforma, y se sabe que en los pocos minutos que se le conceden para tal misión, no resulta fácil construir un discurso coherente y sólido.
Lo mismo sucede con las intervenciones de los ciudadanos que se citan a las audiencias públicas o que se les invita a participar en las plenarias. Se interviene pero no se les escucha ni su voz impacta en el trámite, simplemente se les tiene en cuenta como un registro o un formalismo que permite documentar que la ley o reforma, sí se socializó.
Esa practica nos muestra la democracia como una competencia contra reloj en la que las ventajas son para las mayorías.
Ese ejercicio lo confirmé en estos días con ocasión de la audiencia pública celebrada en la Comisión Primera del Senado en el trámite de la reforma a la ley estatutaria de la justicia. El Senador ponente permitió que los voceros de las organizaciones sindicales de la justicia expusieran sus posturas en torno a la reforma. Solo se nos concedieron tres minutos para las intervenciones. Nunca quedó claro el porqué se hicieron las cosas al revés. La comisión primera aprobó el proyecto y luego, se escuchó a los sindicatos. Se nos ignoró por completo.
En esa audiencia se citó la canción del sonero Ismael Rivera -1931-1987-, “Quítate de la via Perico”, haciendo ver que el Congreso es un tren que en su afán por sacar adelante sus leyes, se lleva todo lo que esté a su paso.
Y es que con la transmisión en vivo -y en tiempo real- de las audiencias del Congreso, la posibilidad de escuchar una voz disidente, resulta refrescante y de buen recibo para los asociados bien porque corresponda a un congresista de oposición o a un ciudadano invitado a los debates. Insisto, las mayorías del Congreso son un tren que arrasa con todos los “Pericos” a su paso.
Así es, la Reforma a la Justicia (reforma a la ley estatutaria de la justicia), está por concluir su trámite. Sin embargo, una reforma tan cara y tan trascendental a los intereses de los ciudadanos, no puede discutirse entre sordos. Máxime cuando la iniciativa legislativa no se concertó con todos los protagonistas de la justicia y mucho menos con el país judicial.
Que aburrida y cuadriculada resulta una democracia cuando a sus voceros se les imponen camisas de fuerza. Es hora de que a las intervenciones en los debates en el Congreso, en vez de conceder 3 o 5 minutos, se permitan discusiones amplias y sin intermitencias para potenciar las distintas visiones del tema que se legisla pues las leyes se hacen en favor de todos los colombianos y no de un partido o del gobierno de turno.
El fenómeno del presidencialismo en nuestro país se ha agigantado y su vigencia perturba a todas las instancias de la institucionalidad. Por ello, una vez identificado el problema se hace necesario y urgente, equilibrar los poderes, los pesos y contrapesos, en pos de consolidar una mejor gobernabilidad. El poder legislativo es autónomo e independiente y distinto al poder ejecutivo.
Si los debates en el congreso mantienen esa dinámica, negando y excluyendo las voces distintas a las mayorías, seguirán los “Pericos” arrollados por el tren del congreso. Esta reflexión importa en cualquier tiempo y gobierno pues el coro de la canción de Ismael Rivera es muy pedagógico: “si yo llego a saber que perico era sordo, yo paro el tren”