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Pretexto incompleto para despedir a Jorge Oñate

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Por: Freddy Machado.

A Don Felix.

No conocí a Jorge Oñate. Tampoco me saludó en una de sus canciones. Con todo, siempre me resultó muy cercano. Especialmente, el Jorge Oñate de los Hermanos López y de los años 70´s cuando apenas era un niño.

Me gustaba su estilo. Lo hacía bien, tanto que, en parte, desdibujó el aire de genios inalcanzables que precedía a los acordeoneros fundadores de esta tradición musical que se caracterizaban por ser cantautores. Su voz era potente, su dicción era exacta y mantenía muy alto su registro vocal.

Hizo escuela.

Desconozco si su ciencia -o clave del éxito- estaba en seleccionar muy bien sus canciones o era la capacidad de saber adaptarlas a su estilo. Nunca lo descifré.

Lo que sí sabía, y ya se los había adelantado, es que desde muy niño crecí escuchando sus cantos y eran tan sentidos que desde esa época nació mi interés por interpretar el contexto y la filosofía de esas letras, así como las tradiciones del Hombre Caribe que tanto nos llenan de orgullo.

El Domingo pasado nos sorprendió la muerte de Oñate. Este domingo, una semana después, evocaré la casa del Alto Bosque en Cartagena. Esos días felices cuando mi padre organizaba reuniones con amigos, a manera de pequeñas parrandas, y me desempeñaba como administrador “plenipotenciario” de la música.

En efecto, era un voluntario con la tarea de acertar y coincidir en el gusto musical de mi progenitor y de sus amigos. También era la mejor forma de escuchar las conversaciones grandilocuentes de los mayores.

Oñate nunca faltó en esas sesiones.

Esos años no eran tiempos fáciles pues nuestra región siempre ha estado abandonada a su suerte y a la buena voluntad de un centralismo asfixiante. Dos factores incidieron en ese abandono: uno, la corrupción rampante fomentada por unos cuantos de los nuestros, los que dicen ser “listos”, sin saber que con su accionar condenan a presentes y futuras generaciones. Y, dos, la dinámica de los violentos, quienes terminaron estigmatizando la región para los años 80’s, por la presencia de poderosos grupos delincuenciales que, desde las sombras o los soles, todo lo controlaban y promovían el terror.

Las secuelas siguen vigentes.

Lo cierto es que Oñate le cantó al amor y a la mujer, a la muerte y a la nostalgia, al hombre de campo y las costumbres de sus antepasados, a la soledad, a la mujer conforme y… sin saberlo, con la letra de sus canciones interactuó con las nuevas generaciones y plantó la semilla del amor por tan exquisito folclor.

En Tiempos de la cometa (Fredy Molina) nos advertía de la importancia de vivir el presente ante el triste lamento “cuanto deseo por que perdure mi vida/que se repitan felices tiempos vividos” y con la muerte de Molina nos aproximamos a la nostalgia y su marca en No voy a Patillal (Armando Zabaleta).

La muerte de un padre y esa angustia infinita ante un duelo tan amargo, están presentes en Mi gran Amigo (Camilo Namen). Nos sigue impactando… “El día de su muerte yo estaba muy lejos/y no pude verlo ni como moría”. El plus es la promesa sentida: “Sus hijos en la pobreza siguen estudiando/para hacerle un respaldo a su gran sacrificio/aunque usted se haya muerto lo seguimos amando/y llevando en la mano la antorcha del juicio”.

En el Cantor de Fonseca (Carlos Huertas) a diferencia de la canción cubana “De dónde son los cantantes”, que se caracteriza por la indefinición de tal origen (esa es su esencia), Oñate en cambio nos suministra todos los detalles biográficos de Huertas, en una descripción minuciosa: “Y yo le dije si a usted le inspira/saber la tierra de dónde soy/con mucho gusto y a mucho honor/yo soy del centro de la Guajira”.

El antecedente del himno del festival vallenato, Ausencia Sentimental (Rafael Manjarrez), interpretado por otro grande -Silvio Brito-,
lo encontramos en la canción Despedida del Festival (Luis Francisco Mendoza). En ese canto Oñate nos narra que: “Llevo de recuerdo la fecha de mi partida/al pensar lo lejos que estaré del festival/porque al recordar forma parte de mi vida/ese cielo azul que cubre a Valledupar”.

Y, otro saludo sentido al festival vallenato corresponde al Abrazo Guajiro (Carlos Huertas).

