Por: Rafael Castillo Torres
Ayer, en las horas de la mañana, la Iglesia de Cartagena fue sorprendida por el fallecimiento del padre Edwin de Jesús Marzán Portillo, sacerdote cartagenero, quien durante toda su vida y ministerio fue solícito en la formación sacerdotal, en la cura pastoral de sus parroquias y en su servicio al Pueblo de Dios a través de sus obediencias diocesanas. Por sugerencia de monseñor Livio Reginaldo Fischione, su padre espiritual, le tomó gran cariño a la Pastoral Familiar, inclinación que una vez conocida por sus superiores, además de su formación y competencias, recibió el voto de confianza. Todas estas responsabilidades fueron asumidas con verdadero empeño y dedicación.
Las muestras de solidaridad cristiana siguen llegando al corazón de nuestra Iglesia como expresión de gratitud por la vida del padre Edwin y como expresión de agradecimiento por todo el bien que supo hacer allí donde Dios lo colocó. Su espiritualidad, su austeridad, su fraternidad sacerdotal, su dedicación a tiempo completo a las cosas de Dios y su amor por la Iglesia son un retrato vocacional que despierta interés y entusiasmo en muchos jóvenes, por la persona de Jesús como lo meditamos en la misa de sus exequias.
Qué bueno que en la hora presente que vive nuestra Iglesia hagamos, todos, una lectura de fe sobre el sentido y el significado que tiene el regreso a la Casa del Padre Dios de un sacerdote ejemplar para los files y de gran ascendencia en la vida del presbiterio diocesano: ¿Qué nos quiere decir Dios? ¿Cómo leer este acontecimiento despertando en nuestros corazones la confianza y el agradecimiento hacia Él, a pesar del dolor? ¿Qué aporta a nuestra Iglesia diocesana la enfermedad, el sufrimiento y la muerte del padre Edwin?
En el Evangelio de San Juan encontramos una expresión verdaderamente desafiante de Jesús que nos puede ayudar en nuestra búsqueda: “Les aseguro, que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24). El grano de trigo tiene que morir para liberar toda su energía y producir fruto. Si no muere, se queda por encima de la tierra. Pero si muere, vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos, nueva vida y nuevos frutos. Frutos que no dependerán del tiempo de la cosecha sino de la necesidad de la gente, porque serán frutos permanentes y continuos.
La muerte del padre Edwin no es una perdida, como no fue un fracaso la muerte de Jesús. Su sacrifico convaleciente de casi cuatro semanas y su muerte han de dar fecundidad creciente a la vida pastoral de esta Iglesia. Ayudará mucho si todos somos capaces, allí donde Dios nos puso, de dar vida, muriendo un poco también nosotros. Los mensajes que hemos recibido y leído nos hablan de alguien que engendró vida en muchas familias de Cartagena entregando la propia. El dolor y la tristeza que experimentan los jóvenes sacerdotes formados por él nos dice que les enseño a vivir el ministerio desviviéndose por ellos en el Seminario.
El presbiterio de Cartagena sabe que junto a Dios tenemos un referente muy fuerte que no evitó ni los problemas ni los sufrimientos, tampoco la incomprensión, ni la ingratitud, sino que siempre fue obediente a la voz inquebrantable de su conciencia. Sus cruces las asumió con dignidad. Cruces que están a la base de un ministerio fecundo y creativo por el que agradecemos a Dios. El grano sembrado en la tierra fructificará; su sufrimiento nos purificará y la experiencia vivida nos conducirá a una vida más sana. ¡Mantengamos la fe!
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena