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Alcatraces y pelícanos

Por: Germán Danilo Hernández

Con una prosa  exquisita, que además de su gran talento evidencia el aprovechamiento de técnicas aprendidas en la maestría en escritura creativa, cursada en la Universidad de Columbia, la cartagenera Teresita Goyeneche Perezbardi, irrumpió en las librerías  con su obra “La personalidad de los pelícanos”.

Por los efectos de un buen marketing editorial, que ha contribuido a la venta y posicionamiento del libro, los halagadores comentarios que le han dispensado críticos, periodistas y opinadores, además de la proximidad de la escritora con varios integrantes del taller de lectura al que asisto, motivó que la publicación fuera una de las primeras que he leído en el año que comienza.

Aunque su presentación  sugiere que es una “crónica en primera persona”, percibo la historia como un relato autobiográfico en el contexto económico y socio-político de una Cartagena en crisis perpetua, en el que  los conocedores de la ciudad encuentran realidades cercanas, narradas desde una perspectiva con la que se puede coincidir o discrepar, pero que no resulta indiferente.

Teresita describe episodios de su vida personal y familiar alternados con el análisis crítico de su entorno, haciendo gala de un estilo que su prologuista, Vanessa Rosales, define como un “Femenino esquema sentimental de Cartagena”. Tal análisis, en el que asoman algunas imprecisiones que  no afectan de fondo la historia, coincide con los que se han hecho desde hace varias décadas por diferentes sectores, que aluden a una ciudad anquilosada, excluyente, desigual, miserable, pero refulgente ante el país y el mundo por sus nichos de fortalezas turísticas.

Esta narrativa de ciudad, que también se anida en otras publicaciones periodísticas y literarias, tiene la doble condición de estimular nostálgicos desalientos en unos, y generar esperanzas en otros, que no admiten como imposible que la ciudad se pueda liberar algún día de sus penurias históricas.

Con una independencia que le alcanza hasta para controvertir posiciones políticas e intelectuales radicales de su querido padre, de quien parece haber heredado una buena dosis de irreverencia contestaría, la autora transita entre figuras literarias y un cuestionamiento generalizado a los habitantes de una ciudad que ama tanto como le duele.

En la metáfora sobre las semejanzas de los cartageneros con los pelícanos, Teresita desconcierta a algunos lectores, como me ocurrió, al argumentar que esta ave es diferente a los alcatraces, cuando otros entendidos y neófitos los describen como de la misma familia, e inclusive en algunos textos especializados se les identifica como “Pelícano- alcatraz”. Esa alegoría, que va más allá de una identidad científica de la especie puede, en mi opinión, generar, de fondo, sesgos interpretativos, y de forma propicia una discusión similar a la que ella también menciona,  sobre si la fritura más celebre que se consume en nuestro territorio se llama “empanada de huevo”, o “arepa e huevo”, pero ese tema podría dar para otra columna.