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De la prudencia, la grosería y el mal carácter

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Por: Freddy Machado, abogado

“La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su propio derecho”.
-Ulpiano-

En una audiencia de Ley 600 o Ley 906 -con toga o sin toga- no preciso, un procesado muy adinerado y soberbio, irrumpió con su mal carácter muy indignado por haberle llamado la atención por su mal comportamiento.

Justo antes de hacer uso de mis poderes disciplinarios, el Defensor -un hombre joven y muy ponderado- se me anticipó, desautorizando a su cliente ante todos los presentes y con voz fuerte lo instó a que se disculpara con el juez pues de no hacerlo renunciaba de inmediato a tal representación.

En el instante, que recuerdo bien más no la fecha, el hombre poderoso se mostró confundido pues con toda seguridad, esperaba la complicidad de su abogado. Sin embargo, presentó las disculpas a regañadientes, alegando que todo se debía a su nerviosismo y al desconocimiento de los escenarios de la justicia.

El abogado con mucha autoridad le
insistió a su cliente que él era su defensor y su vocero. Le hizo ver además que con esa actitud en vez de sumar, de manera torpe, restaba a su labor.

La anécdotas me permitió reforzar mi visión de que las groserías en las audiencias no se dirigen al director del proceso sino a la majestad de la justicia que representa quien asume como juez.

Y es válido evocar ahora esa jornada pues reconocí -y sigo reconociendo la gallardía del joven abogado de provincia- pues él, acertadamente, se asumía como parte importante del sistema judicial y por ello tenía claro que los clientes no pueden emprenderla contra los jueces, los fiscales o los procuradores por el simple prurito de que las decisiones le sean adversas o les incomoden las posturas procesales del juez.

Sin duda, el profesional del derecho es la persona que está llamada a desarmar los ánimos de sus clientes en momentos de intemperancia ya que, por muy poderoso que sea su poderdante, los argumentos, las estrategias y la elegancia en el manejo del caso, no pueden ser lideradas por sus clientes.

En esta coyuntura actual en que se escuchan muchas voces al unísono exigiendo respeto por la justicia y que para los servidores públicos nos resulta incómodo hacer las veces de espectadores en momentos en que se expresan ataques infames como “corte mafiosa” o “estoy secuestrando por la Corte”, es conveniente volver sobre la anécdota ya reseñada. Son argumentos impresentables que no son de recibo, como en su momento no los aceptó el joven abogado de la historia, cuando advirtió que su cliente intentaba mancillar la majestad de la justicia. Con mayor razón si los ataques de estos días son contra el máximo tribunal al que hoy se le descalifica cuando ayer se le ponderaba o se le reconocían sus decisiones.

El derecho es el arte de dar a cada cual lo que se merece y bien lo decía Couture en aquel decálogo siempre vigente, “el derecho se ejerce estudiando”, nunca se habló de qué era “insultando”.

No se puede pisotear ni permitir que cualquiera, por muy poderoso que sea, la emprenda contra nuestro más alto tribunal a sabiendas de que son las pruebas de cargo las que jurídicamente deben atacarse para desacreditar la teoría del caso del acusador.

A manera de conclusión, entre abogados sabemos que las discusiones sobre un proceso judicial se hace al interior del proceso. Lo demás son groserías, terquedades y mal carácter.

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