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En su novela Tras los hilos de Ariadna: Winston Morales Chavarro expande su mitología personal

Por: Jorge Gómez Jiménez

Han pasado veinte años desde que Winston Morales Chavarro (Neiva, 1969) publicara su primera novela, Dios puso una sonrisa sobre su rostro, que ganó entonces la Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Ahora, en Tras los hilos de Ariadna, el escritor colombiano rompe con las representaciones tradicionales del feminismo para presentar una metáfora de la mujer contemporánea. A través de una larga conversación entre el protagonista y su amante, la obra desentraña la complejidad de las relaciones interpersonales y la búsqueda de la libertad individual.

Magíster en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito, el autor inició su andadura con el poemario Aniquirona (1998), que ha sido reeditado y traducido, y al que le siguieron, entre otros títulos, De regreso a Schuaima (2001), Memorias de Alexander de Brucco (2002), Summa poética (2005), Antología (2009), Camino a Rogitama (2010), La ciudad de las piedras que cantan (2011), ¿A dónde van los días transcurridos? (2016), Lámpara cifrada (2018), El vuelo de los pájaros azules (2018) y Espejo de obsidiana (2023). En sus ensayos críticos busca interpretar algunas de las poéticas más importantes del siglo XX en Latinoamérica, entre otras, las de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz. Sus textos han sido traducidos al francés, inglés, polaco, alemán, rumano, chino e italiano, e incluidos en diferentes antologías dentro y fuera de Colombia.

Aparte de su dilatada trayectoria como poeta y ensayista, con más de quince títulos y algunos de los cuales traducidos a varias lenguas, las incursiones de Morales Chavarro en la novela hacen evidente que estamos ante un narrador mayor o un poeta que ha encontrado en la narrativa otro curso por el cual dejar fluir sus preocupaciones en relación con la condición humana. Hoy conversamos con él sobre Tras los hilos de Ariadna, sus motivaciones y sus influencias.

Winston Morales Chavarro y la reflexión existencial

Tras los hilos de Ariadna es un relato sobre las relaciones y, en particular, sobre la infidelidad —aunque en este caso “la infidelidad no existe”, como se aclara en la novela— con un personaje femenino, la Ariadna del título, que hace que la paciencia del protagonista vuele por los aires. ¿Cómo llegas a esta historia?

Un gran porcentaje de lo que se escribe es autobiográfico, ya sea de manera directa o no. El universo femenino es ilimitado y está en constante movimiento. Ariadnas hay muchas, una de ellas la pudo haber conocido mi padre, un amigo o uno de los tantos familiares de mi reducido árbol genealógico.

Ahora, yo crecí rodeado de mujeres; féminas valientes, autónomas y empoderadas. Pero también crecí al lado de figuras tutelares como las de los abuelos paternos y maternos. Mi abuelo paterno, por ejemplo, era un hombre de campo, boyacense para más señas, que en los años cincuenta del siglo pasado tenía una idea bastante liberal sobre los hijos y las hijas.

Me cuenta mi padre —ya fallecido— que de niño les repartían los oficios de la casa. Y los hijos varones barrían, lavaban su ropa, hacían sus deberes. Esa historia me conmovió mucho. Mi abuelo boyacense fue un hombre que defendió las libertades individuales. Que tuvo conciencia de la autonomía femenina. Que aspiró a lo mejor para su descendencia.

Ahora, yo mismo he conocido un par de Ariadnas, mujeres que se anteponen a la idea de las jerarquías patriarcales. Que poseen un autorreconocimiento de lo que son por dentro y por fuera, en cuerpo y en espíritu, en alma y psique. Mujeres que saben de la soledad, que no idealizan relaciones, que no sueñan con hijos ni matrimonios, que no dependen de la figura masculina, pero tampoco pelean con ella. Esas mujeres son Ariadnas, mujeres díscolas, como las llama la madre del protagonista, mujeres incómodas que “es mejor mantenerlas lejos para el bien del imaginario amoroso”.

Lo primero que destaca al leer tu novela es esa exploración profunda sobre los temas de pareja —entre otros— que el narrador desarrolla rozando el ensayo filosófico. Me gustaría que me comentaras sobre la escogencia de este tono para tu obra.

