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Paz total: ¿Una quimera?

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Por: Germán Danilo Hernández

Se dice que toda guerra termina en una mesa de negociaciones, a menos que uno de los bandos someta por completo al enemigo. En la historia de las infinitas guerras que ha padecido Colombia, la derrota militar de los contrarios no ha sido posible, y las negociaciones de paz, con contadas excepciones, han tenido toda suerte de tropiezos. Desde ese referente, buscar la pacificación por las vías del dialogo en nuestro país es un desafío de alto riesgo, y hablar de paz total resulta para muchos una quimera.

El conflicto interno colombiano tiene tantas complejidades y ramificaciones que ni el más fuerte de los ejércitos, o los más expertos negociadores del planeta podrían ponerle fin en el campo de batalla o por las vías del entendimiento a manteles. El propósito planteado por el gobierno electo de buscar una “paz total” es de proporciones épicas; le corresponderá transitar entre las balas y las palabras para poder convencer al país de que por lo menos vale la pena intentarlo.

La misma dinámica de la guerra intestina ha impactado, como efecto colateral, las mentes y corazones de la gran mayoría de colombianos, generando sesgos interpretativos que en algunos casos conllevan a la descalificación predeterminada de cualquier intento de paz, y en otros a aceptarlo solamente condicionado a que logre resultados de sometimiento de contrarios, lo que no se han podido conseguir con la confrontación armada.

Soy por convicción un militante de la paz, y creo en su búsqueda constante como un objetivo de la sociedad; pero también tengo la certeza de que la guerra, como estrategia política y de poder, tiene ideólogos y ejecutores que no cesarán en sus dinámicas de imposición de intereses y de dogmas por la vía armada, contando también con respaldo de muchos que convierten la palabra en un arma de destrucción masiva.

Interpreto la propuesta de paz total, como el deseo de involucrar a los diferentes protagonistas de la violencia, independientemente de su origen, en la exploración de caminos para privilegiar el dialogo, pero no como una romántica ilusión de conseguir a la vuelta de la esquina un país plenamente reconciliado en el que los sonidos de las balas y de las ráfagas verbales entre contradictorios sean remplazados por abrazos colectivos ambientados con cánticos celestiales.

Soy escéptico sobre la conquista de esa idealizada paz total, por lo menos en el corto y mediano plazo, pero considero acertado el uso del concepto para avanzar en el propósito de privilegiar la vida en un país donde está excesivamente subestimada.

Adenda: Absurda, contradictoria y demencial la estrategia de quienes asesinan a jóvenes Policías en simultánea con llamados a dialogar. La vida de los uniformados vale tanto como la de todos los colombianos. Solidaridad con los familiares de los agentes inmolados.

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