Con picardía Oñate le cantó al amor en “Bajo del palo de mango” (Leandro Díaz), “el Contrabandista” (Sergio Moya Molina), La Muchachita (Alejo Durán), La Gordita (Leandro Díaz), la Parranda y la Mujer (Poncho Cotes) y mi Lirio Rojo (Calixto Ochoa)

Y, en Palabras al Viento (Santander Duran Escalona) resulta supremamente contundente el ruego: “Sé que lo que canto aquí/que lo que canto aquí puede ser mi tormento/Porque la vida es así/lo que hoy nos hace feliz mañana es sufrimiento/hoy yo no quiero decir/yo no quiero decir mis palabras al viento/son palabras para ti morenita/hay palabras para ti morenita/las que por ti yo siento”.

Nos queda la sensación que lo sigue después de esos versos, es el estropicio de un Silencio (Santander Duran Escalona)…

“Temblaron las estrellas y en la noche serena/
Sollozó mi guitarra cuando canté mi pena/
Callaron las arpas y en la serranía
Los tiples lloraron por la pena mía (bis)”

Temas más recientes y de excelente contenido poético, entre otros, tenemos: No comprendí tu amor (José Alfonso Chiche Maestre), El más Fuerte (Aurelio Núñez), Triste y Confundido (Deimer Marín), El Corazón del Valle (Roberto Calderón), Ruiseñor de mi Valle (José Hernández Maestre).

Oñate también realizó homenajes. Lo hizo a los hombres del campo y su protesta feliz en El Campesino Parrandero (Hernando Marín) y en la queja amarga y triste que encierra el canto titulado Mujer Marchita (Daniel Celedón), una denuncia social que visibiliza la complejidad y dificultades de tan antiguo oficio.

Iniciaba la secundaria cuando irrumpe con fuerza Mi Nido de Amor (Octavio Daza) y nos sorprende, enumerando reglas de experiencia al interior de nuestras escuelas. La sugerencia de no tener miedo pues la asignatura del amor no está en los pensum y el hecho de que en estas tierras de veranos eternos, cualquier lluvia determina la suspensión de las clases.

Pero Oñate también le cantó a los inviernos, en el relato de un momento mezcla de confusión y desesperanza tal como se advierte en los versos de Noche sin Lucero (Rosendo Romero). El poeta nos expone: “Quiero morirme como mueren los inviernos/Bajo el silencio de una noche veraniega/Quiero morirme como se muere mi pueblo/Serenamente sin quejarme de esta pena”

Y, el mismo compositor, nos entregó la lección más honesta sobre el amor en Cadenas (Rosendo Romero): “yo que creí que me soñaban las mujeres/y que podía enamorarme de cualquiera/Siempre egoísta me burlé de sus quereres/Pero el corazón me puso cadenas…”

Las mujeres de San Juan (Cesar) tienen una deuda de gratitud cuando escuchan y disfrutan ese himno a la ternura con el que se les describe en Sanjuanerita (Hernando Marín) y la luz intensa del caribe se percibe y se siente a plenitud en Paisaje de Sol (Gustavo Gutiérrez).

En Lloraré (Gustavo Gutiérrez), el compositor se vale del río como licencia y vehículo de fuga, a manera de método de supervivencia: “Ya me iré, como el río que en turbulencia va/en camino corriendo hacia el mar/y nadie lo puede detener/Lloraré, cual los hombres que sinceros son/cuando no los quiere una mujer/Y en sus noches gime el corazón»

La génesis de la poesía y su valor están presentes en el canto Nació mi Poesía (Fernando Dangond), una composición que no nos defrauda sin importar nuestro estado de ánimo y en la que Oñate impuso su sello personal.

Con los años vinieron más canciones y más éxitos, con una estructura muy distinta a los cantos clásicos y con otra fuerza sentimental. No hay discusión en reconocer a Oñate sus esfuerzos por reivindicar la música Vallenata.

Este escrito -pretexto-, nace con la noticia del deceso del maestro y la reacción natural por volver a rencontrarnos en su música como una manera de sobrellevar el duelo ante su ausencia irreparable y como un acto de resistencia. Incluso, muchos propusieron como escape, elaborar lista de canciones preferidas.

En mi caso, preferí quedarme en los detalles de las letras de las canciones que tanto disfruté en la infancia, especialmente en esa contextualización de frases entre Sócrates y Descartes, planteada de manera audaz por Fredy Molina en Amor Sensible: “Nos acariciamos y luego, solo sé que yo te amo”. Es más: en el epílogo de Tiempos de Cometa, se cita a Descartes no para descartar sino para confirmar que las referencias al autor francés no son una casualidad.

Sin duda metódica alguna, estimo que es mejor quedarnos con la grandeza de los buenos recuerdos propiciados por los cantos de Oñate, las enseñanzas de sus canciones y conscientes que la familia del maestro vive el pasaje de la viuda de Namen en Mi Gran Amigo…“aunque usted se haya muerto lo seguimos amando y llevando en la mano la antorcha del juicio”

PD. Mucha fortaleza a los familiares del maestro. Muchas canciones omitidas.

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