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Los Papas son hijos de la historia

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Por: Octavio Martínez Garizábal

Mi generación ha visto a 3 grandes líderes que han guiado la barca de San Pedro en un cuarto de siglo.

La historia nos ha mostrado que nunca ha sido fácil estar al frente de una institución de la que el mundo espera perfección, coherencia y que sea “un adelanto del cielo en la tierra”.

Los Papas son hijos de la historia, de una nación, de un contexto. No los traen ángeles ni fueron muñequitos creados por el dedo de Dios (de manera literal).

Juan Pablo II, sin duda, el grande, el Papa con el que nacimos. El extenso, el viajero, el carismático, que rompió miles de esquemas, que luchó contra la experiencia del comunismo, porque vivió sus consecuencias en carne propia. El hoy santo, también con sombras, hoy menos visibles por su canonización, pero al que se le reprocha haber sido algo laxo ante la bola de nieve que venía: los casos de abusos a menores.

Benedicto XVI, dicen los cercanos a él, que era muy tímido. Un intelectual. Aún no entiendo por qué no ha sido declarado doctor de la Iglesia. El más humilde de los papas, porque la humildad no va en lo que llevas puesto o en qué carro te mueves, sino en saber que el puesto es temporal. Renunciar al puesto más importante del mundo (lo estamos viendo) solo lo puede hacer alguien que: 1- Entiende sus limitaciones; 2- Sabe que la direecion de la Iglesia es obra de Dios y 3- Reconoce que hay que saber cuándo hacerse a un lado. Benedicto agarró el toro por los cachos y enfrentó la gran enfermedad de la Iglesia: los abusos encubiertos: algo que no se entiende en la comunidad de los discípulos de Jesús. Creo que cualquier otro pecado puede llegar entenderse, pero este, de ninguna manera. Pues sí, fue Benedicto, al que tantas veces se le señala de manera negativa, quien puso a pitar la olla de presión y la destapó (a quien no le da miedo destapar la olla de presión).

Francisco, su nombre lo dice todo. Nuestro Papa, el de América Latina. Corazón de algodón pero mano de hierro con la corrupción, con los encubrimientos y con el poder utilizado para provecho propio. Francisco nos invita a tener misericordia con el pasado, a renovar el presente y a vivir con esperanza el futuro, sabiendo que en este mundo somos peregrinos. Hoy su cara fue cubierta con un velo blanco, no lo veremos más, pero su testimonio, sus miedos (revelados por el mismo) y sus alegrías, nos deben animar a seguir adelante en un mundo tan duro y para los retos tremendos que nos esperan.

Finalmente, Cartagena le dejó una marca histórica. Su golpe cerca al ojo seguro nunca lo olvidó. El golpe de los pobres, el golpe de una ciudad con una historia dura, el golpe de una ciudad que le dijo: siente lo que hemos sentido por siglos. Pero también una ciudad que lo abrazó como le gustaba: con buen humor, espontaneidad y con lo que más nos caracteriza a los cartageneros: el calor humano y la mamadera de gallo.

El que venga será el líder que el mundo necesita y, visto desde la fe, el que Dios tiene en su plan para seguir mostrando su presencia viva y operante en un mundo convulsionado.

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