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“Le daba miedo dormirse por temor a no despertar jamás”

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

Para su esposa Maryuris Rodríguez Miranda tener que levantar sola a sus tres hijos no ha sido tarea fácil, pero fue el compromiso que hizo con el hombre que hasta el último minuto de su vida le dijo que los amaba y quería lo mejor para ellos.

El destino lo tenía marcado, y ese 7 de julio de 2022, José Gregorio Peña Antequera, un efectivo policial adscrito al Gaula, tenía la misión junto con otro compañero de recoger a unos capturados en El Carmen de Bolívar.

En horas de la tarde emprendieron el camino desde Cartagena de Indias y la mala hora llegó. Al parecer, el estallido de una llanta del vehículo que conducía lo sacó de la vía y al volcarse sufrió múltiples fracturas. “Quedó con signos vitales, pero muy mal herido”, relata uno de los compañeros.

Peña Antequera, tenía muchas razones para luchar por su vida, sus tres hijos y su esposa Maryuris, eran su mayor motivación; quería darles una buena vida; pensando en ellos, se hizo y se mantuvo como Policía, ya cumplía 13 años de servicio de total entrega, dedicación y responsabilidad.

El día del accidente, antes de salir de casa abrazó a su pequeño hijo de tan solo dos años y éste como si presintiera que no lo vería más, lo abrazó con fuerzas y lloraba para que su padre no se fuera. Pero el deber lo llamaba, lo tomó en sus brazos y le dijo a su compañera de toda la vida que lo acompañara hasta la esquina.

“Yo lo llamé al mediodía y le pregunté si venía a almorzar, me dijo que no podía porque estaba disponible y tenía que ir al Carmen de Bolívar. Antes de las dos de la tarde le hice una videollamada para que viera al niño, estaba feliz viendo a su pequeño hijo”, cuenta Maryuris.

Con voz entrecortada, relató que como a las seis de la tarde recibió una llamada del hospital San Juan Nepomuceno, con la noticia de que su esposo estaba en urgencias y que iba a ser trasladado a una clínica de Cartagena. “me dijeron que no me preocupara que no era tan grave”.

La sorpresa al verlo fue mayúscula, estaba muy mal herido, tenía el cuero cabelludo a la mitad de la cabeza y fracturas por todas partes. “yo solté el llanto, el me miró y pese a todo ese intenso dolor que sentía, me dijo que haces aquí donde dejaste al niño”.

La situación del Policía que estaba próximo a ser subintendente era realmente crítica, pero pese a estar adolorido se mantenía despierto, “Le daba miedo dormirse por temor a no despertar jamás”. Su mayor preocupación era su familia. “Verlo ahí me partió el alma, estaba frágil pero preocupado por sus hijos”.

“Yo todos los días le decía, vamos a salir de esta. Los niños le mandaban mensajes por teléfono y eso era como un aliento de vida”. Los días pasaban y empeoraba su salud, si se salvaba iba a quedar parapléjico. El 14 de julio el dolor se hizo insoportable y hubo que sedarlo para que descansara. “Yo le hablaba para darle ánimo. Llegaba al hospital en las mañanas y salía por la tarde con la esperanza de volver y encontrarlo con vida”.

“La madrugada del 15 de julio recibí la peor noticia de mi vida, me llamaron del hospital y me dijeron que necesitaban a un familiar porque el paciente había hecho tres paros respiratorios. Como pude me fui en una moto con un mal presentimiento, llegué llorando y me dijeron que estaban haciendo todo lo humanamente posible para salvarlo”.

La vida de aquel hombre corpulento de 40 años de edad, colgaba de un hilo, no era fácil reanimarlo, pues sus costillas estaban rotas y el temor de los médicos era hacer mucha presión.

“Dependíamos de un milagro, pero quizás no nos alcanzó la fe, sobrevino otro paro cardiaco y ese fue el último, no lo logró, yo sentía que la vida se me escapaba junto con la de él”, narra la mujer que lo conoció desde joven en el barrio Canapote donde vivían.

Cuenta que llorando pensaba como le daría esa triste noticia a sus hijos. “llegué a mi casa con el alma hecha pedazos a decirles que su padre había muerto, allá encontré a la trabajadora social de la Policía dándonos orientaciones de como afrontar ese difícil momento”.

En el barrio sintieron mucho la muerte del Policía, todos coincidían en decir que era un buen vecino, buen padre, buen hijo, buen esposo y buen Policía.

José Gregorio Peña Antequera, prestó el servicio militar y ya era novio de Maryuris, regresó con libreta de primera pero le era difícil conseguir empleo, entonces su padre le facilitó una motocicleta para que se rebuscara, así se ganaba la vida, hasta que decidió ser Policía, tenía 28 años de edad, entró a la Escuela y su vida le cambió.

Junto a su compañera tenían muchos sueños, uno de ellos era casarse, ver crecer a sus hijos, darles educación y seguir escalando dentro de la Policía Nacional. Los sueños se esfumaron pero su compañera sabe que en el cielo hay un ángel que los está cuidando.

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