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Solidaridad | Tocó puertas y la bendición le llegó de la Policía Nacional

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Por Emilio Gutiérrez Yance

En la tierra donde danzan “Las Farotas” ha vivido toda la vida Julio Enrique Morales Herrera, allí donde se vive de la pesca, la agricultura, la ganadería y del comercio, nació hace 97 años con la esperanza de vivir un siglo y porque no un poco más.

Era un hombre lleno de vida, dicharachero, contador de cuentos, agricultor, pescador y artesano. Amigo de sus amigos. Su hija Osiris María, lo describe como un hombre trabajador que forjó a 12 hijos con el sudor de su frente, de los cuales sobreviven 10 también en condiciones difíciles, algunos en Venezuela.

Osiris María, quien lo cuida hace varios años y que hoy también está golpeada por el paso del tiempo y por las múltiples necesidades económicas, cuenta que su padre no faltaba a ningún velorio para darle el último adiós a quienes le llevan la delantera.

Morales Herrera, hacía faenas de pesca y cultivaba yuca, ñame, plátano, y otros productos de pan coger en tierras que alquilaba por cuatro años mientras recogía la cosecha que más tarde vendían sus hijos de puerta en puerta en aquella población conocida como Talaigua Nuevo, Bolívar que recorrió en una vieja bicicleta.

Con el correr de los años ese hombre curtido por el sol y forjado a punta de trabajo fuerte, se fue debilitando y comenzó a temblarle una de sus manos, terco como esos “viejos” que se niegan a visitar a un médico, compraba medicamentos a vendedores ambulantes que llegaban de otras regiones diciendo que tenían ungüentos, jarabes y pastillas que curaban todos los males, pero eso de muy poco le sirvió.

Las enfermedades comenzaron a juntarse y fue diagnosticado con Parkinson, Alzheimer y para colmo de males perdió la visibilidad por un ojo. La falta de actividades le fue minando aún más su salud y poco a poco fue perdiendo la movilidad, allí comenzó un nuevo viacrucis, pues ya no tenía fuerzas en sus piernas y requería ser cargado para todas partes inclusive al bañarlo y hacer otro tipo de necesidades, se maltrataba porque las fuerzas de Osiris ya no eran suficientes para sostenerlo en pie.

Su hija presa de los nervios lloraba sin descanso y en oración pidiendo ayuda para conseguir una silla de ruedas y otra donde poder bañarlo con menos dificultad. Desesperada tocó muchas puertas, incluso la de aquellas personas que andan buscando votos para las próximas elecciones regionales pero en ninguna recibía respuesta positiva, hasta que pasó por la estación de Policías de Talaigua Nuevo y una voz en su interior le dijo que allí podía conseguir lo que tanto andaba buscando para su “querido viejito” como ella misma lo llama.

Habló con el Intendente Castillo Serrano y comenzó a ver una luz al final del túnel porque allí le dijeron que si podían ayudarla pero había que esperar un poco, salió con la esperanza y la fe fortalecida por aquellas palabras que le había dicho el comandante de la Estación de quien todos dicen es un hombre con un gran corazón dispuesto a servir.

El 14 de enero de 2023 la sorpresa fue mayúscula cuando tocaron a la puerta de su casa ubicada en un marginado sector del barrio La Paz y al abrir, allí estaba esa tan anhelada y necesitada silla de ruedas y de baño que sin duda alguna era una gran bendición para mejorar un poco la calidad de vida de su padre.

La bendición había llegado de manos de la Policía Nacional y el estallido de alegría en medio de tantas dificultades fue incomparable. Los abrazos, el llanto de júbilo y los agradecimientos no se hicieron esperar. Los Policías conmovidos por aquella situación decidieron entre todos poner un granito de arena para que se le hiciera el milagro.

“Dios los bendiga siempre y les multiplique este gesto tan bonito de solidaridad que han tenido con mi viejito para que el al menos viva los añitos que le quedan con menos dificultad”, dijo Osiris.

Osiris, dice que su papá ahora es como un bebé que necesita muchos cuidados, el estar pendiente todo el tiempo de él, no le permite trabajar en casas de familia como anteriormente lo hacía, eso dificulta aún más las cosas, pues su esposo un venezolano que llegó desplazado de ese país, se rebusca el día a día y con ello logran atizar el fogón y comer aunque solo sea una comida al día. “aveces no tenemos ni para comprar un pan”, asegura la mujer.

“Ahora estamos más angustiados porque se anuncia un paro indefinido y están diciendo que hay que aprovisionarse de alimentos, nosotros apenas podemos comprar lo del día y mi papá es un hombre que necesita alimentación especial, hacemos un gran esfuerzo por comprarle lo que requiere”. Añade.

Sostiene que las ayudas económicas que antes recibían del Gobierno Nacional ya no llegan y eso hace el panorama aún más preocupante. La falta de tiempo y de dinero ni siquiera le permiten hacer bollos, mazamorra, chicha con lo que antes se rebuscaba.

Este 16 de mayo, si Dios le da licencia don Julio, llega a sus 98 años de edad, aunque ya habla poco no quiere que “la Pelona” como llama a la muerte lo recoja aun y en pandemia cuando las esperanzas eran pocas sobrevivió al Covid-19.

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