Por: Iván Sanes Pérez
Hace un año el joven Juan Miguel Martínez Méndez, de tan sólo 22 años, fue asesinado en el barrio Petare de Cartagena. Y con la frase que titula esta columna que escribo desde la impotencia y la tristeza, amigos, cercanos y familiares lo recuerdan con nostalgia.
El barrio donde creció es de esos sectores de Cartagena donde la mayoría de nuestos jóvenes se pierden y no salen nunca. Juan era una excepción a tan fatídica regla. Era un soñador. Quería estudiar en la universidad, salir adelante. Y como la pobreza no está en la mente, como dicen algunos, la falta de oportunidades le cortaba las alas. Amarraba sus anhelos.
Pero Juan no se quedaba quieto, salía con su padre a trabajar, instalaban cielorrasos y estucaban techos y paredes. Se rebuscaban la comida honradamente, como el 80 por ciento de los habitantes de esta ciudad.
Un día ‘Juanmi’ se fue a una fiesta con unos amigos a otro barrio vecino. Se dirigió a una tienda donde estaban atracando a una persona, no se percató de lo que sucedía, pero sus verdugos estaban ahí y según relata uno de sus allegados, le dispararon en la nuca a quema ropa, así no más.
Lo pasearon por dos hospitales. Finalmente en el Universitario duró 14 días bregando por su vida, aferrado, clamando que no lo dejaran morir. Lo paradójico es que, batiéndose entre la vida y la muerte, sus familiares reciben la noticia que Juan Miguel había pasado los exámenes para ingresar a la Policía Nacional, había pasado en el Sena, y que además seria padre. Vaya suerte. Era tan noble que en su agonía pedía que dejaran a su agresor en manos de Dios, como un vaticinio inconsciente de que su a su muerte no le llegaría la pronta justicia.
Su familia no sabe qué hacer, pues aquí se mata por placer sin que nadie diga ni haga nada. Sin testigos ni razones. Y como no hubo testigos del hecho, el crimen está impune, pues la víctima del atraco también falleció, y otro que vio la fatalidad no quiere testificar por miedo a las represalias que pueda tomar alias ‘Renzo’. Este, al parecer, fue el asesino de Juan Miguel. Un pillo sin alma que merodea amenazante en las madrugadas por Petare, loma fresca, La loma de San Pacho, Bazurto y el barrio Chino.
Juan Miguel falleció. Partió sin concretar los sueños que estaba materializando con esfuerzo y enfoque. Con él se fue su anhelo de construirle una casa de dos pisos a su familia. La violencia le impidió conocer a su hijo. Hoy se conmemora un año de su deceso y su asesino anda suelto, agazapado por ahí, esperando a una próxima víctima, mirando a ver a quien arrebatarle sus sueños.
Por eso aprovecho esta tribuna para clamar justicia para Juan Miguel y su familia, revictimizados una y otra vez, primero por el abandono estatal al que son sometidas estas comunidades vulnerables y segundo, porque lo asesinan sin razón y no hay respuesta por parte de las autoridades. Los operadores de justicia no deberían reaccionan de acuerdo al estatus de la víctima.
Hago un llamado respetuoso a la Fiscalía y la Policía Metropolitana de Cartagena, para que por favor avancen en el desarrollo de acciones contundentes para dar esclarecimiento de este lamentable hecho, y sean capturados los responsables que le arrebataron la vida a Juan Miguel. Que su crimen no quede en la impunidad es un reconocimiento a su memoria. Que resuene la justicia!