Por: Bernardo Romero Parra
La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), ha informado que desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero del 2021 han muerto más de 2.665 personas civiles. Por su parte, las autoridades ucranianas han cifrado en 3.818 la cifra de civiles muertos desde el inicio de la invasión rusa, así como la muerte de 215 niños. Sobre los refugiados ucranianos el balance proporcionado por ACNUR eleva la cifra a 4.934.415 de personas. A ellos hay que sumar unos 6,5 millones de desplazados internos para un total de alrededor de 11 millones de personas movilizadas, más de una cuarta parte de la población de Ucrania, según la ONU.
El número de militares rusos y ucranianos caídos en combates es alto, al igual que el grado de destrucción de la infraestructura en vivienda, transporte y la industria, lo que hace que las noticias y las imágenes de esta invasión sean horribles, hechos que deben despertar la sensibilidad de la sociedad universal y provocar el rechazo unánime de todas la naciones del mundo, puesto que la evolución moral del planeta reclama que actos de barbarie como los cometidos por Rusia en Ucrania no pueden ser aceptados por afinidad política, ni por conveniencia económica.
A ningún estado sea cual fuere su poderío militar y económico, llámese Rusia, China o Estados Unidos se le debe consentir la violación al territorio y el crimen atroz contra otro pueblo, situación que reclama a que los organismos de la geopolítica internacional revisen la normatividad al respecto para la formulación de nuevos tratados y leyes que obliguen a los mandatarios de turno a utilizar la gestión diplomática y las vías legales para dirimir los conflictos entre naciones, pues la evidencia ha probado que mientras se adoptan embargos, bloqueos financieros entre otras medidas, el país opresor continúa disparando sus misiles sembrando muerte y desolación.
La solidaridad sembrada en nuestros corazones por el divino hacedor, debe germinar para que su fruto sea la paz que tanto anhelamos en el mundo, de ahí que en Colombia que tanto ha sufrido por las guerras internas se requiera que sus gobernantes tengan el propósito superior de continuar por los caminos de búsqueda de la paz, pues si condenamos el enfrentamiento violento entre naciones, no podemos aceptar la violencia y el crimen atroz entre hermanos de un pueblo. Nuestra Cartagena, la ciudad de Pedro Claver y Pedro Romero, necesita que sus hijos, nos unamos contra la violencia que azota esta urbe, derrotando al caldo de cultivo de la infinidad de males sociales; la pobreza.