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Por: Germán Danilo Hernández
Los voraces incendios que recientemente pusieron en vilo a Chile y a Colombia, con elevado número de víctimas mortales y damnificados en el país austral, e irreparables pérdidas en el nuestro, parecieran inspirar a numerosos activistas del caos en sus intentos por encender chispas que generen una profunda crisis institucional en el país.
Al mejor estilo de los desadaptados, que motivados por intereses oscuros iniciaron las llamas en algunos puntos de las montañas para que fueran propagadas por el viento, los pirómanos de la palabra, atrincherados en fundamentalismos de derecha e izquierda, lanzan incesantes y fogosas proclamas a través de redes sociales, medios de comunicación, en recintos cerrados y en las calles, promoviendo una real ruptura institucional que pudiera, avivar el fuego de la discordia, conllevando a una mayor confrontación social.
Previamente protegidos con banderas ignifugas de democracia, blindan sus discursos lanza-llamas, con cubiertas de aparente cordura y sensatez, con las que se buscan convertir en cenizas los argumentos y pensamientos de contrarios frente a la realidad nacional, intentando hacer prevalecer las brasas de una sola verdad.
Mientras que desde del poder institucional se desestiman los riesgos que implica toda convocatoria a marchas de protestas, y un puñado de enardecidos o infiltrados hace imprudentes escaramuzas en las plazas, desde el poder judicial evidentemente politizado se intenta cubrir con mantos de legitimidad la extralimitación de facultades investigativas, más con criterios de oposición que de justicia; mientras que desde los poderes económicos y políticos se tejen veladas estrategias para la interrupción del período de mandato constitucional, “al precio que sea necesario”, contando como propagadores con algunos ardientes periodistas.
Emulando a otros protagonistas de las conflagraciones que intentan sofocarlas, desde múltiples flancos aparecen también reflexivos chorros de mesura que claman por evitar una mayor dispersión del fuego mediante la neutralización de la palabra. Nadie cuestiona a esos bomberos de la polarización que nos quema, pero pocos creen que sus llamados sean para ellos, sino exclusivamente para el bando, contrario, y sus intentos apaciguadores se van esfumando con el humo, a medida que las llamas crecen.
A pesar de las convulsiones que ha sufrido esta nación y la periódica repetición de tragedias históricas, siempre hay espacios para el optimismo, y a este se aferran millones de colombianos que no se sienten marcados por el blanco o negro de los extremismos, y que desde sus diferentes matices de pensamiento prefieren enrolarse en las filas de los bomberos de la democracia, para impedir que los pirómanos agazapados incendien finalmente al país.