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Desde cuándo este país se fue al garete…

Por: Orlando Díaz

Desde nuestra indisciplina social, nos asombra que existan países en los que se pueda comprar un periódico sin que medie control ni vigilancia. Es un ejercicio de cultura social y ciudadanía. En restaurantes, siguiendo esa práctica, se permite al cliente descuidado que se retire del establecimiento y regrese con el valor de lo adeudado. Lo más extraño es que no se le exige ninguna garantía ni compromiso y el comensal regresa a pagar lo adeudado.

En nuestro país, abundan tantos “avivatos” que esas prácticas resultan exóticas. Lo que sí vemos pagar voluntariamente, y siempre para sacar ventaja, es la “coima” a esos servidores públicos (Policía o autoridad de tránsito).

Lo peor es que en época electoral la compra y venta de votos es el pan de cada día.

Muchos padres de familia, entretenidos con el Internet y las series televisivas, descuidan la educación de sus hijos en valores y virtudes, como el respeto al prójimo, la honradez, la lealtad, el agradecimiento, la sinceridad, la humildad, etc.

La ética ciudadana, por ejemplo, el ayudar a una mujer desvalida y que está siendo agredida por su pareja o el auxiliar a un indefenso anciano, que está siendo hurtado o violentado, no sabemos en qué época se perdió.

Lo definitivo es que de una sociedad desunida no podemos esperar, unidad y cohesión. Mucho menos el respeto por las leyes y los decisiones de las autoridades. Cuando un burgomaestre trata de “malandrines” sin ninguna prueba, a ciudadanos que no han sido vencidos en juicio o cuando el jefe de gobierno, aludiendo a la decisión de la Corte Constitucional, relacionada con el aborto, declara a los medios de comunicación, que: “es una decisión que atañe a toda la sociedad y cinco personas no pueden platearle a una Nación algo tan atroz, como permitir que se interrumpa una vida con seis meses de gestación”. Para luego, exhortar a las entidades de salud a que desobedezcan el fallo, invocando una “objeción de conciencia” no es más que desconocer las bases de nuestra democracia.

La separación de poderes, la independencia de los fallos proferidos por los funcionarios de la rama judicial, el respeto institucional que las autoridades le deben brindar a los jueces y fiscales, son principios indispensables de un Estado de Derecho. A su vez, es deber de las ciudadanos y los servidores públicos, acatar las decisiones judiciales legítimos, así no se compartan.

Se desorienta a los ciudadanos cuando un precandidato a la presidencia -del partido conservador-, como bandera política, expone: “eso del aborto a los seis meses nos ha ofendido”.
Se reitera, es deber de todo ciudadano en Colombia colaborar con la buena marcha de la administración de justicia y todos los servidores públicos están comprometidos en que se cumpla la constitución.

En Colombia, la descomposición social e institucional es evidente y eso viene de vieja data. En la memoria de los colombianos sigue vigente ese nefasto mes de noviembre de 1985, cuando el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Reyes Echandia, conminaba al ex presidente Belisario Betancur, para que le ordenara al ejercito con urgencia, el cese al fuego, ante una conflagración generalizada y la barbarie en todo su apogeo. La respuesta del gobierno fue presentarle al pueblo en directo, partido de futbol, en un canal nacional de televisión.

Por eso no nos extraña entonces que esta semana se conociera, una grave amenaza de muerte, emanada del grupo ilegal “águilas negras” del bloque central “capital, en contra de los magistrados que votaron a favor de la despenalización del aborto.

Las decisiones judiciales se discuten en su escenario natural: el proceso. Incluso, así no se compartan las motivaciones de un fallo judicial, se debe respetar. Esperamos que el presidente haya entendido que cuando se ataca al poder judicial, se ataca a la institucionalidad que el mismo jefe del ejecutivo representa. Duque se equivocó otra vez.

Punto aparte. La Registraduría no puede fallar. El país tiene puestos los ojos en este proceso electoral y no se admiten improvisaciones. El cambio es en todos los sentidos.