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Por: Freddy Machado
El domingo pasado publicamos un artículo en el que abogábamos en defensa de las mesas de fritos. Más que un alegato, se trató de un elogio merecido en favor de todas esas mujeres y hombres que durante años han cocinado, públicamente (en plazas y esquinas), conjugando los saberes y sabores ancestrales. Es la digna misión de elaborar un producto exquisito -e inigualable- que por años se ha constituido como el “platillo” preferido de propios y extraños.
Esas delicias (los fritos), se comercializan muchas veces sin necesidad de un local y, a su vez, esos puntos de venta, por su fama, terminan convertidos en referentes que facilitan ubicar las direcciones en los barrios y son zonas de encuentros para los amigos y vecinos.
La publicación generó muchos comentarios relacionados con los argumentos expuestos y resulta válido, a manera de réplica, una segunda entrega que recoja esos apuntes. Sospecho que ya es hora de organizar, una “mesa redonda” para dar paso a los académicos y entendidos en gastronomía, hablándonos de la mesa de fritos y de su incidencia en la cultura cartagenera.
Lo más importante del ejercicio que sigue a continuación, lo representa el hecho de interactuar con los lectores de Mundo Noticias y también, entrar a asumir que el tema es supremamente interesante. Me refiero a los comentarios y las observaciones recibidos. Veamos:
1.- El frito se come caliente y en lo posible, de pie. Es un despropósito la acción de comer fritos desde posiciones cómodas. Esto me lo hizo ver Antonio Meneses y ello explica por qué muchos de los clientes de las mesas de fritos, de manera involuntaria, les corre una o dos lagrimas mientras degustan, desafiando “el calor” de una buena “tanda” de fritos.
Y, con autoridad, la Mona Daza desde Miami, agrega que: un frito que no se “sopla” (refiriéndose a la acción que busca neutralizar su “temperatura”), ¡no es frito!
2.- La mesa de fritos tiene desde antaño, sus “códigos”. Son reglas consuetudinarias de amplia aceptación que explican la dinámica del “negocio”. Una de esas reglas es una garantía a favor del buen comprador de fritos: es la doble presunción: la “buena fe” e “inocencia”. Esta condición autoriza a los clientes a tomar, a su gusto, cualquier cantidad de fritos y, luego, cancelar a conciencia tal consumo apegados a la exactitud. El frito afina la cultura de la no corrupción.
3.- Julio desde Bogotá nos pregunta por qué no se concreta la propuesta de la reorganización del Festival del Frito y su articulación. Es bueno insistir en que se trató de una sugerencia y a nuestro juicio, esa tarea es de competencia exclusiva del IPCC y no resulta una misión difícil pues ya se tiene noticia por estos días, de festivales paralelos en el Pozón, en Ciudad Bicentenario y Parque Heredia, que confirman que las cosas van por buen camino. La idea feliz del Festival del Frito se remonta a finales del siglo pasado y su institucionalización sirvió para contrarrestar el auge de las comidas rápidas (las que representan a otras culturas).
4.- Mis compañeros del Inem me han planteado además que se debe solicitar el acompañamiento del Sena y del IPCC para que esos saberes culinarios se transmitan a las nuevas generaciones. Esto implica desarrollar dos fases: i) Capacitar a las “emprendedoras” para que adquieran habilidades y herramientas pedagógicas que les permitan transmitir ese conocimiento empírico a los jóvenes y ii) Convocar a grupos interesados en conocer los secretos de esa cocina. Se resalta que es una manera de contribuir económicamente con las mujeres más humildes que siguen dedicadas a la venta de fritos.
5.- Muchos lectores, en especial, Álvaro Javier, reconocen que existe una fusión del frito cartagenero y la comida árabe. Es un encuentro de culturas en el que gana el consumidor “frito-dependiente” pues se nos amplía la oferta gastronómica. No es extraño entonces ver un “quibbe” en una mesa de fritos, justo al lado de una arepa de huevo. Es una especie de “nueva ola” y por eso ya se habla de los puestos de “frito pupy”.
Finalmente, al cierre del artículo, ayer me preguntaba el Dr. Baena… ¿y cuál es tu frito preferido? Le dije -y lo vuelvo a reiterar- que es el “buñuelo de frijol” y me confesó que para él, “nada como la “arepita” dulce con un toque de anís”, la misma que se caracteriza por un orificio central. Por ese mismo “hoyito”, me gustaría ver la cara de sorpresa del profesor Baena, leyendo un domingo, en vez de conceptos complejos de derecho laboral, sobre sus calificados gustos en materia de fritos. Después de todo -como dice el refrán-, entre gustos y colores, no se han puesto de acuerdo los autores.
La pregunta del título del artículo sigue vigente:. ¿Cuál es tu frito preferido?