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Diplomacia atropellada

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Por: Germán Danilo Hernández

La crisis entre Estados Unidos y Colombia registrada el pasado fin de semana deja, por cuenta de sus protagonistas, unas relaciones bilaterales maltrechas, afectaciones a la diplomacia internacional y la polarización política interna más exacerbada.

La definición de  diplomacia internacional indica  que es “el proceso de gestionar las relaciones entre países a través de la negociación y el diálogo, procurando resolver conflictos, establecer acuerdos y promover el entendimiento entre naciones”. A pesar de las frecuentes violaciones a que es sometido, este proceso sigue siendo el más efectivo para dirimir diferencias e inclusive para detener guerras.

Sin embargo, el “rifirrafe” entre los presidentes Donald Trump y Gustavo Petro” resulta icónico para demostrar como los impulsos emocionales y los egos no solamente pueden  alterar los cauces de la diplomacia, sino también desestabilizar política, económica y socialmente a naciones enteras, y profundizar sus confrontaciones intestinas.

Un análisis equilibrado  de lo ocurrido podría concluir que el presidente colombiano se equivocó al salirse de los canales diplomáticos para rechazar las condiciones de deportación de 160 connacionales, en un procedimiento que aparentemente contaba con previo visto bueno de su gobierno, pero que le asistía un legítimo derecho a defender la dignidad de los deportados, considerados sin formula de juicio como “criminales” y  sometidos a condiciones humillantes.

De igual manera, la política de deportación masiva de Trump se legitima por ser el cumplimiento de una promesa de campaña,  no  exenta de actitudes  xenófobas y racistas, que inclusive muchos norteamericanos cuestionan, al igual que la vigencia de su novedosa política de relacionamiento externo basada en la intimidación y la agresión a otros países; lo  que motivó a ordenar de manera precipitada la suspensión de visas y sanciones económicas a Colombia.

Pero si los máximos jefes de ambos gobiernos actuaron improvisadamente, sin medir las consecuencias para uno y otro país, atropellando la diplomacia,  no menos irresponsables fueron las reacciones ciudadanas, especialmente en Colombia, cuando algunos sectores de oposición  aprovecharon la crisis para verter resentimientos, señalando a un único culpable y procurando ir por su cabeza,  extralimitando los cauces legales. 

Una cosa es controvertir decisiones de gobierno que no se comparten, y otra muy diferente incitar a la sublevación y la usurpación del poder, como efectivamente ocurrió. Mientras algunos hacían llamados a la cordura y a la sensatez, retornando a las vías diplomáticas, otros insinuaban acciones solo posibles en el contexto de un golpe de estado.

Por fortuna primaron los llamados iniciales y la crisis fue conjurada tempranamente por vías diplomáticas, aunque ello implicara la negociación de actitudes, más que de principios, que unos seguirán considerando como victoria y otros como derrota. Las lecciones  de este episodio para gobernantes deberían resumirse en que la arrogancia o la genuflexión no pueden imponerse como principios de relacionamiento internacional, y para los ciudadanos que las crisis internacionales ponen a prueba el verdadero patriotismo, pero que su resolución corresponde exclusivamente  a los voceros legítimos de los Estados.

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