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28 abril 2023
Por: Orlando Díaz Atehortúa
Creo que vale la pena leer porque los libros ocultan países maravillosos que ignoramos, contienen experiencias, que no hemos vivido jamás. Uno es indudablemente más rico después de la lectura. Adolfo Bioy Casares En los niños, a veces no es fácil filar las letras para leer, son como “pulguitas” amaestradas, que deben ubicarse bien, para poderlas comprender, ellas nos nutren el pensamiento, nos ayudan a ser mejores personas y a emprender unos viajes fantásticos sin necesidad de movernos del sillón.
Son como una válvula de escape, para esos momentos de aburrimiento, de ansiedad, de soledad, monotonía, de tristezas. Nunca en la historia de la humanidad se nos había presentado tanto estrés, una de sus causas, el amor a la lectura, pienso, está en franco retroceso, el televisor, los celulares, etc, etc, nos están ganando la partida, a eso súmele la I.A.
Sin embargo, no todo está perdido, en mi caso, este bello pasatiempo se lo transmito cada vez que puedo a mis adorados nietos, leyéndoles fabulas de Esopo, Samaniego; los cuentos de los hermanos Grimm, Rafael Pombo, entre otros. Cuando estoy con ellos, a veces en escenas teatrales de lectura, ríen, lloran, se sonrojan, preguntan, sus ojos se ponen como unos platos, maravillados por la magia de las letras.
Para el 23 abril, día del idioma, con Jacobo, estuve leyendo “Pinocho” (Carlo Collodi), me preguntó, quién era Strómboli (Peli 1940), un personaje circense que viaja de pueblo en pueblo, con sus títeres, haciéndose rico, incluso a expensa de los otros, no importando lo que se haga (Maquiavelo) con tal de conseguir las metas. De ahí, le hice caer en cuenta a Jacobo, lo egoísta que era este personaje, además, de recrear algunos valores que subsisten en la historia, como están el de la responsabilidad, no confiarse de los extraños, el respeto, el esfuerzo.
Recordemos que el hada azul le concedió el deseo a “Pinocho” de convertirse en un niño de carne y hueso, bajo las condiciones que tenía que ser generoso y obediente, por no ir a la escuela le puso orejas de burro, y cada vez que decía una mentira le crecía la nariz.
No es fácil, en esta sociedad del cansancio (trabajar hasta tus últimos límites físicos y mentales) del espectáculo (vale más tomarse la foto con el herido, que auxiliarlo) light (ligera, con hombres fríos, sin criterio propio, con opiniones que cambian rápidamente, desatendiendo los valores transcendentales- toda da igual), y una sociedad en extremo frívola (Hedonistas, solo se piensa en el aspecto divertido de la vida, sin concederle a las personas o cosas la importancia que merecen). Prima entonces lo insustancial, sin compromisos con la realidad, y ahí nos preguntamos, si está quedando algún tiempo para leer con nuestros hijos, los nietos, e inculcar los valores que se han transmitido de generación en generación. De nuevo somos del pensamiento que los padres, los abuelos, los familiares cercanos, son los primeros llamados a ejercer la importante
tarea que los niños le tengan amor a la lectura, luego están los docentes.
Cómo se podría canalizar esta situación, pienso que se deben dejar esos libros buenos, bonitos, coloridos, en un lugar accesible, además, si a un niño le gustan los dinosaurios, no puede faltar ese tema en el lugar seleccionado. Se recuerda, estamos emprendiendo una lucha contra las tecnologías; así, que chévere que lleváramos a esos niños a tertulias o reuniones grupales para escuchar los cuentos a viva voz.
Las bibliotecas siempre serán un buen refugio para nuestro fin. Además, religiosamente, aunque sea una vez por semana, debe existir un horario obligado para la lectura, solo así estaremos construyendo un mundo mejor para la humanidad.
No solo entramos en estos lugares mágicos para adquirir conocimientos propios y a veces críticos, si no también para entrarnos en el mundo de los valores, que tanta falta nos hacen en la actualidad, por ejemplo, con caperucita roja, aprendemos a no confiar en los extraños, la obediencia, y que nunca nos debemos desviar de nuestras metas, siempre transitando por los caminos de la rectitud. En Peter Pan, están presente las virtudes de la amistad, el saber perdonar, trabajo en equipo, la solidaridad, recordemos de este cuento una sola frase “no dejes nunca de soñar. Solo quien sueña aprende a volar” es una verdad entonces que el libro es uno de los mejores y más eficientes transportes para alcanzar nuestros sueños.