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El fin del olfato periodístico

Por: Javier Ramos Zambrano

En la carrera en que andan los periodistas debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tienen”. Gabriel García Márquez

La publicación en algunos medios de comunicación de la historia de la diseñadora gráfica Geraldine Fernández, quien mintió al decir que trabajó en El niño y la garza, la nueva película de Studio Ghibli que ganó el Globo de Oro a la Mejor Película Animada, avivó el debate sobre la falta de rigurosidad y los procesos de verificación en el periodismo.

Un artículo firmado por la Red Ética de la Fundación Gabo dice que “no está tan clara” la respuesta al preguntarse “en quién recae la responsabilidad cuando hechos de desinformación se viralizan con la bendición del periodismo: ¿es en la fuente por mentir? ¿En el periodista por creer ciegamente? ¿En el editor y el medio por no exigir un proceso de verificación más riguroso?”.

Cuando un periodista cumple de manera ética y rigurosa con su función, es poco común que la publicación resulte ser desinformativa. La responsabilidad principal recae en la verificación y el compromiso profesional del periodista en la búsqueda de la verdad. Lo primero que falla en estos casos es el olfato periodístico, ese que no se refiere solo a la habilidad que tienen los periodistas para descubrir noticias interesantes donde otros no las ven, sino a ese instinto que detecta posibles mentiras o información engañosa por parte de una fuente. Antes de cualquier proceso de chequeo con otras fuentes o aprovechando las herramientas tecnológicas para verificar lo escrito o las imágenes, debe haber una reportería efectiva, que implica más que la recopilación de datos.

Sentarse con la fuente un buen rato, hacerle preguntas incómodas, observar sus movimientos, evaluar su lenguaje no verbal y captar sutilezas como el sudor, la risa nerviosa o la vacilación es una tarea que se está perdiendo porque “el negocio” en muchas salas de redacción obliga a que los periodistas se queden sentados publicando más de una decena de notas al día para captar más audiencia por Google y redes sociales. Entonces, muchas veces se quedan anclados a una silla y hacen las entrevistas por WhatsApp, sin salir a la calle a confrontar a las fuentes y contar mejor una historia.

Por eso, todos los días leemos mentiras peores (sobre todo las dichas por politiqueros), pero menos virales que la de la diseñadora de Barranquilla.

Las noticias falsas no son lo único que mina la credibilidad en los medios, la confianza de las audiencias de valor se destruye también cuando se detecta que se publican más boletines de prensa y notas virales que historias de la calle. Si el olfato se queda en las salas de redacción pensando en las metas de notas por subir a la web, no podríamos llamarlo el mejor oficio del mundo. Urge la reflexión.

*Periodista y profesor. Magíster en Comunicación.