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Por: Germán Danilo Hernández
La unión de las palmas de las manos frente al pecho, a manera de oración, acompañada de una ligera inclinación de la cabeza y la pronunciación de la palabra “namasté” representa un saludo de bienvenida y despedida, originario de la India que se extendió a Asia y luego a varias culturas occidentales. Se le concede el significado espiritual de “mi alma honra a vuestra alma”, o se asume como una señal de respeto.
Ese saludo ha sido incorporado a múltiples prácticas con sentido espiritual, religioso, reflexivo y de sanación; es usual entre los practicantes de yoga, y la palabra ha cobrado variadas significaciones en otros contextos, como gratitud, reverencia, reconocimiento a la dignidad, conexión, hasta interpretarse como toda una filosofía de vida.
Precisamente sobre esa interpretación se fundamentan conceptos y estilos de relacionamiento de las personas con los demás, con el universo y consigo mismas, que generan cada vez más adeptos entre quienes buscan de manera permanente u ocasional darse la oportunidad de romper con las angustias, los ruidos, el estrés y las pesadumbres de la cotidianidad. Un sector del turismo internacional encontró en ellos un interesante nicho de mercado al que presenta una oferta no convencional y atractiva.
Cartagena, como primera ciudad turística de Colombia no podía ser ajena a esa tendencia: el dúo de emprendedores y visionarios Mitzy Martínez y Juan Pablo Durán, tras una larga experiencia en el sector dieron vida entre 2018 y 2019 a
“Namasté Beach Club”, un paradisíaco y mágico lugar ubicado en la Isla de Tierra Bomba, a 10 minutos en lancha desde las playas de Castillo grande.
Frente a un mar de esplendor y playas de arena blanca, con la panorámica de la Heroica en el horizonte, encaja un espacio de abundante vegetación extraordinariamente aprovechado que busca reivindicar la cultura indígena ancestral colombiana, su cosmovisión y su poder sanador.
Se ofrece como un “centro holístico, club de playa, restaurante y hotel”, en el que adicionalmente a las comodidades de un buen resort, cuenta con un amplio jardín Zen, una casa de medicina ancestral (Maloka), creativas decoraciones con
elementos naturales en sus cabañas y espacios abiertos, y una programación para visitantes que incluye masajes relajantes, dos jornadas diarias de yoga, una de meditación y una ceremonia de fuego. “Es un espacio de tranquilidad con baja
vibración para escuchar música suave, el canto de las aves y las olas del mar, en el que se puede conectar con el interior”, explica Juan Pablo.
Namasté se enmarca en la línea de hoteles sustentables, enfocados en bienestar, mejoramiento de la calidad de vida de sus visitantes, empleados y de la comunidad; es uno de los denominados “negocios verdes”, con certificación de Cardique, y reconocimiento de las autoridades del sector. Recibe frecuente flujo de visitantes internacionales y nacionales en paquetes corporativos, familiares, de parejas o individuales, pero también está abierto a los cartageneros con opciones de alojamiento o pasadías.
Su consolidación en tiempos de post pandemia se refleja en la apertura hace un año de una sede en San Andrés y la exploración de enlaces estratégicos con otros centros de bienestar, que proponen reivindicación ancestral con una ruta
desde Cartagena hasta la Guajira.
“En estos momentos de cambios drásticos, de miedo, de transformación, de confusión, se hace más necesario que nunca que encontremos nuestro centro y nos llenemos de herramientas para aumentar nuestra calidad de vida”, argumenta Mitzy, para explicar que su misión es ofrecer espacios de iniciación, que permitan acelerar procesos de sanación y proporcionen esas herramientas que ayudan al auto sostenimiento a través de una meditación, un mantra, una frecuencia binaural, una postura de yoga, un ejercicio energético, o simplemente traer un recuerdo de un momento mágico a la mente”.
El ejercicio de la espiritualidad, de prácticas de relajación o de hábitos alimenticios no es un condicionamiento para los visitantes; quienes prefieran opciones no vegetarianas o veganas, disponen de variados platos típicos o internacionales, y quienes no se dejen seducir por el yoga y la meditación, tienen las posibilidades de consumir alcohol moderadamente, nadar en las piscinas, practicar deportes náuticos, hacer caminatas ecológicas, o disfrutar de las bondades de la arena, mar y sol.
Lo que si recalcan los anfitriones es que quienes van en busca de rumba pesada, desorden o ruidosa integración, ese no es el espacio propicio; a esos clientes también los reciben al ingreso con amabilidad, le señalan otros rumbos y los despiden con un sincero “namasté”.