Por Juan Carlos Guardela Vásquez
Para el año 1989 estaba estudiando derecho en la Universidad de Cartagena y fui uno de los integrantes del movimiento estudiantil que en toda Colombia promovió una papeleta electoral adicional a las seis oficiales para las elecciones de marzo de 1990. La idea fue, como todos saben, promover una Asamblea Constituyente.
Muchos de mis compañeros hicieron campaña. Fue un entusiasmo de algunos meses. Vimos con alegría que el El Espectador tituló con una pregunta: “¿La destorcida de una era vergonzosa?”
Hace unos años un grupo de los antiguos constituyentes hizo una declaración recalcando la importancia histórica de dicha Constituyente y de los logros de la Constitución del 91, pero parecía que estuvieran hablando de otro país.
En aquel entonces lo que se quería era que el sistema político dejara de ser excluyente, pero resulta que hoy las cosas están dadas para propiciar una mayor exclusión. Hoy los derechos fundamentales deben ser tutelados. El uso de este instrumento (la tutela) nos revela que desde el inicio las cosas no estaban funcionando bien y vemos con asombro que cada año el número de tutelas crece exponencialmente. Para el 2016 se superaron las 600 mil y la gran mayoría fue para defender el derecho a la salud.
Por otro lado, hay más de tres millones de colombianos sin agua potable en las zonas rurales y un millón y medio en las urbanas. Los órganos de control y Defensoría, entidades creadas en ese momento, no en pocas ocasiones han estado en entredicho y toman decisiones alejadas del bien común. Hoy hacen venia al Ejecutivo de forma vergonzosa y, en cada mandato, los gobernantes están más distantes de sus electores. La aspiración de Montesquieu del equilibrio de los tres poderes, hoy parece un mal chiste.
Disiento de la opinión de muchos. No vivimos en una democracia auténtica ni estamos en paz ni somos respetuosos los unos con los otros. Creo que la génesis de esa discordia está en la entraña del mismo monstruo.
Los únicos que ganaron francamente con esta jornada histórica de la “Séptima papeleta” fueron los poderes locales, es ahí donde la gusanera prolifera. Nadie previó que, como víboras, se aferraran al poder. Esas formas de poder que estaban enquistadas desde la Colonia y que se robustecieron en la República. Todas se mantienen vivas y están en los tuétanos de la nación.
Se trata de los autoritarismos regionales (o sub nacionales) que destruyen los cimientos del país. Es el peor engendro social que nos ciñe la vida, ya que genera bajos niveles de libertad de competencia política, bajos niveles de libertad de prensa y nulo (o fingido) ejercicio de ciudadanía. A esto se le suman las dinámicas partidistas y las relaciones de clientelismo. Esta lógica convierte a estos clanes en la única forma de intermediación entre políticos y ciudadanos a nivel local y regional.
Por ello siguen vivas las “Gatas” y las familias que en cada región imponen su tiranía aunque los procesos tengan aparente transparencia. Esas renombradas familias se erigen, negocian y se alían con la delincuencia común y hasta con el Diablo mismo.
No están dejando nada para las próximas generaciones, porque sigue vivo el Derecho de Pernada y la dominación feudal, mientras que las comunidades analfabetas los acepta con la dicha ciega que otorga la estupidez.
Me quedo corto al describir la entraña de ese legado oscuro, pues hoy su destilado más elaborado es el uribismo, que no es precisamente una idea, sino una especie de omertá de unos con otros, mientras se ufana de su iracundia y no le importa mostrar a todos su rostro siniestro en medio del desconcierto de quienes quieren un mejor país.
Sé de un muchacho desesperado en la costa, el cual subsiste con una OPS en una alcaldía. Cada vez que le pagan su sueldo es escoltado por el esbirro del poderoso local, quien tiene el descaro de hacer fila junto a él para esquilmarle lo poco que ganó. No denuncia porque pierde el “contratico”.
Un colega en el interior del país me confesó que la única manera de poder ganarse algo fue cuando abandonó su vergüenza y “habló” con un representante y un senador.
