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Sancocho comunitario: Encuentro de corazones y esperanza

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

El corregimiento de Buenos Aires, en el municipio de Regidor, Bolívar, es un lugar donde los días transcurren entre la tranquilidad de la naturaleza y la vibrante energía de una comunidad decidida a forjar su propio destino en medio de las adversidades. Sin embargo, al mediodía ayer, el tiempo parecía haberse detenido, como si el viento susurrara historias de esperanza entre los árboles, mientras la calidez de un sancocho comenzaba a cocerse en una gran olla de metal.

La comunidad de Buenos Aires no solo se reunía para compartir una comida; estaban creando algo mucho más profundo: puentes invisibles entre corazones, entre el presente y el futuro de su corregimiento. Con la firme intención de mejorar las condiciones de seguridad y fortalecer la convivencia, la Policía Nacional, en coordinación con los líderes comunitarios, organizó un almuerzo comunitario que se convirtió en un acto simbólico de unión y esperanza.

Los primeros aromas del sancocho se esparcieron por el aire, mientras, en los alrededores, un murmullo de conversaciones y risas animaba el encuentro. La jornada no solo estuvo marcada por el sabor de la comida, sino por los diálogos sinceros entre los miembros de la comunidad y los uniformados, quienes estaban allí para escuchar y atender sus inquietudes. En un rincón, un grupo de niños reía mientras jugaba con los obsequios que les entregaron, juguetes que representaban más que un simple regalo material; eran símbolos de un compromiso renovado con su bienestar.

El Mayor Walter Deiber Ramos Romero, jefe de grupo territorial para La Paz, observaba con una sonrisa tranquila. Sabía que la verdadera magia de este encuentro no se encontraba solo en el sancocho ni en los obsequios, sino en los lazos invisibles que se tejían entre sus compañeros y los asistentes. «Hoy no estamos solo cocinando sancocho, estamos cocinando paz», dijo con una mirada serena, casi como si el viento le diera la razón.

El evento, que contó con la presencia de representantes del GAULA, SEPRO, GUCAR y POLCO DEBOL, había sido cuidadosamente planificado. Durante la jornada, se realizaron ejercicios de diálogo, donde los líderes de la comunidad pudieron expresar sus preocupaciones, pero también sus esperanzas. Las palabras no solo fueron escuchadas, sino acogidas con el compromiso de trabajar juntos, codo a codo, para que los sueños de una comunidad segura y en paz se convirtieran en realidad.

La magia de la tarde no solo residió en el acto físico de compartir un buen sancocho, sino en la capacidad de los asistentes para crear un ambiente de confianza. Se trataba de una comunidad que, al igual que la comida que se preparaba, se estaba cocinando a fuego lento, con cada palabra, cada gesto, cada compromiso. La seguridad, al igual que el buen caldo, no se logra de inmediato, pero se va construyendo con dedicación, amor y paciencia.

A medida que la tarde caía sobre aquella zona rural, el sancocho ya se había acabado, pero el ambiente seguía vibrante con una energía renovada. En ese instante, la comunidad comprendió algo más profundo: el cambio no se construye solo con acciones aisladas, sino con la voluntad de unir esfuerzos y trabajar por un bien común. Y en ese espacio de convivencia, la policía ya no era vista solo como una autoridad distante, sino como un aliado cercano, comprometido con su gente.

El viento, como si también entendiera la importancia de la jornada, susurró entre las copas de los árboles, llevando consigo la promesa de un futuro donde la seguridad no solo se mide por la ausencia de conflictos, sino por la presencia de confianza, diálogo y unidad. En Buenos Aires, ese día, el sancocho no solo alimentó el cuerpo, sino el alma de todos los que allí estuvieron.

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