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Por: Álvaro Monterrosa Castro.
Esa frase histórica, de una epidemia de hace siglos vuelva a ser vigente en la actual pandemia COVID-19. Es una de las tantas frases que aprendí en las aulas del Colegio de la Salle, y que no he podido olvidar jamás. Aunque se reseña como una frase de GABO, por estar en una de sus novelas, realmente fue la advertencia con la cual un noble francés despidió al hijo que salía como aventurero a recorrer el mundo. Discurría por entonces el agitado siglo XVI, y toda Europa y Asia yacían indefensas bajo las alas enormes y tenebrosas de una epidemia altamente contagiosa, de causa desconocida, que los médicos intentaban curar, en vano, con una pomada a base de mercurio, cardenillo y litargirio desleídos en grasa de cerdo o de perro. Tardaron varias decenas de años para que la ciencia le colocase el nombre correcto a la enfermedad: sífilis o lúes venérea.
La infección entró al viejo continente por la península española, mezclada con el oro, piedras preciosas, maderas, frutas y todo lo demás que “los descubridores” se llevaron del nuevo mundo a bordo de las famosas carabelas de Cristóbal Colon. Los marineros procedentes de “Las Indias”, viviendo el regocijo del crucial acontecimiento, saciados los bajos instintos humanos, se olvidaron de la lesión ulcerosa que un día habían notado en sus genitales o en la piel, y que había curado espontáneamente durante el viaje de regreso. El jolgorio y la francachela no daba tiempo para recordar pequeñeces y los nuevos héroes se dispersaban triunfantes por toda Europa, llevando dentro de sí, sin saberlo, un germen que implacable y por muchos siglos, devastaría a la humanidad.
Además, en esos finales del siglo XV e inicios del XVI eran frecuentes las invasiones de un reino a otro, se luchaba desesperadamente en la conformación de imperios, y es que nunca ha sido diferente en aras a la verdad. La soldadesca victoriosa disfrutaba febrilmente en extenuantes bacanales, de las mujeres de los vencidos tomadas como botín. El germen se diseminó silencioso, cruzó fronteras y dañó irremediablemente muchos órganos. La enfermedad lentamente se fue agravando en los infectados y fue cursando lo que más de 400 años después, se denominarían las etapas clínicas de la enfermedad. Se tardaron todos esos años para entenderla. Fue un duro e inmenso latigazo que recibió la humanidad, así de infames son todas las epidemias, incluida la actual.
Para los hombres de ese siglo era “una ulcerita”, así como para los actuales es “una gripita”. Nadie imaginaba al comienzo, que pocas semanas o meses después de la lesión inicial que había curado sola, aparecían lesiones pustulosas y repugnantes de piel. No se imaginaron que meses o años después, caerían por pedazos totalmente dañados, el cerebro, los pulmones, el corazón, el hígado, los huesos, las articulaciones y nacerían hijos infectados por el mismo agente invisible (la posteriormente denominada, sífilis congénita).
Entre las gentes, la desconocida enfermedad comenzó a ser llamada con el nombre del vecino más odiado. Fue así como en Alemania se le llamo: “El Mal de Nápoles”. Los Franceses le decían “La Italiana”, y los italianos “La Enfermedad de los Franceses”. Posteriormente llegó a Polonia y se conoció como “La Enfermedad Alemana” y como “Enfermedad Polaca” hizo estragos en Rusia. A medida que la epidemia crecía, se incrementó la lista de denominaciones.
Pocos años después de diseminarse por la superficie del viejo continente se señaló que era una enfermedad de transmisión sexual. Y como sucede en todas las epidemias, apareció la estigmatización y la discriminación. Alguien era el culpable de la epidemia, alguien se enriquecía con la enfermedad y con los muertos, y el señalamiento cayó inclementemente contra las prostitutas. Llovieron las prohibiciones, no obstante la enfermedad siguió propagándose y afectando a humanos de todas las edades y condiciones sociales. “Un azote de Dios”, decían y así está anotado en los libros de historia de la medicina. Para esas épocas, el aseo y el baño corporal que se realizaban en salones colectivos, fueron consideraron peligrosos y las reales fuentes del contagio. La humanidad, que siempre ha buscado la paja en el ojo ajeno, generalizó entonces y por muchos años, la costumbre de evitar bañarse.
