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Por: Padre Rafael Castillo Torres
El próximo miércoles 14 de febrero, con la imposición de la ceniza, sobre nuestra frente y cabeza, los cristianos católicos damos inicio al tiempo fuerte de la cuaresma. Un tiempo de reflexión y oración en el que hacemos, todos, nuestro mejor esfuerzo, por volver a Dios en espíritu de conversión y hacerlo con más verdad y amor.
Desde el Secretariado Nacional de Pastoral Social/ Cáritas colombiana de la Conferencia Episcopal de Colombia, reconocemos y valoramos la generosidad de cada Iglesia particular, parroquia, pequeña comunidad, movimiento apostólico, comunidad religiosa, seminario mayor, empresas, Bancos de Alimentos, organizaciones de la sociedad civil y colectivos comunitarios, que, desde sus privaciones voluntarias han sido generosos con sus donaciones. Son razones suficientes para agradecer a Dios. Han sido muchos los gestos y prácticas que, en el sentido de cuanto recomendó san Juan Pablo II, nos han permitido globalizar la solidaridad en signos muy concretos como el ser más generoso, con lo cual mostramos los cambios que se van dando en nuestros corazones. Cambios que no sólo nos han llevado a adoptar una postura diferente ante nuestros hermanos en necesidad sino a ver cómo, en cada uno de nosotros, está actuando una fuerza que nos atrae y empuja hacia el bien, el amor y la bondad. Es Dios queriendo una vida más digna para todos.
Una de las practicas espirituales y sociales a la cual nos exhorta la Iglesia en este tiempo de la cuaresma, y que ya es un hábito pastoral en la Iglesia de Colombia, es el ejercicio de la caridad, ayer llamado limosna, hoy, nuestra Campaña de la Comunicación Cristiana de Bienes. Por estos días de la cuaresma, en la realización de esta campaña, muchos fieles verán a sus párrocos, religiosos y religiosas y un sinnúmero de laicos, entregar unas alcancías pequeñas y organizar actividades con las familias, escuelas, colegios, oficinas y negocios, para colocar en esas alcancías las colectas de esas actividades como los pequeños ahorros de nuestras privaciones voluntarias. Todo ello como expresión del sacrifico para compartir con el otro desde nuestra pobreza. Veremos igualmente cómo se incrementa la solidaridad en los Bancos de alimentos en su esfuerzo cada vez más creciente por sostener ese puente entre la carencia y la abundancia. Con ello mostramos tres exigencias profundas en el orden de la caridad:
1-La globalización de la solidaridad.
2- Cuando hay amor todas las cosas se multiplican.
3- Somos hijos de un Padre Providente que nos ha educado responsablemente para ser mucho con lo poco que tenemos.
En virtud de ese creciente deseo que siente todo cristiano de conocer las verdades que hacen referencia a su vida de Fe, qué bueno que, en nuestro camino de preparación a la Cuaresma, nos adentremos en el sentido de la limosna, una de las prácticas cuaresmales que con el ayuno y la oración han de acompañarnos durante todo nuestro desierto cuaresmal.
Partamos de reconocer que hoy por hoy, la palabra “limosna” ha quedado tan desacreditada después de varios siglos de cultura burguesa, llegándose a un punto tal en que ni siquiera puede pronunciarse ese nombre. A mucha gente de hoy, le resulta muy difícil comprender por qué la limosna recibe elogios tan extraordinarios en la Biblia y en la tradición de Iglesia. Para ellos la palabra “limosna” evoca una práctica poco gravosa para el donante, humillante para el beneficiario e ineficaz para resolver el problema de la pobreza. Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, escritor de la Rusia Zarista, en su obra Los demonios, en Obras completas, coloca en boca de uno de sus personajes: “El placer de la limosna es un placer altivo e inmoral, un deleite del rico en su riqueza y poder, y en la comparación de lo que él significa con lo que significa el mendigo. La limosna corrompe así tanto al que la da como al que la recibe, y, además, no alcanza su objeto porque no hace sino aumentar la mendicidad”
Considero importante que regresando a las sagradas escrituras como a la sana tradición del magisterio de la Iglesia nos apremiemos en aclarar cómo algunos contemporáneos nuestros y el mismo Dostoyevski, aunque empleen la misma palabra – limosna-, están hablando de cosas muy, pero muy diferentes.
La lingüística nos ha enseñado que con frecuencia las palabras de un texto antiguo, que para el lector de entonces tenía un significado determinado, traducidas en pura equivalencia lingüística, evocan hoy una idea completamente distinta debido a que el lenguaje está sometido a continuos cambios. Cuando ocurre tal cosa, los traductores deberían recurrir a nuevos términos que tengan la misma capacidad expresiva que tuvieron los antiguos. Así no habrá equivalencia lingüística formal, pero sí equivalencia dinámica.
Este es el caso de la palabra griega eleemosyne (limosna), que en la traducción de los 70 sabios suele traducir el hebreo Sedaqah(justicia), y con este sentido se utiliza en el Nuevo Testamento. Para la Biblia, y esto es muy importante precisarlo, dar limosna equivale a hacer justicia. Todavía hoy los mendigos judíos para pedir limosna utilizan la palabra sedaqah, esto es, justicia, o bien exhiben un letrero en el que llevan escrita esa palabra.
Podríamos decir que la limosna en sentido bíblico es hacer justicia en nombre Dios a quienes no se la hacen los hombres. (en nuestra lengua española hay una expresión muy significativa a este respecto: el mendigo es llamado “por–diosero” ya que reclama su limosna por Dios “Háganme justica en nombre de Dios”). Así la limosna lejos de sustituir las reformas estructurales, tan necesarias en esta Colombia, las exige a gritos y en nombre de Dios porque está denunciando que la justicia de Dios no coincide con la justicia de los hombres, y hay que hacerlas coincidir. De aquí bien podríamos concluir que la limosna suple de momento la falta de justicia, pero sin renunciar a ella.
Si desde la justicia de los hombres la limosna viene a ser para nosotros un acto voluntario, desde la justicia de Dios es obligatoria. Por ello la tradición cristiana le ha gustado referirse a la limosna en términos de un impuesto “no exigible por vías de apremio, sino de amor”; en relación a lo cual dice San Agustín a los cristianos: “Ustedes son cobradores de ustedes mismos”.
Pidamos en esta Cuaresma, ya cercana, la gracia de descubrir que lo importante no es saber cómo podemos ganar más dinero, sino cómo podemos ser más humanos. Que lo importante no es cómo puedo llegar a conseguir algo, sino cómo puedo llegar a ser yo mismo, en mi esfuerzo por volver mi rostro a Dios.