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La soledad del presidente

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Por: Germán Danilo Hernández.

Recuerdo haber escuchado que la soledad del poder es parecida a la que sufre un boxeador en el más duro combate de su vida, cuando a la hora de la verdad “le quitan hasta el banquito de la esquina”. Iván Duque Márquez debe sentirse como ese boxeador que está recibiendo una andanada de golpes y no encuentra apoyo en su propia esquina, ni para “tirarle la toalla”. Podría estar contemplando abandonar el cuadrilátero y correr hacia la salida norte.

Duque ha padecido desde el primer día de su mandato señalamientos de ser un presidente en cuerpo ajeno, y poco ha hecho para apartarse de esa teoría. Ni la mayor concentración de poder que logró con la cooptación de entidades como la Fiscalía, Procuraduría y Contraloría, entre otras le permitió mostrarse como un mandatario fuerte y autónomo.

La percepción, lograda en buena parte por las evidencias de sus propios copartidarios, es que la verdadera línea de mando está en cabeza del jefe natural del partido de gobierno, quien no escatima oportunidad para hacer alardes de poder y seguir tomando decisiones que le corresponderían al legítimo jefe de Estado.

Pero ya el asunto dejó de ser percepción, la secuencia de errores cometida por Duque y sus “aliados” le está pasando factura. Al mejor estilo del Titanic, el choque con el Iceberg del estallido social comenzó a inundar el barco, y ya comenzaron a saltar por la borda varios tripulantes de confianza del capitán.

Quienes lo impulsaron a presentar la fallida reforma tributaria, pero luego corrieron a lavarse las manos, y después estimularon el uso desmedido de la fuerza en la represión de la protesta social, desafiando inclusiver los llamados de la comunidad internacional a la cordura, y que fueron los primeros en llamar al uso de los fusiles en las calles, ahora buscan tomar distancia del “elegido” acusándolo de “tibio”.

Duque sabe que sus antiguos aliados buscarán hacer leña del árbol caído, y que sus contradictores no le darán tregua, lo que sumado a un creciente vandalismo y a la violencia desmedida que se escuda en la protesta social, le generan el peor de los escenarios posibles.

No sería de extrañar que esté pensando en renunciar para volver a dormir tranquilo, lejos de los estallidos y de las deslealtades. Si esa fuere la opción, le convendría al país que no se salga indignamente del ring, para retomar la analogía del boxeador, sino que sea su “cuota de sacrificio”, en una salida definitiva a la crisis, para dar paso a un gobierno de transición en paz, mientras se producen las nuevas elecciones, y que sean los colombianos en las urnas, quienes decidan libremente la nueva conducción del país.

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