La enfermedad continuó causando severa mortandad, millones de personas se calcularon, mientras que en los sobrevivientes se generaban mezclas desconocidas de síntomas y alteraciones en diferentes órganos. La caída del cabello y las deformidades en la piel, son dos ejemplos. Por más de cien años, la primera se disimuló con vistosas pelucas y las segundas, con exorbitantes vestidos largos de seda y encajes, así como trajes de altos cuellos engominados y mangas largas rematadas en ribetes de satín que cubrían buena parte del cuerpo. Amén del uso de guantes. Mientras las vestimentas denotaban finura y posición social, ocultaban los estragos de esta epidemia aterradora.
Con las últimas luces del siglo XIX, cuando la microscopia aún estaba en pañales y la epidemia contaba más de 400 años de castigo, al fin se pudo ver el germen causante. Lo encontraron oculto y nadando en los rincones más profundos de todos los órganos que había destruido, allí vivía feliz y posicionado el Treponema Pálido, como fue denominado. Todos los medicamentos utilizados en esos años habían fracasado y debieron pasar todavía más de 50 años de investigaciones, para que se encontrara un medicamento que fuese efectivo para matar al Treponema. Ese medicamento fue la penicilina benzatínica y continúa siendo en todo el mundo el medicamento de primera elección, el más económico, aunque hay otras alternativas.
El advenimiento del medicamento fue un bálsamo para la humanidad, finalizaron las muertes por sífilis luego de cinco siglos, se redujeron los daños graves en los pacientes y se cerraron los consultorios especiales para los afectados. Pero la enfermedad no fue desterrada, mis profesores de la escuela de medicina de la universidad de Cartagena, nos advertían:
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Hay que estar pendientes, la sífilis se presenta de muchas maneras, es la “Gran Simuladora”.
Desde el año 2000 viene en aumento, actualmente hay muchos casos en todos los países. A nivel mundial en los últimos dos o tres años, se han reportado millones de casos. Aún no hay vacunas. Si a una mujer embarazada no se le hace el diagnóstico y tratamiento, el bebé moriría en el útero o nacerá con los daños graves de la sífilis congénita. Si usted presenta una prueba de VDRL positiva, debe pronto ser valorado para identificar que sucede. Existe otra situación delicada, en Colombia hace más de dos años hay desabastecimiento de la penicilina benzatínica y al parecer nadie ha dicho nada.
Por tanto, la frase de hace tantos años sigue siendo válida, el Treponema Pálido está allí agazapado, escondido, entre las carnes de varones y mujeres. La misma frase es válida para la actual pandemia COVID-19. En todas las epidemias de la humanidad, los grandes facilitadores para la diseminación de los gérmenes infecciosos han sido: los viajes de los humanos entre pueblos y naciones en guerra o en paz y los conglomerados de personas en hacinamiento. Ambos condicionantes están a la orden del día, y más presentes que nunca. Si bien se conoce que la pandemia es producida por un germen que pertenece al grupo de coronavirus, no se sabe cómo enferma y mata al ser humano. No se sabe si deja inmunidad. No se sabe qué medicamento de verdad sirve. No hay vacuna. No se sabe que daños quedan cuando el enfermo grave sobrevive. No se sabe sobre el riesgo personal y colectivo de los asintomáticos. No se sabe si hay recaídas y entre otras cosas que no conocemos, no se sabe cuánto demorará la actual crisis sanitaria mundial. Así ha sido y son las epidemias, el desconocimiento suele ser total.
Para el presente la humanidad está de nuevo en jaque, sobre todo que no hay tratamiento curativo para ninguno de los virus identificados y es más, aun la humanidad científica no está de acuerdo si los virus son seres vivos. La primera línea de combate no son los médicos como han dicho, es cada persona. Ella misma con su auto protección y disciplina, es la responsable frente a una enfermedad que genera desolación. Para el 24 de junio del 2020 más de 100.000 latinoamericanos han fallecido, en unos tres meses. Si seguimos con el incumplimiento colectivo o masivo, la irresponsabilidad social desbordada y mal argumentada o entendida, gritando necesidades incongruentes o ridículamente justificadas, sigue siendo vigente decir a los que incumplen las recomendaciones: si no temes ni a Dios, témele al COVID-19.