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Homenaje en Bolívar a estudiantes de policía caídos

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

El municipio de Mahates, Bolívar, donde la vida parece bailar al compás del sol y la suave brisa murmura historias de valentía, este viernes se convirtió en un altar de memoria y esperanza. Bajo el cielo caribeño, se evocaron los nombres de los 22 estudiantes de policía que, hace exactamente cinco años, fueron asesinados en un acto de barbarie que marcó para siempre la historia de la Escuela de Cadetes Francisco José de Paula Santander. Aquella tragedia, que tiñó de luto a una nación, encontró en Mahates un espacio donde el dolor se transforma en fortaleza y el recuerdo en un himno eterno de justicia.

El viento, cargado de un aroma a vida y nostalgia, parecía susurrar los nombres de los jóvenes héroes. Era como si el aire mismo se convirtiera en un canto silencioso, rindiendo tributo a quienes ofrecieron su existencia por el ideal de la justicia. En la iglesia del pueblo, los uniformes impecables de los gendarmes reflejaban no solo la luz inclemente del sol caribeño, sino también el compromiso y el honor que nunca se extinguen.

La ceremonia comenzó con una eucaristía que trascendió lo religioso para convertirse en un diálogo entre el presente y la eternidad. Cada nota de la melodía, llevada por el viento, parecía resonar en los corazones de los presentes, que alzaban sus miradas al cielo como si esperaran una señal divina. Las palabras del teniente coronel Jhon Edward Correal Cabezas fueron como un bálsamo para el dolor: “A las familias de nuestros héroes, les decimos que su sacrificio no fue en vano.” Su voz, profunda y cálida, tejió un puente invisible entre los presentes y aquellos que ahora habitan en la memoria inmortal de la nación.

Las ofrendas llevadas al altar adquirieron un simbolismo especial: el pan y el vino, representación del sacrificio de Cristo, se unieron a un uniforme que hablaba de disciplina, servicio y valor. Una vela encendida se alzó como emblema de esperanza, su luz vacilante recordando la vida de los policías: breve, pero luminosa.

Oficiales, Suboficiales, patrulleros y civiles se unieron en un homenaje lleno de significado. Las velas encendidas parecían murmurar plegarias, y por momentos parecían dibujar las siluetas de jóvenes marchando hacia un horizonte de justicia.

La Ley 1998, que consagra el 17 de enero como el “Día Nacional del Estudiante de Policía”, no es solo un documento legislativo; es un pacto con la memoria colectiva. En el departamento de Bolívar, este pacto se vive con intensidad. La comunidad, unida por el duelo y el agradecimiento, organizó actividades que llevaron a las calles el espíritu de servicio que los estudiantes dejaron como legado. Afuera, la bandera ondeaba a media asta, su movimiento recordando que incluso en el luto, hay fuerza.

Al cierre de la jornada, el comandante Correal resumió el sentir colectivo con palabras cargadas de solemnidad y esperanza: “Cada actuación nuestra es una manera de honrarlos, de decirles que no se han ido. Mientras haya justicia por la cual luchar, ellos estarán en la primera fila.”

En el territorio bolivarense, donde la realidad y lo mágico se entrelazan, los 22 estudiantes de policía no son solo recuerdos: son la fuerza que impulsa cada acción, el susurro en cada brisa y la luz que titila en cada estrella. Su sacrificio no fue en vano; su legado vive en cada uniforme que se ciñe al cuerpo y en cada corazón que late por la justicia y la paz. Porque los héroes, cuando el eco de sus nombres perdura, nunca mueren.

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