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Los placeres de la carne…

Por: Freddy Machado

“–Papá, ¿quién es el rey? –Cállate, niño, que me comprometes.” Swift (citado por Luis Carlos López).-

El hurto de ganado era insostenible y hacía estragos en todo el circuito. Las autoridades locales luchaban contra la complejidad de un delito con nombre antiguo y extraño: el abigeato. Una patrulla conformada por cuatro policías judiciales se trasladó a un poblado considerado como el epicentro de las bandas dedicadas al hurto de semovientes. Extraviados, desorientados y sin mayores pistas, después de recorrer una y mil veces las destartaladas calles del caserío, el grupo terminó la jornada reposando en un kiosco en el que se ofrecían jugos naturales y pasabocas.

Los investigadores estaban entretenidos, conversando bajo la sombra de un almendro polvoriento –casi garciamarquiano-, contiguo al kiosco. Se mostraban derrotados y con una sensación de molestia ante la desesperanza por los resultados de su misión.

Sin prevenciones, de un momento a otro, los policías judiciales centraron su atención en un niño descamisado, obeso, juguetón y que ingresó al sitio a comprar golosinas.

El investigador líder, señalando el abdomen del menor, lo increpó frente a sus compañeros…

– Miren. -Y agregó: – Puro parásito…

El niño. indignado, reaccionó de inmediato:

– ¿Parasito? –Les dijo burlonamente, mientras torcía sus ojos a su interlocutor. Luego, sentenció: “Esto es carne”. Entonces, el infante, con sus dos manos, se frotaba su barriga jactancioso.

El Policía, siguiendo con la chanza, lo contraatacó:

– ¿Carne?  ¡Pero, si en este pueblo no hay de eso!

El niño se mantuvo en su postura y en su favor, expuso su mejor argumento:

– Papá tiene bastante en el patio… –Y acto seguido, invitó a los forasteros a que comprobaron su versión, desplazándose al sitio.

Los policiales no salían de su sorpresa. El momento les parecía mágico e inaudito. Sin embargo, la “audacia” del niño, los autorizaba a despejar las dudas y a construir una inesperada teoría del caso.

El niño, orgulloso, llevó a los extraños a una de las casas del pueblo e ingresó por un portón lateral que comunicaba con un traspatio, donde con mucha autoridad les mostró un depósito subterráneo donde se acumulaban grandes cantidades de carne salada.

– ¡Bingo! – Dijo el jefe de la patrulla.

En las actas de inspección se dejó constancia que los residentes autorizaron el ingreso al inmueble y a cambio, no se les vinculó por hurto sino por receptación. Y era lo correcto pues los parientes del menor se dedicaban al comercio de carnes.

En el informe de campo, para finalizar la historia, los investigadores presumieron con el viejo truco de que la información la proporcionó una “fuente humana”, pero en consenso, el equipo de trabajo llegó a una conclusión que se me hace muy colombiana… sin que existan estadísticas ni estudios académicos, es claro que en las labores de inteligencia, en un 70%, siempre inciden el azar, las casualidades, los celos y desde luego, la imprudencia.