Toda mi obra, poética y no, apela a una reflexión existencial. El budismo y el estoicismo me seducen desde niño. Si bien nunca estudié filosofía, siempre he sentido una particular delectación por el tao, los estoicos y la filosofía zen. He leído a Séneca, a Marco Aurelio, la vida de Diógenes de Sinope, a Lao-Tse, y creo que esas lecturas y esas filosofías las encuentro en personajes como el señor Meursault, Juan Pablo Castel o María Iribarne Hunter. Por eso me resulta tan seductora la novela El extranjero, de Albert Camus, una de mis favoritas.

En ese sentido, no puedo desligarme de esa carga filosófica, metafísica, esotérica y oculta. El ocultismo y el esoterismo atraviesan mi obra poética; creo que asoman también en mi propuesta narrativa. Eso es como una estría, como una huella atávica, como una herida que nunca deja de sangrar. Uno no puede escribir en contravía a su propia naturaleza.

El protagonista de tu novela se pregunta: “¿Por qué si uno nace solo, desnudo, trascendental y luminoso, no es capaz de continuar la vida de ese modo? Uno debería abstenerse de crear vínculos”. Pareciera que él admite que la personalidad de Ariadna, que tanto daño le hace, está llena de características que él ya quisiera para sí. ¿Esta suerte de espejo en la novela es un recurso deliberado?

Uno siempre desea algo de los otros. Uno siempre ve en los demás virtudes o debilidades que desea o que rechaza.

Ariadna puede ser una aspiración masculina desde un yo femenino. Me explico: en ocasiones quisiera ser menos sensible, menos humano, más pragmático, más material. Pero son ambiciones evanescentes, sólo son aspiraciones momentáneas de ese Winston que trata de surgir, pero que finalmente (y por fortuna) se desvanece. La naturaleza de uno es mucho más fuerte que las perversas ambiciones de ser otro. El Dr. Jekyll y Mr. Hyde pueden esperar.

Muchas cosas de las que se escriben no tienen explicación, a lo mejor son memorias atávicas que vienen con nosotros desde la noche de la historia. Por tal motivo no puedo decir si es deliberado o no. Lo único que puedo garantizarte es que me tocó hacer un trabajo de campo bastante meticuloso. Hablar con muchas mujeres y muchos hombres, con familiares y amigos. Hay en la novela 45 o 50 años de vida, de experiencias, de gozos y dolores.

Tras los hilos de Ariadna y el reconocimiento de la mujer

En su reciente reseña sobre tu novela, el venezolano Alberto Hernández destaca cómo tu Ariadna se constituye en un opuesto de la Ariadna del mito del Minotauro. ¿Puedes hablarnos de esto?

La Dulce Aniquirona es mi primer libro publicado. Aniquirona es una mujer onírica. Ella vive en Schuaima, un lugar absolutamente onírico.

Como puedes deducir, esta es la mitología personal de Winston Morales Chavarro. Pero no es una mitología creada por mí, no es Comala ni es Macondo. Es Schuaima, un universo autónomo que habla a través de la escritura. Ni siquiera de mi escritura. Habla a partir del lenguaje, no de mi lenguaje.

La historia de Ariadna no le pertenece a nadie, no tiene un origen en el hombre ni en la civilización. Ariadna es un arquetipo, como lo es Aniquirona o lo son Alexander de Brucco, Oáma o Yhoma.

Tras los hilos de Ariadna habla de una mujer que abandona a un hombre. Ahora, el abandono no es exclusivo de ella, como tampoco lo es el abandono de Ariadna por parte de Teseo. En algún momento todos hemos sido abandonados. ¿Es el abandono un arquetipo? ¿De dónde nos viene el abandono? ¿Es un relato bíblico? ¿Dios abandonó a Adán a su suerte? ¿Fue Jesús abandonado en la cruz?

Mi novela lleva el nombre de Ariadna porque hace más de veinte años soñé con ese nombre. Quise llevar ese nombre a los planos de la escritura y crearle un contexto o conexión con el hilo y el ovillo del mito griego que todos conocemos. Entonces el protagonista de la novela es un hombre que va tras los hilos de ella, pero ella es el eterno femenino, el misterio, el arquetipo, el enigma, la muerte y el tiempo.

No parecen gratuitas las menciones a Meursault y a Juan Pablo Castel al comienzo de la novela. Háblanos de la influencia de El extranjero y El túnel en Tras los hilos de Ariadna.

No hay tal influencia, por lo menos no la veo o no soy consciente de ella.