Por otro lado tuve noticias de un profesor universitario a quien le tocó “hacer campaña” a un político, traicionar sus ideales y así por fin poder entrar a la nómina de una universidad pública.
En una convocatoria a la que asistí, vi cómo dos amigos violaron los principios de transparencia y meritocracia para asumir los lineamientos de su jefe. Debieron hacerlo para mantener su puesto y comprendo la desazón de ambos.
Ese poder local invade todas las formas de relación social existente, ensarta sus colmillos en diversas actividades humanas, llegando incluso a verter sus detritos en la esfera privada.
Son arquetipos que se multiplican a una velocidad impresionante, van desde el personaje que ejerce su pequeño control parapetado en la burocracia hasta aquel que diseña las leyes, pasando por el que las ejecuta y el que ofrece sus servicios profesionales. Todo está de tal manera envilecido que por inercia te obligan a envilecerte. Así cada año se roban más de 50 billones de pesos, unos 18.400 millones de dólares.
El famoso 10% “por debajo de la mesa” se creó por la inmersión de la esfera privada a la esfera pública. Y se robusteció por el engendro de lo peor de esas dos esferas. Hoy se habla de 20%, aunque los contratistas han abierto los ojos y se han parado en la raya diciendo que sólo el 10%. Esto es gusanera total. Para ser un empresario debes adaptarte a esas contingencias. O si no, nadie te dará un contrato.
La palanca, la argucia, la viveza y el arte de esquilmar el erario no se enseñan en las escuelas y universidades, pues pertenecen al ámbito delincuencial y gansteril, el problema es que, contrario a proscribirse y sancionarse socialmente, lo que hacemos es normalizarlo.
Dirán que la rosca no es mala, que lo malo es estar por fuera de ella, pero eso se ha convertido en rudimento de nuestra vida en sociedad. Viene desde los años de la Medellín de Pablo; “la gente de bien” decía a sus hijos: “Haga plata, mijo, y si no hace plata, pues haga plata”.
En cuanto a algunos de mis compañeros de clase de 1989, les cuento que a lo largo de todos estos 30 años los vi convertirse en alcaldes, a otros en gobernadores, ministros y en el caso de los más avispados, en senadores.
Subieron de manera intempestiva a la cúspide y lo confieso, el poco mérito que tenían o tuvieron, era pertenecer a familias políticas tradicionales de mi región. Hoy me gustaría enrostrarles la culpa de haberse convertido en todo aquello contra lo cual lucharon. Ocuparon, a lo largo de décadas, altos cargos y lo único que hicieron fue consolidar ese estado de cosas. Fueron felices convirtiéndose en el aceite de dicha maquinaria.
Lo único que salvo de todo eso es que, en Colombia, donde respiramos violencia cada día, donde vecinos se matan a machete por un mango en un patio, puede hacerse un esfuerzo por la paz en el cual pueden participar distintas ideas políticas. No obstante, esos intentos son hoy los más acechados por el dominio de esos autoritarismos.
Termino diciendo que voté por María Mercedes Carranza a la Constituyente, quien nos abandonó de manera voluntaria en 2003. Su último libro publicado en 1997 está dedicado a Luis Carlos Galán y lleva por título “El canto de las moscas (versión de los acontecimientos)”. Es una colección de poemas que traza un estremecedor recorrido por veinticuatro municipios de Colombia que sufrieron masacres y atentados. Cada uno es una visita telúrica, y uno ve, después de tanto tiempo, que por algo nos dejó estas postales del miedo, un miedo que sigue intacto hoy.
BARRANCABERMEJA
Entre el cielo y el suelo
yace pálida Barrancabermeja.
Diríase la sangre desangrada.
***
MAPIRIPÁN
Quieto el viento,
el tiempo.
Mapiripán es ya
una fecha.
***
ITUANGO
El viento
ríe en las mandíbulas
de los muertos.
En Ituango,
el cadáver de la risa.