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Polarización si, sectarismo no

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Por: Danilo Contreras

Carlos Gaviria Díaz decía que uno de los vicios de la sociedad colombiana es aspirar a la uniformidad del pensamiento y convertir al contradictor en enemigo, de lo cual se sigue la violencia que acredita la historia nacional. Quizás por esa razón la jerga política ha demonizado el término “polarización”, siendo que en una comunidad democrática es deseable que existan múltiples maneras de imaginar la vida social y una pluralidad de concepciones de vida buena. Lo contrario es fascismo y/o totalitarismo velado o explícito.

En la obra Capital e ideología, Thomas Piketty sostiene: “…no es de extrañar que no exista una ideología capaz de concitar una adhesión unánime: el conflicto y el desacuerdo son inherentes a la ideología como tal…”.

Entonces podríamos discernir que una sociedad enferma no es aquella que abriga a personas o partidos con posturas ideológicas contrarias o “polarizadas”, sino una comunidad que pretende la homogeneidad del pensamiento. Luego el problema no es la contradicción política, incluso radical; la cuestión reside en realidad en la incapacidad de resolver racional y pacíficamente las diferencias.

Ahora bien, la construcción de una postura política debería corresponder a la búsqueda personal de ilustración y conocimiento respecto de lo que significa para cada quien la “sociedad imaginada”. La autonomía y cierto escepticismo, resultan esenciales en tal elaboración, de modo que solo los mejores argumentos sean los que edifiquen el convencimiento, en vez de la manipulación o el engaño.

Mientras que una polarización así concebida no resulta ser tan reprobable como lo denuncian algunos sectores, en especial del establecimiento, el sectarismo, que algunos apresuradamente pueden confundir con polarización, resulta ser fuente de grandes males de la nación.

El sectarismo se alimenta de intolerancia y odio por todo aquello que se manifiesta como diferente a la propia manera de pensar o concebir el mundo, especialmente en lo político, lo religioso o el posicionamiento social. La manipulación y los prejuicios generalmente promovidos desde posiciones de liderazgo mesiánico o mediático, obstaculizan la deliberación racional. Así, el conflicto dialéctico que es capaz de mover hacia adelante una sociedad, se imposibilita. Solo cabe la eliminación del contrario o de su pensamiento sin que exista posibilidad de acordar o pactar.

La historia universal y nacional están llenas de ejemplos lamentables de sectarismo. Durante décadas chulavitas y cachiporros se mataron sin tregua por cuenta de colores banderizos y razones dudosas e injustificables difundidas por tenebrosos jefes políticos e incluso prelados católicos.

En pleno siglo 21, luego de 240 años exactos desde la publicación del ensayo ¿Qué es la ilustración?, en el que Kant lanzó a la humanidad el desafío “sapere aude” (atrévete a pensar), la ciencia y la tecnología que prometían ilustración, paradójicamente se convierten en fuente de enajenación y engaño. Los influencers y tiktokers reproducen sin pausa mensajes sectarios y nos encierran en burbujas virtuales que nos impiden salir a conocer, interactuar y pactar que es el punto más elevado del quehacer político.

El sectarismo se cuela por cualquier hendija, desde un partido de futbol hasta una interpretación vallenata, de modo que si se aprecia la reflexión crítica, hay que estar alertas.

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