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Ecos de un colapso político en vivo

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Por: Germán Danilo Hernández

Era previsible que el primer gobierno de izquierda en 200 años de vida republicana en Colombia, afrontaría toda suerte de dificultades para implementar el cambio ofrecido. El presidente Gustavo Petro era tan consciente de ello, que el mismo día de su posesión, el 07 de agosto de 2022, dijo a su equipo de gobierno recién designado, que “no podemos darnos el lujo de equivocarnos”.

Esa advertencia estaba fundamentada en que no solamente tendrían una enconada oposición política, sino que también  cada uno de sus actos estaría sometido al implacable escrutinio público, lo que obligaba a transitar con firmeza, rectitud y transparencia, en coherencia con el discurso y las promesas por la que había votado la mayoría de los colombianos.

A pesar de algunos logros, que por obvias razones no le reconoce, ni les reconocerá la oposición, las “equivocaciones” comenzaron desde muy temprano por parte de personajes muy cercanos al presidente, y a los pocos meses de mandato ya asomaban los primeros escándalos por indelicadezas y actos de corrupción, dejando la sensación entre muchos, de que se trata de más de lo mismo que históricamente ha sido la política colombiana, y  no pocas frustraciones en sus propios seguidores.

A pesar de la confianza y respaldo que el Jefe de Estado sigue conservando en las llamadas “huestes petristas” y en la aparente solidez electoral que conservaría el partido de gobierno de cara a las próximas elecciones en 2026, es evidente que la reciente crisis desatada en la Casa de Nariño es producto de una de las más grandes equivocaciones cometidas, con consecuencias posiblemente mayores a la del desbarajuste ministerial en curso.

Sin entrar a detallar las motivaciones de rupturas, desconfianzas, respaldos, victimización, amores y traiciones que afloraron en  la trasmisión a través de la televisión nacional del accidentado consejo de ministros del pasado 4 de febrero, es evidente que la mayor de las equivocaciones cometidas por el gobierno en ese episodio, pero no el único, ha sido  el manejo de las comunicaciones, pero en esa oportunidad generaron un colapso político en vivo y en directo.

Aunque persistan los argumentos de que fue un acto de transparencia, se logró dejar  una gran lección sobre lo que no se puede hacer en comunicación política y de gobierno. Muchas veces los silencios son más efectivos que los discursos;  el presidente y su  equipo cercano pagaron con su virtual implosión, el precio de no saber callar, de no guardar discreción y cordura en sus diferencias.

Todos los gobiernos, de derecha, centro o de izquierda, son susceptibles a conflictos internos, pero pocos toman la decisión de anteponerlos a las grandes complejidades nacionales, mediante un formato de reality show improvisado, y con ello servirle en bandeja de oro a sus detractores la satisfacción de verlos reventarse entre sí.

Estimo que en medio del eco que deja la absurda transmisión televisiva, aún hay posibilidades de que el presidente y su equipo retomen el rumbo, corrijan errores, logren generar las transformaciones que les han impedido, y sanar las heridas que se han autoinflingido, pero una forma de lograrlo es aprendiendo  la lección de que equivocarse en la comunicación de gobierno puede ser un juego muy peligroso y autodestructivo.

*Asesor en comunicación de gobierno.

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