Por: José Navas Díaz
En aquella época de rebeldía, años en los que florecía mi juventud, me creía un sol abrasador con las mujeres. Siempre me imaginé, cuál sería la felicidad de la novia de Adolfo cuando escuchaba cantar al mochuelo.
Ese que cogió el tocayo en los Montes de María una tarde soleada, donde la brisa de la tarde enrolló su canto para hacerle su mejor regalo.
Esto hizo que viajara en mi pensamiento para encontrarme con Adolfo en el gurrufero. Le di un abrazo y un apretón de mano, como si fuéramos apostar a un gallo pinto blanco con un canelo, y en ese encuentro aproveché para que me cuente historias, crónicas, vivencias, ratos alegres y triste del mundo de su poesía.
«JOCHO NAVAS, «sí tú lo quieres, así será «, me dijo…
Hoy mi gran amigo, mi ídolo, mi poeta preferido de la poesía cantada has partido para ese lugar maravilloso la Gloria de Dios.
Allá me imagino que estarás contando y cantando tus historias hechas canciones.
El Indio Faroto contará con su gaita que llevaste al cielo un collar de cumbia sanjacintera en tu canto.
Andrés Landero, Toño Fernández y tu harán un trio maravilloso en el firmamento, hay cumbia sanjacintera en el cielo…
Los pollos cereteanos cantan hoy con dolor tu partida, dicen que viviste la vida de otro modo y te recuerdan con su canto que en enero Joche se cogió el mochuelo y que en enero se murió el juglar de los Montes de María.
Los mochuelos de los Montes de María están de luto, pero siguen cantando sus melodías a su juglar.
Paz en la tumba maestro, mi gran amigo…
Un adiós al último juglar de la poesía cantada.
