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Orlando, el egresado del Colegio Mayor de Bolívar que triunfa en el mundo del turismo

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Por Eleana Martelo Tirado

 

Hay seres humanos tan resilientes y valientes, que se reinventan si del cielo solo les cae limones para hacer limonada.

 

Salir a adelante en un barrio en el que las oportunidades son esquivas para los jóvenes y el accionar delincuencial está a la orden del día, es apoteósico.

 

Pocas historias, en mis seis años de ejercer esta bella profesión del periodismo, me han causado tanta admiración, como esta. Una historia digna de ser imitada.

 

El camino menos fácil, pero más fructífero

 

En Pablo Sexto Segundo, contiguo al emblemático Cerro de la Popa, donde se concentra una de las 34 pandillas que existen en Cartagena, según la Secretaría del Interior del Distrito, nació Orlando Martínez Nagle, un cartagenero que no la ha tenido fácil, pero que ha sabido sortear los sinsabores de la vida.

 

A sus 19 años tenía claro que no podía seguir el ejemplo de muchos de los jóvenes de su barrio, que buscan la vida fácil y el camino menos indicado para tener un futuro próspero.

 

A toda costa quería salir adelante, superarse y ser alguien en la vida, así que se presentó en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) a estudiar Tecnología en Administración de Documentos y, al mismo tiempo, Administración Industrial en la Universidad de Cartagena.

 

«Fueron años muy duros, pero hoy veo lo frutos», precisa con orgullo.

 

A como diera lugar quería mantener la mente ocupada e invertir su tiempo libre de la mejor manera. Por eso, como si fuera poco, se metió «a mover el esqueleto» al reconocido grupo de danzas ‘Ekobios’, ese mismo que ha viajado por el mundo llevando lo mejor de nuestro cultura y folclor.

 

Con mucha dedicación, y a punta de esfuerzos, terminó esas carreras y comenzó a buscar oportunidades laborales.

El turismo lo enamoró

 

En esa búsqueda, por accidente, se topó con el turismo. Ninguna actividad le había llamado tanto la atención como esta.

 

«Yo llegué al turismo por accidente. Estudié *Administración Industrial, porque era lo que me gustaba. Unos amigos italianos me propusieron crear una agencia de viajes, lo hicimos y fui conociendo de este tema», relata con un brillo en sus ojos, sin ocultar la emoción que le produce recordar esos tiempos.

 

Era tal la fascinación por el turismo que ya con «Incentivamos Colombia S. A. S» creada, quería saber más y más de este sector, gran motor de la economía en nuestro país. Por eso, en 2014, entra al Mayor de Bolívar a estudiar Operación Turística. Al poco tiempo empieza a representar a la institución en el comité de Capacitación y Formación Turística del viceministerio de Turismo.

 

«Me gustó tanto el turismo que decidí estudiar, prepararme. Se abrieron las becas de la Alcaldía, las Bicentenario, y me inscribí. De hecho, con ORI, me fui a Canadá a estudiar inglés y después ingresé a este comité dando ideas de cómo debe ser la formación del turismo en Colombia», recuerda.

 

Allí fue abriéndose paso y dándose a conocer en este mundo. Cuando recibió el título de técnico en Operación Turística, ya se ‘codeaba’ con grandes empresarios, altos ejecutivos e inversionistas.

 

Esto lo sedujo aún más, tanto, que siguió preparándose. Hoy cursa séptimo semestre de GestiónTurística, también, en la Institución.

 

Pero esto no es todo. Es un incansable y asiduo amante de los libros, del estudio. Realizó un diplomado en Docencia Universitaria en la Universidad Tecnológica de Bolívar y, actualmente, hace una maestría en Gestión de la Organización. Su otra pasión es enseñar lo que sabe en las aulas de clases.

Los frutos

Incentivamos Colombia S. A. S, la empresa que creó hace seis años junto a una pareja de amigos italianos y de la cual es gerente general, es muy reconocida a nivel nacional e internacional.

 

Pero no solo es un joven exitoso por su agencia de viajes, que hace parte de la Asociación de Agencias de Viajes y Turismo de Colombia (Anato), sino por su arrolladora forma de ser, por su compromiso con el sector, por ese espíritu emprendedor y positivo que lo caracteriza.

 

Estas mismas virtudes, lo hicieron merecedor hoy, a sus 29 años y por segunda vez, del cargo de director de la junta directiva de tan importante entidad en el país.

 

«El sorprendido fui yo-cuenta entre risas-, apenas me lancé por primera vez al cargo, quedé. Obtuve la mayor votación, mi discurso gustó mucho. Hablé sobre la importancia de darle a los jóvenes la oportunidad de participar en estos procesos. Este año fui reelegido, ya llevo un año y cuatro meses en la dirección de la junta de Anato», indica.

 

Confiesa que una de las cosas que más le quita el sueño, es llegar a la presidencia de esta entidad y que el turismo se convierta en la otra mina de oro de Colombia.

 

Por lo pronto, este joven, de raza negra, cabello afro y que habla inglés e italiano, sigue trabajando con berraquera para lograr que cada día más extranjeros pisen tierra colombiana. Al mismo tiempo, dicta charlas de motivación, poniendo como ejemplo su experiencia personal.

 

Ha viajado tanto que, al interrogarlo sobre los lugares que ha visitado, me responde entre carcajadas: – me queda más fácil decirte a dónde no he ido. Solo me falta Dubai y Australia-

 

«He viajado a París, Nueva York, Río de Janeiro. Por mi trabajo, he tenido la oportunidad de recorrer casi toda América y Europa, viajo al mes mínimo tres meses, llevo cinco años viajando para promocionar el país», sostiene.

Un afrocolombiano admirado

Pocos, a tan corta edad, como Orlando, tienen la fortuna de moverse como pez en el agua en el mundo del turismo y aportar al desarrollo del país.

 

Y es que su historia de vida es tan inspiradora que, en 2016, fue nominado al premio Afrocolombianos, en la categoría Sector Privado.

 

Sin duda, este joven, de padre chocoanos, es un ejemplo a seguir, especialmente para aquellos que, como él, nacieron y crecieron en barrios marginales, donde las condiciones sociales sirven de caldo de cultivo a la violencia, al crimen y el delito, pero también donde las ganas de salir adelante han salido triunfantes.

 

Historias como la de «Orly» recuerdan, una y otra vez, que lo imposible es aquello que no intentamos.

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