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«Los terceros»

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Por: Germán Danilo Hernández.

Entre las múltiples reacciones que generó en el país la columna publicada recientemente en El Espectador por Héctor Abad Faciolince bajo el título “Las ganas de vivir en otra parte”, se cuenta un intercambio de opiniones en un chat de WhatsApp del que hago parte, y en el que aún se puede disentir sobre temas de la realidad nacional.
Todo comenzó cuando después de ser compartido el artículo por otro contertulio, manifesté que podría firmar como propio uno de sus apartes que dice textualmente: “Los unos recelan de los otros, se enfrentan, se hostigan, se desprecian con la más honda inquina. Y quienes queremos reconciliarnos con todo lo que somos, sin violencia, no tenemos ningún lugar, despreciados y odiados por unos y otros.

Un reconocido empresario, de quien me distancian las perspectivas de análisis sobre las relaciones de poder en el país, pero con quien he coincidido en interesantes procesos cívico-políticos en Cartagena, y por quien sigo sintiendo admiración y estima, me respondió puntualmente:

“Germancho, aquí hay un problema de narrativa. Yo no lo veo como un problema de izquierda y de derecha o de otras diferencias. Yo lo veo de algunos luchando por la democracia y nuestros derechos fundamentales y otros que tienen la estrategia secreta de querer robarla. Y unos terceros que no se dan cuenta”.

No reproduciré aquí la totalidad de la controversia, pero el mencionado comentario me sirve como referente para insistir en señalar que la polarización que se vive en Colombia y su profunda crisis social, terminará por llevar al país a un desastre mucho mayor en corto tiempo, a menos que se revisen y ajusten urgentemente las narrativas sobre las que se soportan los pensamientos y acciones de los principales protagonistas de la confrontación.

En el caso de mi contradictor del chat, que refleja el sentir de un amplio sector político, empresarial y social tradicionalmente cercano al poder es evidente que ha calado sustancialmente una narrativa de defensa de derechos o de privilegios que consideran en riesgo por el eventual ascenso de la izquierda a la conducción del país en el 2022, y que ello se traducirá indefectiblemente en el “robo de la democracia”. Con esa misma premisa, otros sectores extremistas están dispuestos a lo que sea necesario para impedirlo.

Desde esa perspectiva, solo habría dos opciones posibles de actuar por parte de los ciudadanos comunes: enfilarse en la extrema derecha para defender la democracia, o contribuyendo al “robo” de ésta por parte de la extrema izquierda. Lo contrario implicaría hacer parte de los terceros que no se dan cuenta de lo que pasa, y que otros más ofensivos identifican como “idiotas útiles”, “Castro-chavistas”, “comunistas agazapados”, “mamertos”, entre otros epítetos.

Paradójicamente ese enfoque coincide con el que se pretende imponer desde la orilla contraria, cuando la realidad del país se dibuja solamente en blanco y negro, siendo el lado oscuro el de la extrema derecha, que cubre con su manto tenebroso todos los matices conceptuales que pudieran existir.

No alinearse plenamente a las orientaciones o discursos de un sector de la izquierda equivale a pasar automáticamente al neo fascismo nacional. Para colmo de males cada extremo ideológico se identifica con un nombre y apellido, que no es del caso repetir, pero que, si no se asume voluntariamente, le es endilgado por unos y otros.

A diferencia del pretendido encasillamiento que propician las dos tendencias polarizantes, pienso que las grandes mayorías de ciudadanos hacen parte de ese sector que mi amigo empresario llama “los terceros”, quienes también tienen su propia narrativa, diferente a la descalificación de “no se dan cuenta de lo que ocurre”.

Hay una gran corriente de pensamiento colectivo que cuestiona los desafueros de la derecha y de la izquierda en Colombia, que condena los discursos extremistas y de odio sobre los cuales se fundamentan sus enfoques de país, y que se resiste a que se le intente marcar con etiquetas, sin formula de juicio. Desde esa corriente no formal, sin representación legal definida, se cree que no existe una sola verdad, ni únicos dueños de ésta, se defiende el derecho a la diferencia, al dialogo y a la concertación como fórmulas de entendimiento y se insiste en cerrarle las puertas a la violencia que estimula la polarización.

Si la nueva denominación de “Terceros” implica no estar enrolado en los sectores extremista, que, con sus propias narrativas, de manera premeditada o involuntaria, empujan al país al abismo de la guerra civil, asumo esa posición, pero plenamente enterado de lo que representan los otros dos, y de los intereses que persiguen. Desde esa tercería, comprendo y comparto la desesperanza de Héctor Abad, pero persistiré, como tantos otros colombianos no escuchados, en señalar caminos diferentes al dogmatismo; en reclamar opciones de diálogo y concertación para dirimir las diferencias y en creer que la democracia colombiana está muy por encima de ser un trofeo cuya suerte se debate entre custodios y ladrones.

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