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¿Pacto o síndrome de Adán?

Por: Germán Danilo Hernández

La fórmula que permitió a Gustavo Petro convertirse en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia, además de generar consenso entre los múltiples movimientos y organizaciones que coinciden en esa ideología, fue convocar a partidos y sectores, que sin hacer parte de esta, intervinieran activamente en un nuevo enfoque del poder público, en el marco de la democracia participativa. A esa confluencia de matices ideológicos se le llamó “Pacto histórico”.

Así las cosas,  la llegada de la izquierda al poder fue fruto de una conjugación de circunstancias económicas, políticas y sociales, pero también de una inteligente movida electoral que involucró liderazgos y activismos de sectores con posiciones ideológicas diversas.

Ganadas las elecciones, el ejercicio de gobernar necesitó entonces de  aliados que estuvieron en otras orillas, pero que son determinantes para dar vía libre a las múltiples reformas propuestas por el ejecutivo. Así lo evidencia la conformación del gabinete ministerial, y que movimientos y partidos políticos independientes, de centro y de derecha moderada, con representación en el Congreso de la República, se convirtieran entonces en partidos de gobierno.

La dirigencia de esos grupos de poder que hoy hacen parte de manera directa o indirecta del gobierno del cambio, están líderes convencionales que tradicionalmente han contado con masivo respaldo electoral, y que mientras no tengan impedimentos legales, seguirán ejerciendo su legítimo derecho a impulsar y aspirar a cargos de elección popular.

No obstante, en los preámbulos de la contienda electoral, algunos sectores de la izquierda se trenzan en fuertes discusiones internas y públicas, por la intensión de descalificar anticipadamente a posibles candidatos de los llamados partidos tradicionales, a quienes denominan voceros de la “vieja política”, y reclaman como derecho adquirido, que el aval del Pacto Histórico, sea casi que  exclusivo  para militantes de la izquierda.

La cordura y sensatez política debería permitir comprender a ciertos líderes, que en las elecciones de 2021 cambió el gobierno, pero no el sistema democrático, y que el propio presidente Petro se ha declarado reiteradamente garante de esta. Los partidos tradicionales no fueron borrados de un plumazo, ni sus dirigentes y cuadros han perdido su vigencia. El advenimiento de nuevos liderazgos de izquierda y de centro es refrescante y saludable para la democracia, pero ello dista mucho de pretender generar una especie de “síndrome de Adán electoral”, en el que todo debe comenzar con la creación de candidatos ungidos con la mano izquierda del Pacto.

En la próxima contienda electoral, y en las sucesivas, lo que corresponde es que los ciudadanos de manera libre y consciente  ejerzan su derecho a elegir y ser elegidos en igualdad de condiciones, independientemente de filiaciones políticas e ideologías. Se trata de respetar las reglas de juego y refrendar con el voto, sin presiones de cualquier tipo,  un verdadero pacto por la defensa de la democracia.