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La Cartagena de mis recuerdos

Por: Fredy Machado, Abogado.

El centro de Cartagena, a la edad de diez años, era un laberinto. Los caserones con sus balcones se repetían, las calles eran apretadas y casi todas finalizaban en las murallas.

Después, con el paso de los años, y de tanto caminar ese centro, descubres -con Lemaitre quizás- por qué a la ciudad se le llama El Corralito de Piedra.

En los años 70’s, las casas y los locales comerciales del centro de Cartagena, tenían un aspecto muy desmejorado. El pasado próspero de Cartagena, quedaba atrás.

El edificio más hermoso era color naranja-rojizo y era el Claustro de la Universidad de Cartagena. En su patio interior habilitaron un dispensador de agua fría, y muchos de mis amigos de infancia, después de los juegos, ingresaban a la U. con el pretexto de saciar la sed en aquella nevera pública.

Y, mientras mis amigos incursionaban a la U. en busca de agua, en solitario, los esperaba por los predios del parque de los estudiantes.

Por cumplir una promesa que me había hecho de niño, nunca intenté ingresar al Claustro de San Agustin. Me justificaba diciendo que traspasar ese portón sólo tendría sentido pero al terminar el bachillerato. El sueño se cumplió cuando, con los conocimientos adquiridos en el Inem de Cartagena, superé el examen de admisión.

Luego, en su momento, ya estudiando en la facultad de derecho, deambulando por los pasillos del primer piso, bebí de esa agua fría en la vieja, oxidada y generosa Indufrial. El acto de tomar agua, era como una ceremonia y de alguna manera, una forma de dar gracias a Dios por aquello de que sus tiempos son perfectos.

Hoy, la ciudad es distinta. Sin darnos cuenta, nos cambiaron la urbe. El recuerdo de un centro desdibujado y opaco en la actualidad se resume, en la imagen que proyectan una que otra casa abandonada. Esa luz, si bien no sale de mi mente, me hace feliz pues a pesar de toda su decadencia, el centro de esa época, era nuestro y lo intuyo porque como se evidencia en las fotografías de Hernán Díaz, casi todas las fachadas de las casas, eran de color blanco. Lo distinto de hoy, se inspira en la pujanza de los nuevos propietarios, en las impecables restauraciones, en el derroche de colores en las casas y en los lujosos interiores de muchas viviendas. El actual escenario nos confunde y nos muestra una Cartagena extraña.

Los raizales definitivamente estamos ausentes y desorientados. Muchos vendieron sus inmuebles sin saber a quién le entregaban tanta tradición. Las nuevas generaciones recorren el centro de La Fantástica -como la llaman ahora- para mirar desde la distancia las fachadas de las viviendas donde crecieron sus abuelos.

Y se me antoja que en Cartagena hacen mucha falta sus buenos y antiguos poetas, para dar cuenta de tanta saudade y de tanta incertidumbre. Este escrito, seguramente, es producto de la sobredosis de los insomnios de estos días de pandemia. Con todo, muy a pesar del impacto de todo esto, nadie podrá expropiarnos los recuerdos intactos de la Cartagena de los años 70’s, cuando estudiaba la primaria en una de esos caserones del centro.