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Lluvia de recuerdos… (Narraciones de invierno)

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Por: Freddy Machado

“Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos; aceptarlos”

-Julio Cortázar-

De niño, mamá aseguraba, con una convicción inquebrantable, que: “las primeras lluvias eran malas para la salud” y, mientras mis amigos del barrio jugaban por todas las terrazas del Alto Bosque, disfrutando los aguaceros, mi molestia se hacía infinita, admirando, a la distancia, todas sus gestas provocadoras.

Las segundas y terceras lluvias, también eran contraproducentes para mi vieja…

En esos momentos, poseído por la envidia, y la desazón, desde el ventanal -lo recuerdo pues siempre los espiaba- me limitaba a enseñarles a mis vecinos, desde la distancia -a la manera de Tom Sawyer- que existía algo mejor y más divertido que la lluvia: un libro. En esa época eran un lujo los ejemplares de la colección de Ariel Juvenil Ilustrado.

Mis amigos, indiferentes, seguían usufructuando los chorros de las terrazas de las casas del barrio y por nada del mundo, renunciaban a semejante disfrute colectivo.

En ese proceso, cada invierno confirmaba el equívoco de “la teoría del caso” de mamá, sobre los males de las lluvias y solo hasta hoy, filosofando junto a mis hermanos, coincidimos en cuanto a que en esas pequeñas prohibiciones, se construía, a pulso, el carácter y el verdadero respeto por nuestros mayores.

La suma de inviernos nos va haciendo “grandes” y la nostalgia por todas esas experiencias del pasado de alguna manera nos sensibilizan pues son momentos irrepetibles como lo exponía Fredy Molina en la canción de “Los Tiempos de la Cometa”.

Y es que las lluvias de octubre y noviembre en Cartagena, me traen esas imágenes de la infancia.

Las lluvias, dependiendo de la región y de las experiencias de la infancia, son distintas. Las lluvias tropicales me gustan, en comparación con las de Bogotà. Las lluvias capitalinas son ajenas a mi infancia y a la dinámica de la vida en el caribe. En Bogotá cae la lluvia y, en ocasiones, vienen acompañadas de granizadas. Esas lluvias, no alcanzan a paralizar la ciudad y el sol por días se hace esquivo.

Las lluvias de la capital le pertenecen a otros niños y generan otras nostalgias.

En Bogotá abunda una llovizna llamada la triple “e”. Se le llama así porque “empapa, emputa y enferma”. Lluvias incómodas y necias. En esa ciudad, a unos 2.640 metros de altura sobre el nivel del mar, suelen presentarse temporadas en las que las lluvias se precipitan hasta tres veces en el día. Es como si lloviera por turnos, y como la ciudad no se detiene, producen fastidio pues te obliga a deambular portando una humedad infinita, especialmente en los calcetines.

Los bogotanos conocen sus lluvias. La lluvia en el altiplano, es una lluvia gélida y se hace acompañar de ese viento que viene del páramo y que caracteriza a los inviernos capitalinos.

Un momento crítico para los costeños radicados en Bogotá -o de visita- es la hora del crepúsculo en la tarde. Ese momento se entremezcla con la “hora pico” y con todo ese caos de una ciudad que supera los 10 millones de habitantes. Después se viene la noche-noche y para ese momento los costeño nos recuperamos anímicamente pues la noche, con todas sus sombras, no deja de ser enigmatica en cualquier lugar.

El regreso a casa es la búsqueda de un sitio seguro, pero no es lo mismo cuando estás de visita en otra ciudad pues es una sensación muy compleja.

Todas esas añoranzas y prejuicios me pertenecen, me habitan y siguen vigentes como un despertar por el ruido de truenos lejanos sin volver a conciliar el sueño.

La gripa también es un referente de la infancia. La gripa, desde la pandemia, dejó de ser esa vieja amiga pues ha perdido su inocencia. De Pestes y Pandemia nos hablaba la literatura de Camus y Gabo. Nuestra generación siempre consideró lejanas esas narraciones.Tampoco estaba prevista la posibilidad de un encierro por razones de supervivencia. Se suponía que la pandemia era un territorio exclusivo de la literatura.

La gripa dejó de ser esa viajera que iba y venía cada cierto tiempo y que nos sorprendía, precisamente con la finalidad de que las abuelas nos hicieran beber esa fórmula mágica de agua panela caliente con limón y otras hierbas. Muchos de nuestros mayores fallecieron en plena pandemia y mucho antes de conocer la lotería de las vacunas. Hoy, casi nadie admite que tiene gripa sino que nos hacen creer que sus síntomas corresponden a alergias innominadas.

Y, mientras el invierno persiste y se anuncia una nueva temporada de gripas, prefiero encerrarme en mis añoranzas y en especial, con los mejores recuerdos de cuando era niño y la vieja Nelly, con autoridad, me prohibía bañarme bajo la lluvia.

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