Cierta vez puse a mis estudiantes de Trabajo Social a leer El extranjero. Más de la mitad de las mujeres del curso terminaron enamoradas de la figura del señor Meursault. Yo les decía que como personaje resultaba atractivo, seductor, pero sólo como personaje. Si conocieran a un Meursault de carne y hueso terminarían por aborrecerlo. En la novela el personaje es consciente de que una virtud, como algo atractivo o especial, con el tiempo se puede convertir en algo despreciable. Por ejemplo, una mujer muy apasionada (o un hombre) los primeros días puede presentarse como un ser atractivo y deseable, pero con el paso de los meses esa virtud del apasionamiento puede transformarse en algo despreciable y desgastante. Lo mismo pasa con el orden, el exceso de caricias, la atención hacia el otro, los detalles.

Ariadna es una mujer que como figura literaria puede ser llamativa y atractiva, pero tratándose de una mujer incómoda, díscola, ¿cuántos hombres estarían dispuestos a reconocerla y a validarla? En estas sociedades muchos hombres buscan mujeres sumisas, cómodas, que no confronten ni discutan.

Yo conocí a una mujer como Ariadna y lo digo con absoluta tranquilidad: hay que tener altura mental y espiritual para reconocerla como sujeto.

La Ariadna de tu relato está plenamente consciente de su individualidad y cuestiona el papel al que la sociedad ha relegado a las mujeres. En estos tiempos de revaloración de los géneros y de cancelaciones en que “hasta ciertas exigencias maritales pueden entenderse como violación”, como acota el protagonista, ¿cómo abordas la temática femenina en Tras los hilos de Ariadna? ¿Es esta una novela feminista?

Antes del feminismo hubo feministas. Mucho antes del feminismo vivieron y murieron mujeres que marcaron precedentes en los imaginarios libertarios de la mujer. Supongo que fueron muy conscientes de eso, que sabían a lo que se enfrentaban con sus actos y procederes.

Son muchas, mucho antes de Simone de Beauvoir o Rosa Luxemburgo.

En este punto quiero decir que es mucho más fácil ser feminista siendo blanca, letrada, francesa o inglesa, como en el caso de Beauvoir o Luxemburgo, pero a mí me llama la atención una mujer pobre, negra y explotada sexualmente como lo fue Billie Holiday. Ella, con la canción “Strange Fruit”, es un referente bien fuerte de lo que es la lucha por los derechos y la emancipación de las mujeres.

Entonces, siempre han existido Ariadnas a lo largo de la historia. Safo de Lesbos, Flora Tristán, Maria Salomea Skłodowska (Marie Curie). Por tanto, mi novela no es feminista ni tiene ese propósito, simplemente narra la naturaleza de una mujer que puede ser cualquier mujer, de las tantas, por millones, que habitan el planeta. Esa Ariadna puede ser de Neiva o de Cartagena, de Tunja o de Manizales, de Varsovia o de Cracovia, de Berlín o de Bad Tölz. El universo femenino no tiene nacionalidad, color de piel ni territorio. El universo femenino y su fuerza motora están presentes en mujeres jóvenes y mayores, sin importar su grado de escolaridad o estrato social.

“Los libros nos buscan de acuerdo a nuestra propia naturaleza”

Esta es tu segunda novela después de Dios puso una sonrisa sobre su rostro, del año 2004. Pero además eres un respetado poeta y en particular uno de tus libros, el primero, tu Aniquirona de 1998, ha recorrido el mundo dándote a conocer en este género. ¿Cómo evalúas tu evolución como autor desde ese primer libro?

Veinte años han pasado desde que gané la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Veinte desde que editaron la novela ganadora, Dios puso una sonrisa sobre su rostro. Luego de un silencio prolongado y doloroso, mi tercera novela, Tras los hilos de Ariadna, sale a la luz pública. Y sí, es tercera porque la segunda (Bronce) permanece escondida y silenciosa en el disco duro del computador. Seguramente nunca saldrá a la luz; ahora mismo no me angustio ni me preocupo por eso.

El caso es que Tras los hilos de Ariadna acaba de ser publicada por parte de la Editorial de la Universidad Surcolombiana. Escribirla fue un gozo, un disfrute, una necesidad imperiosa de volver a hablar desde el lenguaje narrativo. De modo que Tras los hilos de Ariadna se convierte en mi segunda novela editada. Y es curioso que salga unos días después de Espejo de obsidiana, mi más reciente libro de poesía, y que se hayan presentado, de manera simultánea, en la Feria Internacional del libro de Bogotá, FilBo 2024. Tras los hilos de Ariadna, igual que Espejo de obsidiana, resultó ganadora de una convocatoria interna para publicación de libros. Espejo de obsidiana a través de la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad de Cartagena, y Tras los hilos de Ariadna en la convocatoria interna de la Editorial de la Universidad Surcolombiana. Dos libros que escribí en distintos momentos y bajo los influjos de dos Winston absolutamente diferentes. Nunca somos los mismos, se sabe, y estas voces que hablan a través de estos libros son voces dispares, pero hermanas. Son las voces de un par de hombres que se esconden en un mismo esqueleto, pero en el cuerpo de un ser humano que conoce sus revoluciones, sus impulsos, sus estrías y sus dulces cicatrices.

