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20 enero 2024
Por: Juan Carlos Guardela
En estos momentos la prensa desempeña un papel crucial como guardiana de la verdad y la objetividad en un mundo caracterizado por la información instantánea. Sin embargo, nos enfrentamos a la paradoja de una prensa que, en su afán por destacar «personajes», a menudo publica elogios sin verificar los hechos. Esta tendencia parece nutrirse de un regionalismo descontrolado que, en lugar de enriquecer el debate público, contribuye a la creación de arquetipos que, en última instancia, embrutecen a la sociedad.
Un ejemplo reciente ilustra este fenómeno: la historia publicada por El Heraldo de Barranquilla sobre Geraldine Fernández, una supuesta ilustradora de la película ganadora del Globo de Oro, «El niño y la garza», de Hayao Miyazaki. Más que la mentira de una joven que busca destacar, lo lamentable es que un periódico con una larga tradición de seriedad periodística publique elogios sin confirmar la veracidad de la información, todo impulsado por un regionalismo estéril.
Este caso subraya cómo algunos medios, en su búsqueda de audiencias, se sumergen en la irresponsabilidad de elogiar a personajes o describir aspectos de la realidad de manera fantástica. Esta corriente periodística ofrece una variedad de situaciones llamativas, desde el Caribe hiperbólico y de goce total hasta el éxito repentino y milagroso de la gente, como el caso de la ilustradora mentirosa.
Lo ocurrido encarna otro aspecto más serio: el periodismo basado en el exitismo. Una preocupante tendencia que consiste en elevar a la palestra a individuos mediocres y presentarlos como modelos a seguir. En lugar de destacar logros sustanciales y contribuciones significativas, esta corriente promueve la admiración por éxitos efímeros y sin fundamentos sólidos, minando así la calidad de los referentes sociales. Esta práctica no solo distorsiona la percepción de los valores y el mérito, sino que también contribuye a la banalización de los estándares de excelencia.
Acostumbrados como estamos a nuestra dosis diaria de macondismo, como periodistas, a menudo olvidamos que muy cerca de las oficinas con aire acondicionado de los periódicos, existen situaciones más complejas y menos gloriosas.
No todo es éxito ni todo es narración macondiana, por eso la práctica de ese periodismo traiciona la verdad y ofende la inteligencia de los lectores. Este periodismo que defiende y enfatiza el rostro variopinto y exótico de lo regional, se vuelve en un veneno que pervierte al mismo medio.
En lugar de ser la voz de la razón, la prensa empieza a ser cómplice de la exaltación de arquetipos perjudiciales que empobrecen la discusión de lo público. Estos vacíos en la práctica periodística distorsionan la realidad y socavan la confianza de las audiencias; que es el activo más valioso del periodismo. Cuando la prensa se convierte en un títere de corrientes regionales, incluyendo roscas políticas y culturales, deja de ser un contrapeso al poder y termina siendo un instrumento de manipulación masiva.
El periodismo de calidad se construye sobre la base de la investigación, la verificación de los hechos y la objetividad. Cualquier desviación de estos principios es una amenaza para la esencia misma de la prensa libre.
La prensa debe esforzarse por dar un poco de luz en la oscuridad de la desinformación, no en volverse cómplice de la manipulación y el engaño. Ya lo dijo el abuelo poeta Antonio Machado, «Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa». En esta reflexión, reside la importancia de preservar la integridad del periodismo en medio de la vorágine informativa actual.