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Solita y Cecilia

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Por: Enrique Del Río

A mi amigo Alberto Baladi Gedeon.

Cada día es más común escuchar historias de animales abandonados, asesinados, violados, entre otros actos dolorosos en contra de seres que no tienen la culpa del vacío existencial y la frustración de esas personas capaces de proyectar la falta de sentido de sus vidas con ellos. Estos actos revelan una profunda falta de empatía y el irrespeto por la vida y el bienestar de seres que, al igual que nosotros, merecen amor y cuidado.

El respeto hacia los animales debería ser una extensión natural de nuestra humanidad, ellos no pueden hablar ni defenderse, por eso necesitan nuestra compasión, no solo por lo que representan en términos de inocencia, sino también porque su sufrimiento refleja una carencia en nuestra capacidad de ser verdaderamente humanos. Dos ejemplos de que los animales sienten y sufren son, Solita y Cecilia, dos perritas cuyas vidas han sido marcadas por circunstancias trágicas.

Solita es una perrita que toda su vida ha vivido en las calles del Centro Histórico de Cartagena, con el tiempo una persona se hizo cargo de su alimentación, cuidado y sin sacarla del mismo entorno, la acogió como su fiel compañera, hasta que la vida le dio un giro inesperado. Su dueño, implicado en un episodio donde presuntamente acabó con la vida de alguien, se vio forzado a huir, dejándola desprotegida. Ahora, Solita, haciéndole un verdadero honor a su nombre, vaga por las calles, desamparada, a la merced de quienes pasan por el sector. Sin hogar, comida regular y sin el cariño de un amo que la cuide.

Cecilia tiene una historia diferente, pero igualmente desgarradora, que conocí por el periódico El Universal “Cecilia, la testigo del brutal asesinato de sus amos: Silvia y Luis”. Sus dueños, quienes se ganaban la vida como recicladores, fueron asesinados. Ella fue encontrada al lado de sus cuerpos cuidándolos y con la esperanza que ellos despertaran del sueño eterno. Ahora, está en un refugio temporal que le ofrece cuidados, pero su mirada triste refleja el dolor de una pérdida que no puede ser sustituida por un simple techo. Tiene un futuro incierto y sufre la espera interminable de una familia que le brinde el amor que tanto necesita.

Estas dos historias, nos ofrecen una oportunidad para reflexionar y actuar en pro de ellas y de cualquier otro animalito de la calle que requiera de nuestra bondad. Ya desde el Congreso de la Republica a través de la Ley Ángel se está haciendo lo posible para visibilizar este asunto a mediano y largo plazo. Mientras eso sucede nos corresponde contribuir de manera individual con los animales de nuestro entorno, adoptándolos, donando a las fundaciones, esterilizando de nuestro bolsillo a los perros y gatos que tengamos cerca y promoviendo la conciencia sobre el cuidado responsable de los animales ¡Actuar es un acto de amor y responsabilidad que no nos cuesta mucho, no seamos indiferentes!

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