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El espíritu del Manglar

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Por: Freddy Machado

En memoria de Rafael Vergara

Yo conocí a Rafa. Tarde, pero lo conocí. Más que un revolucionario era un visionario, a la usanza de los años sesenta. Tenía una voz de trueno quizás porque en su mente llovían -y llovían- las mejores poesías. Su exilio en México lo cambió. Para cuando regresó del país del Monumento gigante a la Revolución, ya amaba más a Colombia y vino a cumplir, con lujo de detalles, su rol de ambientalista de los nuevos tiempos.

Rafael Vergara era amigo de los amigos. Los defendía con el alma y hasta con su sombrero. La memoria de su padre lo marcó y siempre vivía evocándola pues con los años, reafirmó que su “viejo” era un verdadero patriarca de los que hacen falta en el Caribe y en especial, en esta urbe que no hace sino extrañar a sus mayores al mejor estilo de Luis Carlos López.

Era leal con sus adversarios. Desde sus columnas de prensa los atendía. Pero más que atacar a alguien en particular, se encargaba de denunciar, las omisiones y distracciones de la institucionalidad y esa perversa displicencia en hacer cumplir las leyes en materia ambiental. Él se documentaba y llevaba sus casos hasta las altas cortes.

Esos cartageneros que irónicamente lo llamaron “Rafa Mangle”, hoy son los primeros en admitir, con tan pocos días de fallecido, que su ausencia irreparable nos duele y son absolutamente conscientes que ese quijote que defendía los cuerpos de agua, sus arrecifes, mangles y sus habitantes, ya no estará para blindarnos ante tanto depredador “chicaneando” de industrial o empresario del turismo.

Rafael Vergara conocía la historia de Colombia como ninguno y desde luego que él también había hecho historia con el M-19. Era elocuente hablando de Bolívar, de sus batallas y de su espada. Pero me agradaba más escucharlo narrar las anécdotas de su juventud o de sus viajes y que ejerciera a plenitud su espontaneidad, en su apartamento del Eliana.

Muchas veces lo escuché hablar con autoridad -vino en mano y prestando mucha atención- del ser más complejo y dulce de la existencia: la mujer. Había que verlo hablar con la sabiduría de sus años sobre la importancia de tener mas abriles que tu compañera y miles de consejos más. Les confieso que siempre me quedó la impresión que parecía conocer más secretos pero él solo te enseñaba una mínima parte de ese tesoro. Era cuestión de lealtad y fidelidad con los postulados de Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”

Y, hablando de abrir caminos, Rafael era un excelente conversador. Tenía el don de la palabra. Era luz. Cuando hablaba, encantaba con su verbo exquisito mientras sus ojos sí que brillaban, su poesía crecía y exaltado, solía acariciar su bigote y barba de Ernest Hemingway otoñal

En los últimos años, se apoyaba en una máquina para cumplir con sus funciones respiratorias pero los dictados de la providencia, le jugaron una mala pasada. Llegó una pandemia que lo encuarteló y se refugió en los libros, lo que lo hizo más sabio y más apegado a sus amigos vía telefónica.

Sus amistades de siempre me prejuzgarán -y me juzgarán- por no haber expuesto anécdotas grandilocuentes que ilustraran con mayor fluidez su personalidad tan arrolladora y seguramente se jactaran de atesorar más secretos de los que Rafa me transmitió. No lo dudo. En mi defensa, argumentaré que estoy haciendo mi duelo pues casa vez que paso por el parque lineal de Crespo -y de Rafa y de Collazos-, a la altura del Eliana, cual espíritu que habita y reina en el manglar, se advierte su presencia. Es imprescindible su recuerdo.

Y sus hijos enterraron sus cenizas, precisamente en el parque El Espíritu del Manglar, junto a un palo de mango sembrado en su homenaje. Todos confiamos que estos símbolos permitirán a las nuevas generaciones de cartageneros, aproximarse a los temas ambientales y seguir haciendo camino en la defensa de una biodiversidad más amable.

…México, visionario, amigos, historia, Eliana, M-19, vino, manglar, mango, biodiversidad, cenizas, camino y parque lineal. Me detengo, rumiando y revisando retrospectivamente, una a una, las palabras empleadas. Y entonces dudo publicar este texto que tanto me duele. Pero, verdaderamente, más me aflige haber incumplido alguno de los llamados de Vergara a seguir la conversa, a pesar de vivir tan cerca, y todo por culpa de una rutina de trabajo que como la existencia, sin darnos cuenta, se nos suelen vencer los términos.

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