El Winston que escribió La dulce Aniquirona hace veintiséis años no es el mismo hombre que acaba de publicar Espejo de obsidiana. Somos el río del que hablara Heráclito y nuestras aguas son la vida, las experiencias, los años transcurridos, las muertes de nuestros mayores, los desprendimientos y los abandonos. No sé cuál de esos Winston sea mejor, lo único que sé es que no son los mismos. En mi palmarés están los libros, pero cada uno de esos libros tiene un autor y pertenece a un momento de mi historia personal y literaria.

Has explorado una amplia gama de poéticas y autores en tu trabajo crítico. ¿Qué influencias literarias han ejercido en tu escritura de ficción y en tu poesía?

Siempre los poetas oscuros, de cabezas oscuras, como diría Antonin Artaud. Poetas y narradores como José Antonio Ramos Sucre, César Dávila Andrade, Jaime Sáenz o Carlos Obregón. Crecí leyendo una antología de ocultismo y a William Blake. De hecho, soñé con Blake como ilustrador antes de saber que era poeta. Por eso mis primeros libros están ilustrados con imágenes de William Blake.

Era muy joven cuando leí el Kybalión, un libro absolutamente revelador para mí.

Hay algo bastante curioso y es la primera vez que lo cuento: antes de la literatura, antes de la filosofía, yo llegué al mentalismo, a la meditación y al yoga gracias a los cómics. Si hubo un personaje o una historia que me marcó esa fue la de Kalimán. Para ese niño que era yo resultaba muy atractivo un hombre que podía poner la mente en blanco y leer los pensamientos de los demás. “Serenidad y paciencia, mucha paciencia, pequeño Solín”, o “El que domina la mente lo domina todo”, fueron afirmaciones que influyeron poderosamente en ese niño que comenzaba a transitar por lo oculto, por lo mágico y lo esotérico. Luego leería a Lobsang Rampa, Madame Blavatsky o Eliphas Lévi, hasta llegar a grandes poetas como W. B. Yeats, Goethe, Stéphane Mallarmé, Maurice Scève, Oscar Miłosz, Pierre de Ronsard, Charles Baudelaire, Antonin Artaud y Gérard de Nerval, entre otros.

Dicen que los libros lo buscan a uno. Estoy convencido de ello, pero agregaría algo más: los libros nos buscan de acuerdo a nuestra propia naturaleza. Creo ciegamente que uno tiene una naturaleza que lo compone, y esa naturaleza viene con nosotros desde un universo atávico. Una naturaleza quizás heredada de nuestros mayores, de aquellos mayores que ya se pierden en las arenas movedizas de la memoria.

En mi opinión esta novela te sitúa como un narrador imprescindible en la literatura colombiana contemporánea. ¿En qué proyectos trabaja actualmente Winston Morales Chavarro? ¿Continuarás en la narrativa?

Tras los hilos de Ariadna es un libro que nace veinte años después de Dios puso una sonrisa sobre su rostro. Es decir, que pasaron dos décadas entre una novela y otra, lo cual demuestra que los silencios pueden ser bastante prolongados. No me afano por eso, ni me angustio por eso. En mi caso personal, carezco de reloj o de cronómetro en el quehacer literario. Mi escritura es algo —y así ha sido desde siempre— que surge de un impulso metafísico, lo cual quiere decir que tanto mi poesía como mi narrativa obedecen a pálpitos que se desligan del oficio del oficinista. Antes del nacimiento de un libro no sé de horarios ni de cronogramas. Cuando el libro nace, cuando empieza a aparecer, surge como un afluente, brota de la piedra como una herida, es como un relámpago que irrumpe en mitad de la noche. Entonces ahí nace el oficio, la disciplina, la dedicación; nada puede represar a ese río que es la escritura y a la obra que comienza a manar del papel o del teclado.

Tengo libros inéditos de poesía, ensayo y periodismo. No sé si surja otra novela, ojalá que sí.

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