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Encuestas, presiones y deseos

Por: Germán Danilo Hernández. 

Más allá de ser, como lo proyectaron sus creadores, una herramienta estadística que midiera tendencias, las encuestas de intención electoral se convirtieron desde hace varios años en Colombia y en otros países en un arma política que se esgrime de manera velada o sutil, conforme a los momentos estratégicos de campaña.

Las tergiversaciones de sus propósitos comenzaron cuando los políticos entendieron que la rigurosidad estadística podía ser permeada y lograron que algunos encuestadores inclinaran la balanza de los resultados antes de su publicación, e hizo carrera la tristemente célebre frase “quien paga la encuesta gana”.

Y esa práctica se consolidó bajo la premisa de que las afinidades de una parte de los electores y de financiadores de campañas fluctuaban hacia quien demostraba crecimiento en las encuestas, fenómeno que también dio origen a otra imaginativa premisa de nuestra democracia: “la gente se sube al bus ganador”, la cual conllevó a otra complementaria para invitar a que los afectos a candidatos con poca favorabilidad, según esas mediciones, desertaran de su “ruta perdedora”, y se pasaran al “voto útil”.

La gran caja de resonancia de las encuestas eran, y  siguen siendo los medios masivos de comunicación, que también permeados por intereses de diverso tipo, se fueron introduciendo en las aguas pantanosas de la dinámica estadística-política, buscando  fungir como exponentes de verdades cuantificadas. Pero al dejar de ser invisibles los hilos conectores entre medios de comunicación y el poder político, varios de los primeros en su galopante descache ético decidieron tomar abiertamente partido y hacer uso de las encuestas para presionar con ellas que la intención electoral se incline acorde a sus deseos.

No se puede cortar a todos con la misma tijera, efectivamente existen firmas encuestadoras serias, y medios de comunicación responsables, pero al igual que con los partidos y movimientos políticos, la desconfianza es generalizada. Para tener un enfoque local en el debate generado por la publicación de las más recientes encuestas de intención electoral a la Presidencia de la República, hecho mano de los conceptos de dos respetados economistas e investigadores:

Camilo Rey ha cuestionado la selección inapropiado de la muestra por parte del Centro Nacional de Consultoría en la encuesta hecha para la Revista Semana, y resumió así su análisis en un trino: “La composición de la muestra debe ser similar a la composición de la población en características básicas. Encuesta CNS-Semana soprerrepresenta opinión de estrato alto y subrrepresenta opinión de otros estratos. Este truco eleva artificialmente al ganador en estrato alto: Fico”.

Por su parte, Oscar Brieva Rodríguez, director de la firma Mediciones Estratégicas, inscrita ante el Consejo Nacional Electoral, dijo sobre la misma medición: “Creo que la interpretación que hizo la Revista Semana es amañada, manipulada, lo que no es extraño a ese medio de comunicación, pero respaldo la seriedad del CNC”. Con relación a otra encuesta realizada por la firma Guarumo y Ecoanalítica,  publicada por El Tiempo, aseguró que: “tengo discrepancias con las metodologías que ellos utilizan; siempre sus resultados se salen del normal del resto de encuestadoras, poco aciertan. Creo que también hay intereses y manejos inadecuados de la información”.

Así las cosas, las encuestas pasaron a ser parte del arsenal de campañas en la contienda electoral, y no un recurso confiable para conocer las reales tendencias que manifiestan los potenciales votantes. Sería saludable que, por el bien de la democracia, los ciudadanos se resistieran a que tales mediciones dobleguen su voluntad, y ejercieran el derecho al voto de manera libre, guiados por sus propias convicciones y afinidades, o por las ideas y propuestas de los candidatos que mejor lo representen.